—¡Nunca comentaste nada de hundimientos! —gritó James, poniéndose de pie y comenzando a alarmarse al igual que las demás personas—. ¿Cómo es que sabes de esto?
—¡Porque ya sucedió! —exclamó Max—. Hace dos años, o sea hoy, se hundió el Baptidzo en su viaje inaugural…
—¿Esto ya pasó? Pero…
James no alcanzó a responder, ya que en ese preciso momento, una ola de gran tamaño golpeó al barco por estribor. Muchas de las mesas, y de las personas también, cayeron al suelo debido al golpe. El agua de la alberca comenzó a danzar al son de los truenos, y muchos de los miembros de seguridad ya comenzaban a realizar los protocolos en caso de tormenta, ayudando a las personas a regresar a sus habitaciones, así como ayudar a aquellos quienes necesitaban una mano.
—¡James!
Dianne apareció entre las filas de sillas y mesas volcadas que disponía el restaurante de la cubierta, corriendo tras Luna. No les importó entrar bajo la cortina de agua que estaba cayendo el cielo, sino que al momento de reunirse con ellos, les incitaron a caminar algunos metros hacia la borda y observar con atención los eventos que se estaban llevando a cabo.
En cuanto siguieron su consejo, James y Max fueron testigos de lo increíble, majestuoso y al mismo tiempo, poderoso. Había olas de gran tamaño, moviéndose de un lado a otro, teniendo al Baptidzo como su centro. Los golpes que estaba recibiendo el barco debían ser causados por aquella magnificencia.
—Estamos en el Triángulo —repitió Max.
—Necesitamos pedir ayuda —James metió la mano en su bolsillo para sacar su celular, pero al momento de verlo e intentar desbloquearlo, descubrió que no prendía. Estaba muerto—. ¿Qué…?
—El mío tampoco prende —dijo Dianne.
—Ningún aparato electrónico prenderá en estos momentos —comentó Luna, cruzando los brazos debido al frío—. Estamos en la zona de magnetismo. Entraremos a la Isla en unos minutos.
Max asintió con la cabeza, intentando ignorar los gritos de todas las personas que aún corrían por la cubierta, buscando refugiarse de los enormes proyectiles de agua que caían del cielo, y al mismo tiempo, preguntándose qué sería de ellos más adelante. Una tormenta así no ocurría muy a menudo, y menos si se trataba de una zona donde una hora antes, o menos, había estado el sol, la tranquilidad y cielos azules.
Otra ola golpeó al Baptidzo y el caos comenzó a surgir desde los pasillos hasta en la zona de ocio. Los guardias de seguridad perdieron el control poco a poco de la situación, y en un par de minutos se sumaron a los gritos y la desesperación.
—Esto no se parece en nada al hundimiento del American Sea —musitó Max.
—¡ALÉJENSE DE LOS BORDES! —aún había algunos hombres que intentaban mantener el orden—. ¡VAYAN A SUS HABITACIONES ANTES DE QUE…!
Una ola mucho más grande embistió con todo su furor al crucero, no sólo empujándolo por las aguas, sino también inundando parte de su cubierta. James logró tomar a Dianne de la mano antes de ser arrastrados por las corrientes de agua, y Max alcanzó a sujetarse de una sombrilla antes de caer por los suelos hasta terminar en la alberca.
—¡Golpeó en estribor! —Luna se levantó como pudo. Estaba empapada de pies a cabeza, y el agua con sabor a sal se le había metido tanto en la boca como en los ojos. Sabía asquerosa.
Las luces del barco se apagaron de golpe. La planta eléctrica de emergencia también falló provocando un sonoro estruendo en la parte interna del Baptidzo. Los gritos y los empujones comenzaron a tener presencia de un momento a otro.
—¡Esto se está saliendo de control! —dijo Luna al tambalearse. Otra ola golpeó al Baptidzo.
—¿Qué acaso no viviste algo similar en tu primer ida a la Isla? —preguntó Max, saliendo de la alberca.
—¡Iba en un avión pequeño, no en un barco raspando la superficie!
—¡Quién te mandó a pedir un avión cuando podías tomar un barco!
—¡Eso no tiene nada de sentido!
—¡Niños, ya, dejen de hablar! —bramó James, ya de pie, y mirando con asombro la gran tormenta que los absorbía. Nunca había visto algo similar en su vida, aunque… su vida llevaba sólo unas horas de recuerdos. La poca luz que le permitía ver era suficiente para que entendiera que de aquella no saldrían. Un barco así de grande sería consumido en cuestión de minutos—. Max… dices que el barco se hundirá.
—Así es…
—¿Hubo sobrevivientes?
La respuesta era sí. Unas horas después del hundimiento, un par de barcos zarparon en búsqueda de los restos del barco. Uno de ellos fue un carguero que terminó desapareciendo también en los interiores del Triángulo. Otro, el USS America, fue el responsable de encontrar poco más de mil sobrevivientes flotando en sus aguas.
—Algo así.
—¿Cómo que algo así? —graznó Dianne.
Max no respondió, ya que un par de personas lo empujaron para intentar saltar al mar.
Era algo tonto, pero muchos creían que de ese modo estarían a salvo. Un grave error.
Otra sacudida más, obligando a todos los que estaban en la cubierta a sujetarse de algo, o caer al suelo, rodando por el mismo, para terminar en alguna otra parte.
—¡AL AUDITORIO! —bramó un hombre muy cerca de ellos—. ¡ALLÍ ESTAREMOS A SALVO!
Dianne miró a James, buscando la aprobación del mismo para seguir las pocas instrucciones que aún se daban. Éste no supo qué responder. Se quedó congelado, quizás por el frío, pero al mismo tiempo con la intención de querer avanzar, tomarla de la mano, e ir al auditorio para permanecer bajo techo. Tal vez… podían sobrevivir a eso.
—¡No, James! —Max lo jaló del hombro al ver que sus intenciones eran las de ir hacia Dianne—. ¡Tenemos que entrar al Triángulo! ¡Debemos permanecer aquí!
—¡Vamos a morir, si permanecemos aquí!
—¡Por algo la Pirámide nos trajo a este momento! —gritó Luna—. Estamos experimentando una entrada a la Isla… ¡debemos quedarnos aquí!