En lo alto de los cielos, allá, donde sucumben las nubes, un ángel desterrado emprendía vuelo, trayendo consigo estruendos de tormenta.
Solitario recitar interno de Lynx:
Mi soledad es el reiquem que colma un eterno funeral. Desde que te arrebataron de mis brazos, todo ah sido oscuridad y silencio, la distancia que pueda recorrer con mis alas es vana, ya que no llegaré a tu diáfana mirada, toda la oscuridad se ve luminosa, en mi mar de tinieblas.
En su momento, conocí la luz que abunda en los cielos, pero en este día, la luz que encandilará este mundo, es la de las llamas de mi venganza, aquel paraíso se verá oscuro sin sus ángeles, y lucirá desierto cuando sus cadáveres se pudran bajo mis pies. Desterré a mi único rival a xechasmos, y tomé su espada, blandiendo esta arma mi poder no conoce límites, amor, mi amada, hoy tu muerte será vengada.
Desde lo alto ve a sus tropas, las cuales llegaban tan lejos como la vista lo permitía, eran un ejército colmado de seres infernales.
Abandonando su flameante volar, Lynx, toca tierra, contemplando la aridez del desierto y el tamaño de las montañas, se acerca, a paso calmado, pero firme, hacia la prisión de Abadon, el rey demonio.
Su mirada de desprecio choca una vez más contra aquel pequeño compartimento gris, el cual medía apenas un metro, y era un testigo más de la crueldad de los ángeles, ya que ese objeto metálico y diminuto, contenía a un ser capaz de tumbar montañas con solo caminar.
La mirada de sus fieles se mantenía en el tormentoso cielo, dónde la sombra de ordás angelicales se dejaban ver, su figura parecía el sonido de mil campanadas, anunciando que el momento había llegado.
Los ojos de Lynx se llenan de pasión, irá, rencor, pero también temor. Una sensación de calor subía por toda su espalda, llenándolo de ansiedad, por lo qué blande la espada de Milenio y, remueve el último seyo de Abadon, haciéndo añicos su prisión de un golpe.
La combinación de luz y sombras se hicieron presentes decorando su salida, la tierra se estremecía a cada segundo, y la pasión en el corazón de los demonios rebosaba al sentir de nuevo la energía oscura de su soberano.
Desde el polvo que se levanta del suelo, hasta las nubes que bailan en el cielo, llega el huracán de oscuridad que se desprendió de aquella celda, ante los gritos de jubilo de las criaturas del infierno, y la mirada lejana y atemorizada de los ángeles, las espeluznantes extremidades de Abadon se vuelven visibles.
No había existido jamás abismo tan grande como aquel en el que nos sumergía su sola presencia, su cabeza era coronada por dos grotescos cuernos, los cuales parecían montañas, su cara asemejaba humanoide, con la piel negra y arrugada, como si fueran bolsas colgantes, en sus ojos habitaba el brillo, aunque eran circulares y parecían repletos de moho.
Quienes eran capaces de ver sus tobillos, no llegaban a ver su nuca, debido al tamaño de aquel rey, que respiraba nuevamente reclamando su reinado. Las criaturas que moraban en los once pisos del infierno estaban a su espalda, al fin, comenzaría la batalla.
Los ángeles atraviesan las nubes, viendo a su rival cara a cara, dispuestos a demostrar porque son ese tan temido ejército celestial.
Al ver a esos seres alados, la rabia de Lynx se desencadena volviendo a la hoja de la espada Milenio roja como el fuego. De su garganta se escapa un rugido que logra romper el viento, dando así la campanada inicial de la contienda.
Los ángeles van hacia la tierra y los demonios abandonan el polvo para aspirar el cielo.
Con el primer impacto de estas hordas, la tierra se agrieta, revelando el rojo resplandor del magma, donde los cuerpos de los ángeles se iban fundiendo, Lynx, con su excesivo poder, tomaba sus vidas y se bañaba en su sangre.
Abadon con sólo respirar, desprende de cada uno de sus poros un incontable enjambre de langostas, pero no se veían como insectos comunes, parecían estar reforzados de una coraza de hierro, como si fueran jinetes sobre su corcel.
La nube de insectos penetra el batallón de ángeles nublando su vista por completo y propinándoles heridas mortales.
Los ojos de Linx ardían entre llamas de venganza y gozo, estaba viendo como se consumaba el sueño de su vida, pero bastaba con la presencia de un cabo suelto para que el sueño se transforme en una pesadilla.
De pronto, atraviesa el campo de batalla a una velocidad endemoniada, un rayo de color morado, dejando una estela violeta a su paso, ignorando su entorno, impacta directamente contra el pecho del rey demonio, provocándole una herida del tamaño de su propia cabeza.
La encarnizada batalla queda congelada, el escándalo de la pelea fue acallado por los suspiros que escapaban de su garganta, aquel ejército de langostas de desintegró junto con los latidos de su corazón, y ante la mirada triste y desgarradora de su pueblo, Abadon cae.
Lynx mira sin entender todo lo que acontecía, pero poco tiempo es empeñado en descubrir quién fue el autor de tan mortal ataque.
Reconoce a los objetos de Milenio brillando junto con la fase demoníaca en todo su esplendor, era Kevin, quien se mostraba ante ellos en su forma definitiva, impávido, frente a una gran tormenta.
Lynx, dando un brusco final a su basilación, ataca reanimando así el fuego de la batalla, se lanza de manera brava y embiste al joven con su espada, el cual lo detiene con su escudo, sin que le genere mayores problemas.
—Debí haberte matado, ahora enmendaré mis errores —dice Lynx entre gritos.
—¿Y qué estás esperando, música de fondo?
Este choque trae a su cabeza la batalla que tuvieron en el desierto, donde con una gota de sangre había podido ver su historia, esta vez no hubo sangre, solo un crudo impacto.
Lynx usa sus alas para protegerse, las que parecían acorazadas debido a su nuevo poder, sin embargo, las estocadas de Kevin eran tenaces, manejaba a la perfección la lanza de Milenio.