Time after Time

Recuerdo 33. A mi manera

Hacía frío. La capa blanca de nieve junto con el aire que corría, no ayudaba. Lucille se encontraba húmeda, sin abrigo adecuado por el clima, la nieve traspasaba su ropa lo que la hacía estornudar de vez en cuando. Sentada no dejaba de ver hacia un horizonte inexistente; su deseo de vivir fue cumplido, sin embargo, fue a costa de la vida de Mónica.

—Feliz nochebuena —comentó André al acercarse. Lucille volteó hacia el muchacho y regresó la vista a su punto de origen—. Ethan y Jeremy están preocupados, no has querido moverte de este lugar desde que llegaste —explicó mientras ponía una manta en los hombros de la muchacha.

—Mónica hizo su propia decisión —expresó con los labios temblorosos—. Aún no se la ha dicho a la dependiente, pero ya sé cuál es. —El rostro de André se ensombreció, fuera cual fuera, perdería a alguien querido—. Ella quiere sacrificarse.

Una ráfaga de viento pasó entre ambos, la cual movió sus respectivos mechones de cabello mientras se observaban el uno al otro. Las lágrimas en el rostro de André comenzaron a escurrir, no mencionó palabra alguna, solo no despegaba sus ojos azules de los grises.

La muchacha se acercó y puso sus brazos alrededor del cuello de André, el chico se aferró a ella donde los sollozos eran más que claros.

—Tranquilo, no la dejaré —susurró—. Ella vivirá.

André se separó de Lucille mientras aún la tomaba por los hombros, las lágrimas no paraban de gotear, sin embargo, se podía leer el temor, la negativa y la sorpresa mezclada en su rostro. Él se encontró presente cuando la dependiente mencionó lo que sucedería si la otra vivía.

La muchacha se afirmó a la manta, se levantó y trató de dirigirse dentro del hospital. André tomó su muñeca, suplicaba en silencio que no tratara de conseguir otra solución, no quería perderlas a ambas. Lucille inspiró, se inclinó hacia él, le proporcionó un pequeño beso en la frente, lo cual logró que aflojara su agarre y continuó con su camino hacia adentro.

Se dirigió hacia la cafetería, donde esperaba encontrar a cierta persona. En el mostrador, un doctor joven se encontraba frente a aquella dependiente la cual era una especie de maldición. La muchacha se acercó decidida, debía de haber otra forma.

—Así que no solo eres bella, también adivina. —Lucille rodó los ojos al escuchar el terrible coqueteo del doctor, la dependiente solo lanzó una ligera carcajada y dejó que continuara con su habla—. Entonces, ¿cuál es nuestro futuro?

—Ninguno, porque su futuro inmediato soy yo —intervino Lucille asqueada—. Y tú —señaló a la chica castaña—, tenemos que hablar ahora.

La dependiente despidió al doctor, quien se encontraba confundido por las palabras de la chica. Después de hacer sus propias conclusiones, se escandalizó un poco, sin embargo, no dijo nada.

—¿Qué sucede? —preguntó la dependiente mientras le daba un vaso de unicel.

—Hipotéticamente hablando, si Mónica quien es que tiene las cartas hace su decisión, ¿no hay forma de evitarla? —cuestionó la muchacha.

La dependiente enarcó las cejas.

—¿Quieres ir en contra de la magia? Interesante, debido a que este mundo nunca ha dependido de ella—comentó ella con tranquilidad.

—La magia no ha hecho nada bueno por mí, ¿o tú recuerdas alguna? —espetó la muchacha con los brazos cruzados.

—Tendrás la posibilidad de vivir, ¿no es lo que querías? Después de todo, ella no tiene ninguna razón. —Lucille apretó los labios—. Antes dijiste que no querías morir, que querías recuperar tus recuerdos de tu vida pasada, ¡felicidades! Ahora tendrás recuerdos y una nueva vida. Esas son cosas buenas que la magia ha hecho por ti.

Lucille bajó la mirada, debía sentirse contenta, aliviada y agradecida. Sin embargo, los sentimientos eran todo lo contrario a eso. Quería rebatir, pero, ni siquiera un buen argumento se asomaba.

La dependiente mantuvo el silencio y le acercó un pequeño vaso de unicel. La muchacha lo aceptó en silencio, dio un sorbo, después, por fin se dignó a alzar la mirada. No caían lágrimas, no obstante, se podía leer el dolor en esos ojos irritados e hinchados.

—¿Por qué son así? —preguntó en un casi susurro—. Se supone que ustedes controlan todo, ¿no pueden evitar este tipo de cosas

—Cariño, el que tengamos poder no nos hace todopoderosos —explicó la dependiente con suavidad—. Nadie con magia tiene esa libertad. Tenemos reglas que nos rigen, las cuales si son rotas, las consecuencias pueden ser desastrosas. —Lucille escuchaba en silencio, sin dejar de tomar el líquido caliente que le proporcionaron—. Lo que tratamos de hacer ahora, es limpiar el desastre de una de nuestras compañeras, lo cual es difícil. Este mundo no está hecho para la magia, debemos intervenir lo menos posible.

Los ojos grises de la muchacha, encararon a su interlocutora, el dolor fue intercambiado por sorpresa. La mirada de la dependiente brilló con confusión.

—¿H-ay más? —cuestionó Lucille con palabras entrecortadas. La mujer castaña no negó ni afirmó, sin embargo, los ojos de Lucille no se  despegaban de ella, donde se reflejaba su confusión—. No, eso no es importante —reaccionó en un intento de mantener la calma—. Dices que este mundo no está hecho para la magia, ¿por qué intervinieron?

—Una larga historia, con una protagonista que pronto será castigada —suspiró la mujer.

—Es que no lo entiendo, estuvieron entremetiéndose desde que esto empezó, ¿y ahora me sales con esto? No intervenir y esas cosas. Ustedes mismos son inconsistentes con sus palabras.

—Cariño, los humanos no entenderían. Por más que lo explicara, es posible que suene ilógico. Solo apégate a lo que viene; la decisión de Mónica. A lo demás, no le des vueltas.

Lucille apretó los labios. Sin pensar nada, dejó el vaso frente a la dependiente y caminó de regreso hacia la salida del hospital. André estaba ahí, a su espera. La muchacha sonrió, era lo único que le podía regalar en ese momento, un consuelo efímero.




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