Lo que al principio pareció comenzar como un paseo en bote resultó ser algo un poco más tétrico de lo que cualquiera hubiera esperado en ese momento. ¿Y quién no? Ir en una embarcación pequeña a uno de los barcos fantasma más populares de los mitos y leyendas del mar era ya algo bastante peculiar. El único que se mostraba emocionado era Max.
Lesaro estaba en la parte de popa del bote, con un par de remos, trabajando muy bien el músculo de sus hombros al remar. Cooper y Scott lo miraban de reojo, temiendo que en algún momento del viaje se volviera maligno y los matara con la espada que tenía en el cinturón. Selina y Liam, en cambio, se encontraban detrás de ellos, observando con atención a los alrededores, al igual que Dylan y Bill, que iban en la proa. Detrás de ellos, Max junto con Luna, Miranda, y por último, Han.
El trayecto duró casi dos horas. El bote iba demasiado rápido como para ir siendo conducido por un solo hombre, cosa que impresionó a los Pasajeros. Después de que el río pasara por la jungla, se internó en un valle que siguió su curso hasta perderse entre un mar de árboles que cubrieron por completo la salida del sol.
—¿El Holandés Errante? —saltó Max en cuanto Dylan le explicó el plan, mientras se perdían el amanecer—. ¿Estamos hablando del barco de los malos en Piratas del Caribe?
—Sabía que diría algo así —murmuró Miranda, poniendo los ojos en blanco.
—El mismo —terció Scott—. Pero, ¿qué no su capitán era un hombre con tentáculos? ¿Davy Jones?
—Davy Jones, en las leyendas, es conocido como el Diablo del Mar —indicó Cooper, intentando recordar lo que había leído en una de las revistas del aeropuerto de Fort Lauderdale—. Su famoso casillero es como el inframundo del océano.
—Entonces… ¿la película es una farsa? —preguntó Luna.
—¡Es sólo una película! —le atajó Miranda—. ¿Por qué les importa tanto algo producido por Hollywood?
—¡Sin embargo! —saltó Cooper—. Los hombres de… bueno, del barco del Holandés, no pueden tocar tierra. Ni uno solo.
—¿Toda la tripulación? —preguntó Han.
—¿También tú? —le reclamó Miranda, molestándose.
—¡Absolutamente toda! —respondió Cooper.
—Menudo grupo el que te has topado —musitó Bill, sonriendo ante Dylan.
—
Los glaciares era la parte menos preferida de Dylan en la Isla. Las criaturas que allí vivían no eran del todo peligrosas, pero tampoco eran muy amigables. Se trataba de osos polares, pingüinos e incluso focas; sin embargo, en el mar también había orcas de inmenso tamaño, así como peces de hielo. Así es. Criaturas totalmente hechas de hielo que podían ser desde pequeños pescados, hasta inmensos cuerpos de extraña forma de las mismas propiedades.
Claro estaba, el grupo no corría peligro debido a que el líder iba con ellos. Dylan era respetado por todas las criaturas de la Isla. Él mismo había pasado un poco de tiempo con algunas de ellas para así ganarse su confianza.
—¿Por qué demonios habría… un barco… en esta parte de… la Isla…? —tirititó Max pasados unos minutos.
Era entendible. El frío que comenzó a hacer los golpeó de repente. El cambio radical, tanto en el clima como en las propiedades del ambiente, convirtió el agua en hielo, y el aire en un poderoso fresco de invierno.
—¿Tendremos que seguir a pie? —preguntó Miranda, en cuanto el bote se detuvo ante los obstáculos del clima.
—Nada de eso —clamó Lesaro, quien se bajó del bote y comenzó a caminar por el suelo congelado.
—¡Wow! —bramó Max, sorprendiéndose—. ¿Qué no podían tocar tierra?
—Esta Isla no es tierra común y corriente —se defendió Lesaro sin hacerle mucho caso al grupo que estaba en su bote.
Metió la mano en su interior, sacó un arpón viejo y oxidado, y comenzó a raspar el hielo.
Pareciera como si aquél día fuera el primer día de trabajo para muchos de ellos. Luna y Max bajaron a ayudar a Lesaro con las pocas armas que tenían como espadas o flechas. Liam fue el único que se adelantó lo más que pudo hasta llegar junto con Lesaro, a raspar las partes más duras y complicadas del hielo.
El trayecto hasta el mar abierto era de tan sólo quince metros. Si se apuraban, podrían proseguir en cuestión de minutos.
Una hora después, el río los había llevado directamente a un inmenso lago, rodeado por grandes montañas cubiertas de nieve, así como un extenso valle hecho completamente de hielo.
—¡Dios mío! —soltó Luna.
—Me recuerda a la Patagonia, en Chile —musitó Cooper—. O Argentina. Bueno, ambos países comparten el parque nacional. ¡Es bellísimo!
—Ahí está el Holandés —apuntó Selina.
En medio del lago, un gran barco de madera apareció frente a ellos. Sus velas estaban bien guardadas, y las ráfagas de viento congelado habían llenado de nieve algunas sogas y la cubierta misma. Los cañones, completamente congelados, tenían algunas marcas en un idioma que nadie pudo entender. ¿Sería el famoso lenguaje de la Pirámide?
No se veía mucho movimiento a la lejanía, pero los murmullos, las canciones del mar y las risas podían escucharse casi a la distancia. El Holandés debía de medir, por lo menos, unos cincuenta metros de longitud, y en su interior había tres cubiertas. En cuanto el bote dirigido por Lesaro llegó a su costado, múltiples cuerdas mojadas, con un poco de moho y algas en ellas, cayeron desde su segunda cubierta.
—A subir —dijo Dylan.
Su ascenso costó un poco de trabajo. Mientras Lesaro y Liam sujetaban las cuerdas a los aparejos del bote, el resto de los Pasajeros se encargó de subir a bordo. Al principio fue un poco difícil, ya que tenían que cargar su propio peso y mantenerse así antes de que el hielo y el frío los vencieran y cayeran al agua helada.
Una vez que estuvieron en la cubierta del Holandés, se quedaron helados.
Sus dos mástiles centrales también estaban cubiertos de hielo, y el suelo de su cubierta estaba tan mojado que parecía que una tormenta había caído en aquel lugar. Había otros dos botes, congelados, en su interior, así como un conjunto de barriles con pólvora, balas de cañón, y un conjunto de cuerdas de gran tamaño.