Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 11

El Holandés emergió con gran fuerza por encima de aguas de color negro que rodeaban todo a su alrededor. Lo primero que pudo sentirse al momento fue el aire, fresco, único, entrando a los pulmones de cada uno de los Pasajeros. Todos estaban en el suelo, escupiendo el agua que había logrado entrar por sus bocas, o narices; algunos incluso tosieron. 

—¿Qué demonios…! —soltó Han.

—¿Están bien todos? —a Dylan le costó trabajo levantarse. Su cuerpo estaba tan mojado que le dolía moverse. Sólo una vez había vivido algo así en su vida. Conocía las leyendas del mar, sobretodo las del Triángulo de las Bermudas, pero no sabía que el Holandés Errante tenía esa curiosa manera de reaparecer entre las dimensiones. Era imposible que hubieran muerto, pero qué viaje acababan de hacer. Uno en realidad peligroso—. ¿Algún herido?

—¡Mis hombres pueden soportar vientos así de fuertes, señor Lewinsky! —gritó el Capitán Willem desde el timón—. Y no. Ninguno de nosotros está herido.

—¡Me refería a mi gente! —le atajó Dylan, ya de pie.

Le costaba algo de trabajo mantenerse en una sola posición. Sus sentidos iban regresando poco a poco a él, sin embargo, era el peor modo de transportarse de una dimensión a otra.

—¡No se apure, señor! —le indicó Lesaro, desde las escalas para subir a lo más alto del mástil principal—. Su cuerpo irá acostumbrándose poco a poco al cambio de dimensión. Por eso se siente tan aturdido.

—¡Ya entendí, ya entendí! —masculló el muchacho—. Gracias.

Era casi el mismo efecto que viajar por las raíces del Árbol Milenial, las líneas transversales que servían como portales dentro de la Isla. A Dylan no le agradaba en lo absoluto aquél modo de viajar. No sólo terminaba mareado, sino que olvidaba a qué parte de la Isla había llegado, de donde venía, y hacia donde estaba el norte o el sur. Recordó la primera vez que había viajado en un portal: Selina iba a la cabeza, y luego iba su amigo Matt. Estaban buscando la vieja Brújula de Dylan, en la Isla, que el muchacho había olvidado por accidente en la Colonia. Al momento de tomar el portal, Matt había actuado antes de tiempo, y los tres juntos habían sido transportados unos cuantos metros al frente. Para ser poca distancia, Dylan había caído de boca al suelo, y por unos segundos había olvidado los sentidos de la aguja del reloj, donde quedaba el cielo y donde la tierra, e incluso no recordaba cómo levantarse. 

Odiaba los portales, en absoluto.

Del otro lado de la cubierta, Scott fue el primero en lograr mantener un equilibrio en sus piernas, y con ayuda de una cuerda, se levantó poco a poco. También estaba mojado de los pies a la cabeza, y el frío viento que soplaba ocasionaron que el Pasajero sintiera escalofríos. ¿De quién había sido la brillante idea?

—¡Esto fue increíble! —clamó Han, levantándose tan rápido que a los pocos segundos dio un tropezón y cayó por la cubierta, mojada, hasta volverse a poner de pie—. ¿Podemos hacerlo de nuevo? ¡Esta vez con más emoción! 

Cooper seguía aferrado a su cadena, en la parte más alta del nido de cuervo. Estaba mareado, y uno de los hombres del Capitán Willem intentaba reanimarlo. No quería saber nada de nadie en ese preciso instante. Le dolía el estómago, los brazos, las piernas, e incluso sentía cómo un pescado intentaba salir de su calcetín. De todo lo que habían hecho desde aquél 21 de enero, aquello era lo más loco que había vivido y aunque escuchaba a Han gritar a los cuatro vientos que quería volverlo a hacer, Cooper estaba convencido de que no volvería a viajar en el Holandés Errante ni aunque le pagaran un millón de billetes. 

Sin embargo, lo más curioso del asunto radicaba en el cómo había llegado hasta el nido de cuervos del Holandés. ¿Qué tanto habría pasado bajo el agua mientras cruzaban de la Isla a la dimensión de la Isla Opuesta? No sólo era viajando debajo del agua, ¿o sí? ¿Qué tanto había debajo del Torbellino y a través de cuantas dimensiones habrían cruzado?

Bill era el único que no se mostraba tan afectado. Dylan sabía los porqués. Ya había viajado anteriormente entre ambas Islas, y el efecto que eso causaba ya lo sabía controlar. Manipular. Sin embargo, el hombre estaba en el suelo, escupiendo agua, y riendo por lo bajo. Lo estaba disfrutando. ¿Y cómo no? Había pasado los últimos años encerrado en una caverna, en el interior de la Pirámide. Cualquier oportunidad de vivir una aventura así era magnífica. 

—¿Estás bien? —Dylan tomó a Scott por el hombro y lo ayudó a quitarse el grillete de la mano.

—Sí, sí… no, no sé… quiero vomitar… —el grillete había dejado parte de su muñeca roja.

—Sí… Willem dijo que esto sería temporal.

—Espero que no le importe a los peces opuestos que vaya a… a… —Scott no terminó de hablar, dio un par de pasos al frente, tomó la borda con sus brazos y sacó todo lo que su estómago quería regresar de su interior.

—¡Qué asco! —bramó Han.

—¿Alguien puede decirme qué demonios acabamos de pasar? —preguntó Miranda.

La agente de la MI6 había terminado cerca de la proa del barco. Estaba totalmente aturdida, y cómo no iba a estarlo, si tenía encima varios ramos de algas y un par de peces que saltaban de aquí para allá. 

Cooper bajó del nido de cuervo con ayuda, tanto de Lesaro como de otro marinero cuyo nombre había olvidado, y se encontró en la posición de poder ayudar a su amiga a levantarse. Miranda se tambaleó al principio, pero logró mantenerse firme al cabo de unos segundos.

—¿Alguien puede explicarme, por favor, qué fue lo que…?

—El viaje entre dimensiones no es cosa de niños —terció el Capitán Willem, bajando los escalones de su cubierta y mirando con atención a sus invitados—. Cambias de aires, de gravedad, cambias todo lo que rodea tu universo. Me asombra bastante que ninguno de ustedes haya vuelto el estómago tan…

—¡Yo regresé mi desayuno! —le espetó Scott, con una mueca.




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