Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 1

Bill abrió los ojos.

Le costaba trabajo acostumbrarse a la luz que rodeaba su agujero al que ya se había adaptado. ¿Por qué el sol golpeaba tan duro aquella mañana? ¿O era de noche? Bill no lo sabía. 

Tanto tiempo encerrado en la Pirámide lo había trastornado por completo. Un castigo peor que la muerte. Un castigo peor a todos sus miedos. Sin embargo, el muchacho había tenido compasión con él después de todo lo que había causado, de todo lo que había hecho anteriormente. 

Bill suspiró.

Le dolía un poco la espalda, por haber pasado tanto tiempo recostado de un mal modo. Al momento de levantarse, se estiró y sintió su sangre recorriendo cada parte del cuerpo. 

—Tinieblas —soltó de repente.

Se espantó de su propio comentario, que cayó al suelo y se apartó hasta quedar totalmente apartado dentro de su cueva. 

¿Por qué lo había dicho? ¿Acaso tenía que ver con la Isla? 

Después de haber sido vencido por Dylan, mucho tiempo atrás, Bill sabía que su pago sería la muerte. El muchacho, al reconocer que no era tan despiadado como él, y que no se rebajaría a tal nivel, lo perdonó y encerró en el interior de la Pirámide. Nadie sabía de él. Nadie podría encontrarlo, ya que sólo el líder de la Isla era capaz de encontrar la Pirámide, o ayudar a alguien más para poder saber su ubicación. Y Dylan jamás permitiría que alguien se acercara lo suficiente como para saber que Bill, el autor del caos dentro del Triángulo durante tanto tiempo, seguía con vida. 

Y así sería por el resto de sus días. 

A Bill le costaba creer que todo eso hubiera pasado así. ¿Cuánto tiempo tenía sin ver al muchacho? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? Sabía que el chico estaba en la Isla. Había decidido volver después de ganarle, de lograr salvar la Pirámide, restaurar la Isla, y mantener la Isla Opuesta en su sitio. En las tinieblas. Lo sabía. Sin embargo, el muchacho no se había molestado en hacerle una visita. ¿Qué educación había recibido en casa? ¿Owen no le había enseñado a ser alguien manso?

Sin embargo, tampoco lo esperaba. Estar encerrado en la Pirámide debía ser el tormento de Bill para siempre. Un castigo lo suficientemente fuerte para que pudiera arrepentirse por el resto de su vida, que… estando dentro de la maravilla, no tenía una fecha límite.

Algo se escuchó fuera de su agujero. Una persona había entrado a su pequeña prisión naturalmente improvisada. ¿Quién sería? ¿De quién se trataría…? 

El ruido de más personas cayendo a través de la fuente despertaron su curiosidad por completo. 

—Muy bien —soltó la voz de una mujer que Bill jamás había escuchado en su vida, pero sin duda alguna estaba en los interiores de la Pirámide—. ¿Qué demonios es este lugar?

—La Pirámide es la vida de la Isla, toda la Isla... —era la voz del muchacho. Dylan. El líder de la Isla—. Cambia por fuera, cambia por dentro. Excepto por los sitios que uno memoriza.

—¿Qué hacemos aquí, Dylan? —preguntó otra mujer. Conocía su voz. Se trataba de la chica que siempre estaba con él. Selina.

No podía esperar a que la excursión del muchacho terminara. Necesitaba saber qué estaba haciendo ahí. 

—¿Qué haces aquí? —masculló.

Un muchacho se acercó a la caverna. Al agujero dentro de aquél extraño mundo que la Pirámide misma había adaptado para la vivienda de Bill. Un chico algo, con el cabello mojado debido a su paso en los interiores, una barba poco notoria, y con las ropas llenas de mugre, un poco de sangre y tierra apareció ante su mirada.

—Necesito tu ayuda —dijo Dylan.

—¿Mi ayuda? —respondió Bill, con un tono de burla—. ¿Qué clase de ayuda requeriría el famoso líder de la Isla como para venir en mi búsqueda?

—Sabes lo que ha estado ocurriendo en la Isla en los últimos días —dijo Dylan, con firmeza, el semblante endurecido, y la voz bastante fuerte.

Por supuesto que sabía lo que pasaba. La Pirámide era la vida del Triángulo, y al estar en su interior, Bill podía ser testigo de lo que la maravilla sentía. 

—Claro que sé qué pasa aquí, este siempre será mi hogar aunque tú me lo hayas negado.

—Necesito detener a Ben —terció Dylan—. Y tú vas a decirme cómo.

Bill se levantó de su lugar y caminó directamente hasta los barrotes de metal que sellaban su destino. Alzó ambos brazos para sujetarse de ellos y ver al chico directamente a los ojos. Le dolían las articulaciones. Sus manos, sin piel y sin músculo, mostraban unos huesos de color negro, y algunas venas seguían en su alrededor. Ya no los sentía. Cualquier humano normal hubiera sentido un agudo dolor al tocar cualquier cosa material en aquellas condiciones. Pero Bill no. Él no era un humano normal. Ya no. Y todo gracias al muchacho.

—¿Acaso crees que...?

—Bill —lo calló Dylan—. Vas a ayudarme, te guste o no.

Bill soltó una carcajada.

—Muchacho, muchacho, muchacho... —murmuró para sus adentros—. ¿Vas a liberarme de esta celda, o esperarás a que alguien más muera para darte cuenta de que yo soy el único capaz de vencer a mi hijo?

Porque alguien había muerto. Más de una persona, de hecho. La Pirámide lo sentía. Muchos piratas habían caído en el Puerto, y aunque Bill no había presenciado aquella batalla, la Pirámide sí lo había hecho. 

Le costaba trabajo entender que el muchacho lo había buscado para eso. Ben. El hijo que prometió jamás meterse en asuntos del Triángulo. ¡Cómo deseaba rodear su cuello con las manos y tronarlo sin piedad alguna…!

Dylan sonrió.




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