El profesor Arron ha dejado la mortalidad hace tiempo, transcedió a la inmortalidad a través de la ciencia y el espiritismo. En el siglo XIX alcanzó esa meta, aún cuándo hasta el más inepto de sus alumnos lo consideró un loco, él lo logró.
Habiéndose adentrado en el mundo de lo espiritual y sobrenatural, conoce a la perfección detalles que los astros ignoran, sin embargo sólo una ubicación privilegiada es lo que necesito, este es el motivo de mi visita.
La aridez de las rocas y lo alejado del bosque cumplía un recorrido tenebroso, lo sombrío se hacía presente en aquellos árboles, tan viejos como la tierra, su corteza agrietada te hace entender que el tiempo pasa, que nada es eterno, que hasta los seres más imponentes terminarían entre el polvo y la ceniza.
Arron siempre fue bueno ocultándose, una cueva, echa de piedra, en el medio de un bosque maldito, puede ser el lugar perfecto para escapar de los ojos del hombre.
Su aspecto era como lo recordaba, un traje formal, que usaba en aquellos días dónde practicaba la docencia, tenía el respeto de sus alumnos tanto como el de sus colegas, o eso era antes de que su vida fuera desviada por la locura, lo único que tiene para rememorar aquellos años de felicidad es su chaleco marrón y su camisa blanca.
—Ha pasado el tiempo en esta tierra, con todo lo ocurrido imaginé que un día vendrías —dice Arron, de espaldas a nosotros, sentado en su pequeño escritorio, acompañado de distintos materiales de química, con los que parecía estar trabajando.
—¿Estás al tanto de todo lo ocurrido? —responde Kevin.
—No entiendo por qué fuiste a poseer a un niño —dice el profesor, de manera despectiva— debiste buscar al más infame asesino, y hacerlo tú esclavo.
—Quería ser diferente a las demás almas del infierno —responde— por eso busqué un alma noble.
—Siempre estás haciendo las cosas del modo difícil Morgan.
—¿Morgan?
—¿Ya lo olvidaste? —dice poniéndose de pie y volviéndose hacia el joven— Solía llamarte Morgan, ya que me recordabas a un alumno con ese apellido, era muy vivaz y activo, no le gustaba quedarse quieto, esa disciplina lo hubiera llevado muy lejos... Si el cáncer no tomaba su vida.
Un breve silencio se apoderó del momento. Su mirada se desvío hacia el suelo, dónde una expresión reflexiva tomó el control de su rostro, atrapandolo como rehén.
Su cabello era cano y tenía un monóculo en el ojo izquierdo, el cuál estaba rodeado por venas, que parecían estar a punto de explotar. Lentamente se quita el lente y deja ver un globo ocular blanco.
—Este ojo es el secreto de mi inmortalidad —dice señalándoselo con el dedo índice— al descubrir los secretos del otro mundo, este se llevó mi órgano ocular para permitirme ver todo lo que no podía, con el tiempo perdí el hambre, luego la sed y también el sueño, tampoco segrego algún tipo de sustancia, en el calor más agonizante no derramé una gota de sudor, y en el invierno más implacable ni una vez he temblado, vi morir a mis seres queridos y nada parecido a la tristeza y la angustia me agobio. Abandoné toda mi humanidad, mis recuerdos más bien parecen sueños de una vida pasada, eres la única persona con la que hablo en más de un siglo, y eso no me interesa en absoluto, solo dime a qué viniste, aunque puedo deducirlo.
—Buscamos la espada llamada Milenio —Responde Kevin.
—Imaginé que vendrías aquí buscando otro tipo de respuestas, llegarás a ella a través de un portal, que encontrarás en el interior del estómago de Belphegor, el demonio de la pereza, no está muy lejos de aquí, pero deberás ingresar a sus entrañas cuando esté dormido, ya que de otra forma, acabará contigo. Se oculta detrás de las montañas, luego de devorar ciudades y pueblos, duerme hasta el día siguiente, y se levanta para volver a atacar. Te deseo suerte, si es que aún crees en ella.
—Gracias —responde el joven —vendremos a verte cuándo el trabajo esté hecho.
—Espera Kevin —dice el alma en su interior— tengo algo más para preguntarle...
—¿Tienes alguna idea, o hipótesis, que explique cómo se abrieron las puertas? —pregunta Kevin.
—Solamente hay una forma de abrirlas, es con el rompecabezas del carcelero.
El chico toma una expresión confusa, que deja por hecho que no entendía de lo que hablaba, lo que lleva al profesor a desencadenar una explicación.
—Por tu rostro veo que tendré que explicártelo, en el inicio de la creación, los ángeles impusieron de manera autoritaria una serie de leyes y reglas, que debían ser respetadas al pie de la letra, y con el fin de torturar a todos aquellos que fueran contra de sus palabras, buscaron a alguien que sea capaz de encarcelar sus almas eternamente, y lo encontraron, Eterno, es el nombre del Jorobado, cuyas manos, construyeron los once pisos del infierno, para preservar sellada aquella inmensa puerta, fabricó un rompecabezas y tragó las piezas, una por una, aprisionandolas en su vientre, quién haya desatado esta calamidad tuvo que haberlo asesinado, lo cuál, parecía una tarea titánica, debido al inmenso que poder que poseía.
—¿Tienes en mente a alguien? —responde el joven.
—No fue alguien de este mundo.
Con un ademán cansado, se volvió lentamente a su escritorio, dónde tomó asiento y volvió a sus labores, Kevin supo que era el momento de marcharse. Se dió cuenta que a cada paso que daba, más cosas les eran reveladas, por cada dato que obtenía dos preguntas surgían, el camino era decorado por un sin fin de incertidumbres.
—Ni en la vida, como en la muerte, había llegado hasta mis oídos esa historia —dice Drácula— puedes relajar ese corazón tuyo, que golpea como tambor debido a tus miedos, cuando en tus manos puedas blandir esa espada, serás capaz de darle batalla a cualquier tipo de criatura, tanto angeles como demonios podrán sucumbir a tu poder.
—Me alegra que tengas tanta confianza —responde el joven, con ironía, a sus adentros.