—Tenemos que hablar.
Lucille observaba con sorpresa el hecho que Mónica se encontraba frente a sus ojos. André compartía esa confusión, debido a esa mirada llena de seguridad que cargaba la castaña, ya tenía un tiempo desde que la vio así. A pesar del sonido dentro del hospital, todo se ensordeció en ese panorama.
—Hiciste tu elección —dedujo la muchacha de cabello negro mientras se levantaba con resignación.
Mónica negó con la cabeza.
—Tú y yo tenemos que hablar —repitió—. Tengo dudas sobre ti y estoy casi segura que tú las tienes sobre mí.
Lucille asintió y se levantó.
—Vamos a una cafetería que está cerca del hospital —sugirió—. El hospital no es lugar seguro para nuestras conversaciones.
[...]
Desde las noticias de Jared, Lucille no había pisado su casa ni un momento. El contraste de ambas era bastante notorio; con Mónica recién bañada y su ropa limpia, contra una muchacha que con trabajo dormía, su ropa tenía días y su cabello imploraba un baño.
—¿No has ido ni un día a casa para darte... una retocada? —preguntó Mónica con confusión.
Lucille negó con la cabeza.
—Con todo lo sucedido, solo me deprimiría en ir a casa —contestó mientras agregaba una cucharada de azúcar a su café—. Es navidad y mis padres comienzan con sus planes románticos que duran hasta febrero, no existo para ellos hasta el primero de marzo. Al menos, en el hospital sé que le intereso a alguien: Jeremy, Ethan y Rosalina.
Eso nunca lo habría imaginado. Debido a como hablaban de ella, Mónica siempre creyó que la vida de Lucille era perfecta en todos los sentidos. La muchacha de cabello negro observaba la ventana de la pequeña cafetería, ajena a sus palabras.
—¿No te duele ni un poquito? —cuestionó la chica castaña con una pequeña punzada.
—Cuando entras a la escuela y conoces las actividades extracurriculares, puedes sobrellevarlo —explicó con la misma tranquilidad—. Además, estaba en todos los clubes que pude. Así que no llegaba a casa hasta pasada de las nueve de la noche.
—¿Siendo una niña de primaria? —escandalizó Mónica. Dio un brinco y ganó las miradas de los presentes en el pequeño establecimiento, carraspeó un poco para disimular su escena, regresó a su asiento donde Lucille asintió con la misma serenidad—. Eso no está bien —musitó.
Por eso Lucille era muy conocida en su escuela. Una chica a simple vista que era condesciende, amable y que todo lo podía; solo trataba de huir de su casa y distraer su mente. Por eso fue más extrañada en su escuela, en su círculo de amigos, ya que pasaba tiempo con ellos... por eso, Lucille era mencionada por sus amigos mientras por sus padres no.
—¿Por qué nunca oí hablar de ti hasta que me hice novia de Jared? —susurró confundida.
—Tal vez lo hiciste pero no le diste atención. —Lucille le dio un sorbo a su café—. Si hablamos del tiempo actual, soy una estudiante de último año y tú una recién ingresada, quizá te tocó mi funeral. Pero para los de mi primer año solo fui una desconocida más, una estudiante que murió y ya.
—Pero André te conoce, Lucy también —expresó contrariada—. No entiendo porque yo no lo hice... es extraño.
Mónica observaba la oscuridad de la taza, un café sin leche ni azúcar. Muchas de las cosas que ayudaron a sobrellevar su relación con Jared, era esa bebida amarga y oscura, aquella que tenía que fingir que amaba para poder tener algo en común con él. Sin embargo, su parte adolescente le recordaba aquel sabor como algo asqueroso, una amargura que no podía borrarse aunque le pusieras todo el azúcar del mundo, el terrible ardor que dejaba cada vez que atravesaba su garganta. Mónica apretó los labios, tragó duro y alejó la taza de su vista.
—¿No te gusta el café? —preguntó Lucille con cierta sorpresa—. Vaya, eres la primera persona que conozco que no le gusta.
—Lo odio —respondió asqueada—. Es lo más asqueroso que probé en mi vida. La mayoría de las veces, lo tomo por costumbre que por gusto.
—Señorita —llamó a la mesera—, cambie este café por un té de frutos rojos, por favor. —La mujer asintió y se llevó la taza.
Mónica observaba esa condescendencia, tan natural en ella. A pesar de tener problemas en casa, parecía la chica que jamás dañaría ni una mosca. Acomodados sobre su regazo, debajo de la mesa, apretó los puños con demasiada fuerza; una humana común y corriente que a la vez mostraba cualidades extraordinarias. Una carcasa vacía, fuerte frente a los ojos de los demás cuando estaba más rota que nadie.
—¿Sabes qué te odio? —expresó Mónica con la vista perdida—. Siempre que hablaban sobre algo, tú salías en el tema de conversación. Cuando menos me di cuenta, siempre era comparada. Jared siempre sacaba con que compararnos, ¡hasta una vez me obligó a ofrecerte disculpas! Que... asqueroso.
—Y yo te odio a ti —continuó Lucille mientras removía su café—. Mi novio te observaba con una ternura de la cual jamás me había visto a mí. Aunque no dijeras nada, pero si estabas en la habitación, sus ojos se desviaban hacia a ti. No tienes ni la más mínima idea de cuánto dolía.
—Claro que lo s...
—No, no lo sabes. No sabes lo que es perder a la persona que más quieres frente a tus ojos. Tú misma lo dijiste, «cuando menos me di cuenta», yo sí me di cuenta del proceso. No nos compares.
Sentimientos reales.
Cuando no eres testigo o no lo vives, lo que te cuentan suele sonar demasiado fantasioso. Sin embargo, podía ver el amor y celos que desbordaban esos grises.
La mesera llegó, dejó la taza de té frente a Mónica y con una sonrisa se despidió.
—¿Por qué debo sufrir esto? —masculló la muchacha castaña—. ¿Qué hice en mi vida pasada?
Lucille negó con la cabeza.
—¿Por qué tienes esa actitud? —reclamó con cansancio—. ¿Acaso eres capaz de olvidarte a ti misma? ¿En qué momento te convertiste en esto? No lo entiendo. La semana pasada eras una persona completamente diferente a esta, ¿qué recordaste? ¿Qué volvió patética tu vida?