Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 18

Luna guardó el teléfono y corrió hasta el otro lado de la acera. Al detenerse, recargó ambas manos sobre sus rodillas y giró la mirada. El Usurpador no la estaba siguiendo, sin embargo, ya habían aparecido dos patrullas y una ambulancia y se detenían justo fuera del local de las malteadas. Un hombre había muerto. 

—¿Dónde demonios está Jeremías cuando se le necesita? —masculló Luna.

—Aquí atrás —dijo una voz siniestra.

—¡Con un de…! ¿Por qué les encanta hacer eso? —le espetó la chica, dándose la vuelta y soltando un ligero golpe al pecho del hombre vestido de traje, quien sólo hizo una mueca—. ¡Pueden matar a alguien de un infarto! 

—No, no pasaría. Lo reanimaríamos en segundos.

—¡Siempre con respuestas que nada que ver! —le reclamó la chica—. ¿Dónde estabas hace unos minutos? ¡Murió alguien! ¡Alguien inocente! ¡Murió al…!

Jeremías se inclinó un poco, y se quitó el saco para que Luna pudiese ver la marca de una mano de color rojo sobre su cuello. Era una herida al rojo vivo, una quemada bastante grave que el Salvador no se mostraba interesado en curar.

—Qué…

—Ardió. No, no ardió. ¿Soy buen actor? Debo admitir que quise probar la malteada color café espumoso que iba en la charola que usaron para noquear al Usurpador.

—Tú fuiste el mesero…

—Tomé su lugar porque sabía lo que iba a pasar. Ahora que ya lo vieron, ambos necesitan apresurar un poco las cosas… 

—Max desapareció, no sé dónde…

—Tu teléfono —le indicó Jeremías.

Luna no pudo ni preguntar a qué se refería, ya que en ese instante, el teléfono que el mismo Jeremías les había dado el día anterior comenzó a sonar. En cuanto lo tomó, supo que se trataba de Max. ¿Quién más podría tener el número de un teléfono que no debería existir, brindado por seres interdimensionales? Sí, sin duda el hacktivista debió poner alguna cosa rara en su interior para poder identificarlo.

—¿Max? —respondió Luna.

¿Me extrañaste? Me siento como todo un Bond… aunque el James Bond de Daniel Craig es mejor, él no necesita los chistes que yo hago. Sino, sería perfecto.

¡Tonto! —se rió la chica. ¿Se estaba riendo? ¿De un chiste de Max? La cosa estaba muy intensa. 

Tomé un coche prestado… espero que no nos encierren por esto… paso por ti en cuanto me des la orden.

¡Espera! —le atajó Luna—. ¡El Usurpador! ¿No va a…?

La zona está rodeada por Salvadores. Echa un vistazo.

Luna giró la cabeza, aún con el teléfono en la mano, para poder corroborar lo que Max decía. Tenía razón. La avenida completa estaba llena de hombres de traje. Algunos iban hablando por celular, otros anotaban cosas en libretas que sin duda sería interesante leerlas después. La escena del crimen había sido custodiada por los hombres que los estaban protegiendo.

¿Ya me crees?

Estoy en la entrada del hotel… —Luna miró hacia arriba para leer el nombre del lugar—. Sí, el Hotel W, New York. En la calle al frente.

¡Te veo ahí!

Después de eso, Max colgó.

—¿Sigues dudando de lo que podemos hacer? —preguntó Jeremías, lo bastante atengo a la chica—. No los dejamos un solo instante. Sin embargo, el Usurpador ya los tiene en la mira. Tienen que apresurarse.

—Sí… gracias. Tu herida… —Luna señaló el cuello de Jeremías. 

Éste no le tomó importancia a su comentario. Al menos no lo suficiente.

—Soy un ser no terrestre —murmuró—. Esa mano desaparecerá. No me hizo daño en lo absoluto.

Max llegó al cabo de un par de minutos, en una Ford del año 2010, de color negro. En cuanto se detuvo, Luna agradeció a Jeremías asintiendo con la cabeza, y subió al lugar del copiloto. 

—¿Al aeropuerto? —preguntó Max.

—Adelante.

El trayecto desde ahí hasta el Aeropuerto Internacional de la Guardia fue de más de una hora, y no por la distancia, sino por el tráfico que había a lo largo del camino. Según el teléfono que había comprado Max, se tardarían no más de veinticinco minutos en llegar. Pero claro estaba, aquél smartphone no predecía las condiciones de las avenidas o de los semáforos.

En cuanto llegaron, Max estacionó el Ford  y salió de él junto con Luna. Entraron al Aeropuerto y se vieron sumergidos en un mundo completamente nuevo para ellos: gente aquí, gente allá, máquinas, sillas, comida, ropa, tiendas abiertas, gritos por aquí y por allá, niños pequeños llorando porque se habían perdido de sus padres por unos minutos… un caos enorme.

—Vaya… ni en Fort Lauderdale me sentía tan abrumado.

—¿A qué hora llegarán James y Dianne? —preguntó Luna, tomando a Max de la mano y avanzando entre los mares de personas.

—Unas tres horas de vuelo… llegarían en cualquier momento, creo yo —dijo el muchacho, con su teléfono en la mano, y ruborizándose. 

—¿Recuerdas el vuelo? 

—La verdad… ¡NO! 

Max gritó tan fuerte que provocó que todo el mundo volteara a verlo durante unos segundos. El muchacho reaccionó al instante, intentando no mostrarse tan obvio después de todo.

—¿Por qué gritaste?

—El Usurpador apareció cerca de un restaurante… nos está vigilando.

—¿Crees que tenga un modo de avisarle a Ben acerca de nosotros? —preguntó Luna, girándose y mirando a toda dirección posible.

—Me preocupa más que vea a James y a Dianne —dijo Max—. No sé porqué, pero presiento que ese par es algo totalmente inesperado para Ben. Un ataque sorpresa. Un peón volviendo reina. 

—Es algo inesperado para nosotros, Max.

—¡Por aquí, chicos! —una señora llevaba a tres niños casi de la mano a unos cuantos metros lejos de ellos—. Su padre ya llegó desde Miami, síganme. ¡Por aquí! 

—Bueno, ya sabemos qué camino tomar —indicó Luna.

—Iré por el coche… ¡rayos! ¡Soné como todo un papanatas! 

—Aún tenemos a nuestro amigo rayado tras nosotros —Luna señaló al otro lado del vestíbulo de gran tamaño.




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