Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 8

—¿Hundirnos en el…?

—¡ATENCIÓN, RUFIANES! —gritó el Capitán Willem comenzando a caminar por la cubierta del Holandés—. ¡Preparen velas! ¡Alisten sogas y mantengan el rumbo directo al Torbellino! ¡Es el momento! 

Todos los que estaban a su alrededor gritaron con alegría, entusiasmo y emoción al mismo tiempo. Dylan, en cambio, comenzó a reunir a los Pasajeros en el centro de la primer cubierta, donde ahora Willem tomaba el timón de la nave.

Cooper y Scott fueron los primeros en llegar con él y con Bill. La energía que sentían debido a la situación era bastante notable; incluso Max, al lado de Luna, expresaba sus emociones y sentimientos revelando que si eso fuera una película, tendría un fondo musical lo bastante activo para mantener a todos despiertos, erizando la piel de los espectadores por el emotivo momento. 

—¡Lesaro! —le gritó el Capitán Willem—. Necesitamos cadenas. Algo con que mantener a los mortales dentro del barco el tiempo suficiente.

—¿Para qué requerimos eso? —preguntó Luna, sujetándose de una soga que pasaba por la borda del barco para así servir de pasamanos.

—El Torbellino es más fuerte de lo que crees —indicó el pirata mientras brincaba a la cubierta dos y se perdía escaleras abajo.

—¿Qué sucederá si caemos del barco dentro del Torbellino? —inquirió Miranda.

El Capitán Willem soltó una carcajada. 

—Sólo Dios sabrá en qué dimensión, y en qué tiempo, podrías caer. Sólo en caso de que te pierdas en el Torbellino.

Lesaro apareció con algunas cadenas enlazadas a grilletes demasiado antiguos. Cada uno de los Pasajeros, incluyendo a Bill y a Dylan, se colocaron un grillete en la muñeca, y el otro extremo de la esposa la anexaron al mástil principal, en la segunda cubierta. Las cadenas se extendían por varios metros, lo que permitía a cada uno la flexibilidad para moverse un poco por la nave. 

Estaban listos.

Unos minutos después, mientras el Holandés se internaba más y más mar adentro, las aguas comenzaron a agitarse. El cielo perdió su brillo, y unas nubes de gran tamaño, de color gris, comenzaron a poblar el mar. En pocos segundos comenzó a llover, y las ráfagas del viento golpearon con fuerza el barco del Capitán Willem var der Decken. 

—¡Esto no puede ponerse mejor! —gritó Max, sujetando su cadena con firmeza y se asomó por uno de los costados del Holandés. 

—¿Qué pasará cuando entremos en el Torbellino? —Luna se giró hacia la primer cubierta y gritó su pregunta hacia el Capitán Willem.

—Los vientos y la tormenta intentarán hundirnos —respondió él—. Pero, ¡JA! Mi barco no se puede hundir. No puedes hundir algo que ya no existe. 

El Holandés se tambaleó de golpe, ocasionando que todos en su interior cayeran al suelo. Eso, combinado con la fuerte tormenta que los estaba envolviendo, significaba que estaban cerca. Muy cerca.

—¿Qué demonios fue eso? —bramó Han, soltando un golpe a la madera mojada que estaba debajo de él.

—Seguro uno de los tiburones —terció uno de los marineros del barco—. Están intentando salir de la tormenta y dirigirse a la Isla. 

—Imposible —indicó Miranda, levantándose—. Un tiburón no tiene tanta fuerza.

—No si es uno pequeño —se rió el Capitán Willem, maniobrando el timón para dirigirse hacia los interiores de la tormenta—. Pero si es uno de cuarenta metros, como los hay por aquí, con más obviedad pueden volcar un barco sin problemas.

Scott se quedó paralizado en el piso.

—¿Acaso dijo cuarenta metros?

—¡TORBELLINO A LA VISTA, CAPITÁN! —bramó uno de los hombres de Willem, desde la punta del Holandés.

—Llegó el momento —terció el Capitán Willem, sonriendo—. No se suelten, no hagan nada estúpido, y por millonésima vez, sobre todo a ti Charles, no intenten pescar en este momento. Nos dirigiremos al abismo.

El Holandés tomó velocidad. Mientras más se adentraba en la tormenta, más ráfagas de aire y agua golpeaban su interior. Ni siquiera en la tormenta que habían vivido camino a la Montaña Flotante habían vivido una escena así. Por lo menos en aquella ocasión habían estado en tierra; ahora el mar eterno los rodeaba, y si algo salía mal, lo pagarían caro.

Finalmente apareció. El Torbellino.

Una gran cortina de agua frente al Holandés reveló un tornado de agua, de más de cien metros de altura, que se perdía entre las nubes, y soltaba grandes oleajes al golpear la superficie del mar. Su grosor debía superar los veinte metros, y sus ráfagas arrojaban pedazos de barcos por los aires. ¿Eran barcos que se habían perdido en el Triángulo? 

—¿Alguna vez lo habías visto? —preguntó Scott en un grito, aún en el suelo, mirando a Dylan, que estaba tan asombrado como él.

—Sólo en una ocasión —admitió él—. Antes escuchaba historias, relatos… hasta que tuve que utilizarlo para ir a una dimensión en específico.

Otra ráfaga golpeó al Holandés, y el grupo de Pasajeros se encogió por el frío. Todos estaban calados hasta los huesos. Luna y Max, un poco separados, pero pendientes ante el Torbellino; Han, abrazado a sí mismo, sujetando con firmeza el rifle, mientras que Scott, Cooper, y Miranda se abrazaban entre los tres para así cubrirse del agua que estaba inundando la nave. 

El único que parecía estar tranquilo era Bill, y Dylan sabía los porqués.

—¿Te recuerda a algo??

—La única entrada a la Isla Opuesta, desde el Triángulo, es por medio del Torbellino —dijo él.

Sólo sujetaba las sogas de pasamanos, por uno de los bordes del barco. Miraba atento al Torbellino, convencido de sus propias palabras. 

—¡Así que no es peligroso! —exclamó Scott.

—No quiero romper tus ilusiones —terció Bill—. No, olvídalo, sí las romperé. Muchos de mis hombres perecieron en ese conjunto de agua, aire, fuego y tormenta. ¡Oh! Y energía… no los he vuelto a ver desde entonces.

Scott palideció. 

—Déjalo en paz, Bill —le espetó Dylan.




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