Entre los escombros de la batalla anterior, se abría un nuevo conflicto.
El exorcista despierta, al intentar moverse nota que su cuerpo estaba siendo sujetado, la forma de aquellas figuras de metal que sentía, hiniviendo sus facultades, llevó a su mente la imagen mental de una cadena.
—Es de verdad —dice la voz del chico —aseguré bien tus manos para que no pudieras utilizar tus trucos de magia.
—Haz lo que quieras conmigo, jamás obtendrás lo que sea que busques de mí.
—Solamente busco respuestas.
Entre los movimientos, tan inútiles como bruscos, que hacía el cautivo con el fin de liberarse, caen sus lentes, develando dos globos oculares, que como un lienzo, se encontraban en blanco. De este modo, el joven podía entender porque usaba lentes de sol en lugares oscuros, se trataba de un hombre ciego.
—No puedo sentir la presencia de las demás criaturas infernales —dice el exorcista —tampoco siento la de mis hermanos... Todos están...
—Muertos —interrumpe— han sido asesinados, y todo el templo, conocido como el Vaticano, está en ruinas, estamos ahora parados sobre ellas, es posible que no lo recuerdes, pero toda esta gigantesca estructura cayó sobre nosotros.
—¿Como sobreviví? —pregunta confuso y atónito.
—Te salvé.
—Ya recordé —exclama— MALDICIÓN —grita a toda voz— ¡Escaparon! ¡Lo tienen! Ya no hay esperanza, ya no hay esperanza.
El individuo hablaba entre gritos y ensordecedoras exclamaciones, dejó la cordura a un lado para entregarse a una breve locura.
—Cálmate —le dice Kevin, sujetándolo— dime ¿qué era lo que se llevaron?
—Era el príncipe de las Tinieblas, Abadón.
Kevin lo suelta y retrocede, un escalofrío extraño recorrió su cuerpo al escuchar ese nombre, una brisa helada acarició su columna vertebral y volvió a ser rehén del miedo.
—Tienes que dejar de ser un maldito cobarde si quieres salvar a la gente que te importa —menciona aquella alma, haciendo eco en el interior del jóven.
El exorcista detiene sus alaridos y fija su mirada en Kevin, aunque sus ojos eran inútiles, podía ver el alma del muchacho desde su interior.
—Veo a dos personas en lugar de una -
—dice el hombre con una voz más serena— en el enfrentamiento había muchas almas demoníacas, por eso no pude sentir la presencia de un chico, según veo, no estás de rehén, viniste aquí por voluntad propia, en todo caso, solamente eres rehén de la situación. Puedo sentir la confución que atraviesas ahora, hace años me quité la vista para poder ver todo lo que mis ojos no podían captar, desde ese entonces, mi vida entera ha sido puesta al servicio de un bien mayor. Verás, no era más que un simple sacerdote, hasta que pude presenciar las calamidades que se encuentran en la oscuridad, entonces juré proteger a las personas de esas abominaciones, y luego de años de servicio, me asignaron a guardar aquella celda, pero mi función terminó cuando me la arrebataron, puedes irte y dejarme morir aquí si quieres, aunque, en tu corazón veo, que no lo harás.
—¿Por qué solo había un hombre cuidando la celda del demonio más temido? —pregunta el joven.
—Querían que sea un secreto, con más guardianes la noticia se abría divulgado.
—Esa respuesta no me convence en lo absoluto.
—¿Qué quieres decir?
—Que sospecho que algo anda mal en todo este asunto, había muchos guardianes en la entrada, pero solo uno aquí.
—Soy el más fuerte y hábil de entre todos ellos, por eso me destinaron aquí —dice con un tono desafiante.
—Y aún así no pudiste detener a Abyzou, el demonio con forma de mujer que atacaste, a lo que voy es que era una responsabilidad muy importante para un solo hombre. En fin, ¿Cuánto tardarán en liberarlo?
—La celda tiene un seyo, tardarán siete días en removerlo.
—Espero sea el tiempo suficiente —dice el vampiro, para romper las cadenas con su espada y emprender marcha entre los escombros.
—Hay una cosa más que debo decirte
—menciona el exorcista.
El joven se detiene y se dispone a escucharlo.
—El alma de esa criatura desgasta tu cuerpo y tu vida, mientras más uses esos poderes, más te afectará.
—De modo que estos poderes son una bomba de tiempo, entonces solucionaré este lío rápido.
Envueltos en las sombras que emergen de la oscuridad, el jóven y el otrora líder de los vampiros, se marchan del lugar.
Su destino era incierto, ¿Dónde buscar? ¿A quién preguntar?, Estas cuestiones retumbaban en su cabeza mientras sus pasos, caminaban marchitos, en una demolida calle de la gran Italia.
El peligro no se mantendría alejado por mucho tiempo. Desde la ocuridad que proporcionaban los callejones, eran acechados por un gran enjambrede alimañas, sus garras, sonaban como cuchillas metálicas en el asfalto, se movían con rapidez, pues ya habían olfateado a su presa.
Las criaturas se posaron frente a Kevin, cubrían más de cien metros de pavimento, tenían el tamaño, y el físico, de un galgo enorme, su piel era blanca y grisácea, carecían de ojos, sus caras estaban adornadas con una enorme fosa nasal, debajo de ella, en sus fauces, resaltaba el rojo sangre, lucían hambrientos, deseosos de comer.
—Son bestias del séptimo piso —dice Drácula— se los conoce como los carroñeros del infierno, se mueven en manada, no suelen atacar directamente, solo en excepcionales ocasiones, cuándo la presa se ve solitaria y desprotegida, como ahora.
—Se llevarán una sorpresa —dice Kevin, acto seguido, manifiesta sus pistolas, que habían hecho sangrar a muchas almas del infierno, y con una expresión seria se prepara para el combate.
Algo sorprende a las bestias, un rayo de luz cae del cielo apartando las nubes a su paso, se para firmemente ante aquellas criaturas, y aunque parecía un hombre normal, los mounstruos proliferan gritos de angustia y de terror con su presencia, e intentan escapar, como ratas frente a un felino.
Entonces, un segundo rayo es disparado desde lo alto, antes de tocar el ário suelo, fue detenido por la mano derecha de ese sujeto, se trataba de una espada, cuya hoja, tenía casi dos metros de diámetro, dando un golpe al aire libera una fuerza expansora que extermina a los carroñeros, sin lastimar ningún objeto que se interponía entre ellos.