Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 17

Max y Luna tomaron el siguiente vuelo que iba hacia Nueva York. Era demasiado extraño lo que estaba sucediendo que ninguno de los dos se interesó en preocuparse por lo que Jeremías había llamado como un usurpador. Ninguno de ellos sabía qué era, pero resultaba un poco aterrador y peligroso. 

Salieron de casa de Max antes de que el sol se ocultara, el muchacho consiguió los boletos en menos de cinco minutos, así como una computadora portátil lo suficientemente apta y de gran memoria interna, para poder llevar a cabo todos sus planes.

—Aún no se actualiza con el software del año entrante —dijo él mientras tomaban sus asientos del avión y se relajaban por un momento—. Pero es suficiente. ¡Dios! ¡Qué bien se siente tener una computadora de nuevo! 

—No serías nada feliz en la Isla, ¿cierto?

—¿De qué hablas? 

—Sí —afirmó Luna—. Sin tecnología, sin un teléfono… aunque ese que compraste no está tan mal.

—Me importa más mi computadora que el tabique que compré en la tienda —se bufó Max—. Pero… no entiendo a donde quieres llegar.

—Tu vida es la tecnología… ¿vivirías a gusto si tu destino fuera terminar en la Isla, como yo, o como Dylan… como cualquiera de los que vive ahí?

No lo había pensado desde que habían dejado el peligro atrás. ¿Lo estaba considerando? Pensándolo bien, no se había planteado aquella idea desde el comienzo de aquella gran aventura. 

Todo había comenzado cuando Max, en Francia, tenía el objetivo de encontrar a los Pasajeros restantes. Encontró a Scott sin problemas, y poco a poco se fueron encontrando unos a otros. A partir de ahí, el querer escapar de Blackwood se volvió más una meta que una preocupación; de ahí, a buscar a Owen, luego el Calendario de Piedra, regresar a Fort Lauderdale, y luego la Isla. Dentro del Triángulo, los peligros aparecieron en cada esquina que el muchacho no tuvo el tiempo necesario para poner un poco de atención a los detalles que la Isla en sí le proporcionaba, 

Un lugar diferente y único. 

—Cualquier cosa puede pasar —le sonrió Max.

De repente sentía ganas de querer averiguarlo, pero no solo. Junto a ella. Luna había sido algo clave en toda la Travesía. En primer lugar, los había salvado de la penitenciaria junto con Jim. Luego, había sido de sumo apoyo en la Isla, ya que ella había tenido experiencias en su interior. Y ahora, los dos seguían los pasos de un propósito extraño, de la mano del Triángulo, que tenía que ver con James y Dianne. Los James y Dianne que nadie conocía, ni ellos mismos.

En cuanto los dos llegaron a Nueva York, se trasladaron a un hotel de bajo rango entre los suburbios. Luna fue la primera en dormirse, mientras que Max, sumergido en su computadora, conseguía los boletos de avión de James y Dianne para que al día siguiente pudieran unirse a aquella extraña encomienda. 

Creó un nuevo correo, bajo el nombre de fantasticfour@hotmail.com, y compró ambos boletos con algunos códigos que bajó de su disco duro. ¡Qué bien se sentía volver a sentir los dedos volando por el teclado, ingresando números, bajando datos, ingresando nombres e imprimiendo pruebas que más tarde serían borradas! Finalmente, consiguió ambos boletos, los guardó en su ordenador, y esperó a que el reloj diera las doce de la noche para volver a navegar por la red, activando el internet gratuito del hotel. Fuera gratis, o no, no sería problema para Max conseguir sus códigos de acceso. 

En cuanto llegó la mañana siguiente, Max tomó el celular que Jeremías había dejado sobre su mesa de noche, en el hogar donde había crecido durante toda su vida, y encontró los números que necesitaba. Los teléfonos de James y Dianne. 

Marcó el segundo, y esperó unos cuantos segundos antes de que una voz femenina, sin duda la de Dianne, respondiera.

¿Hola?

¿Señorita Brown? —dijo Max, con el corazón latiéndole a mil por hora. No sabía cómo haría funcionar aquél extraño plan—. Espero que no se haya quedado dormida.

¿Dormida? ¿De qué…? ¿Quién habla?

¿Quién habla? —soltó Max—. Soy su asistente, ¡Guillermo! ¡Tienes un vuelo el día de hoy, en unas horas! 

¿Un vuelo…?

A Nueva York, Señorita Brown… le mandaré su boleto por correo. Espero que tenga acceso a internet en donde esté. Es importante que acuda al seminario, ¡usted misma solicitó los primeros talleres!

Sí… yo… deme un segundo… no conecta mi computador.

¿Por qué haciendo todo al último momento? —Max hizo una mueca de querer reírse pero intentó no hacerlo—. Quedan pocas horas, le pasaré mi correo para que acceda, y pueda imprimir su boleto. 

El plan había resultado bien, por el momento. Ahora faltaba James… sin embargo, Luna admitió que no sabía mantener una broma, y que en esos momentos era crucial tener un buen semblante a la hora de actuar. 

—¡No puedo hacerlo! —se quejó ella mientras Max le lanzaba el teléfono—. ¡Nunca fui buena mintiendo! 

—¡No estás mintiendo! —le contradijo el muchacho—, tenemos sus boletos. Irán a Nueva York. Aunque… no sé en qué trabaja James. Sólo sé que gana muy bien…

—Sí, no es como Jim que era el asistente de Alonso…

—¡No cambies el tema! —la regañó Max—. ¡Marca ya! 

Luna tomó el teléfono a regañadientes, y marcó al primer contacto que había en su libreta de números. James Adams. 

—¿Hola?

¿Señor Adams? —la voz de Luna al principio fue un poco tímida, pero Max la animó con un guiño de ojo a que la chica prosiguiera.

—¿?

—Sólo quería notificarle sobre su vuelo de hoy.

¿El Atlantic… Tres Dieciséis? —Tanto Max como Luna se sorprendieron de la voz de James al preguntarlo. Se suponía que no recordaba nada… aunque ellos tampoco entendían ni un porcentaje del plan de los Salvadores.

—¡Qué gracioso, señor! ¡No, claro que no! Su vuelo a Nueva York, por supuesto. 




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