Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 28

Aún a pesar de no entender qué rayos estaba pasando, James sabía que algo malo había ocurrido. El muchacho que se había comunicado con ellos, que había planeado estratégicamente todo el trayecto desde Fort Lauderdale hasta Nueva York, y de regreso hasta el popular barco denominado como el Baptidzo sin siquiera saber el cómo, estaba asustado. Preocupado. Desesperado por soltarse de los marineros de aquél extraño navío que había acudido en su rescate. 

Todo estaba pasando tan rápido que James no sintió la mano de Dianne aferrándose a la suya. Como si ambos se conocieran de bastante tiempo atrás. Había algo allí. Algo que James ignoraba pero que era importante. 

—¡Se llevaron a Luna! —soltó Max, intentando zafarse de los marineros del Holandés—. ¡Aurora se llevó a Luna! 

—¡Max, cálmate! 

Miranda estaba ayudando a los marineros para lograr mantenerlo a bordo del Holandés. En cuanto éstos lo soltaron, fue la mujer la que lo tomó de los hombros y lo miró directamente a los ojos.

—No hay nada que podamos hacer en este momento.

—¡Se llevó a…!

—¡Ya sé, yo también lo vi! —le reclamó Miranda—, pero nosotros no podemos abrir portales, no podemos viajar como ella lo hace. 

Algunos de los hombres del Capitán Willem van der Decken comenzaron a retirarse a sus distintas posiciones dentro de la nave. Aún había neblina alrededor del barco, y eso les daría un poco de ventaja para alejarse de la zona del hundimiento del velero antes de que el sol alumbrara las aguas y disipara la bruma.

James se levantó poco a poco, aún aferrado a Dianne, y buscando a los demás con la mirada. Lo extraño era que no sabía a quién buscar. 

Era quizá el momento más extraño de su vida. A bordo de un barco que, según la historia, era un mito de los mares, al igual que el supuesto Triángulo de las Bermudas. Claro, no estaba tomando en cuenta el hecho de haber sido rodeado por una docena de agentes extraños vestidos de traje y de un segundo a otro ser transportado desde el Aeropuerto de Nueva York hasta el Puerto Everglades, en Fort Lauderdale, para zarpar junto con el barco más lujoso y único que había en el Siglo XXI. 

—¿James?

Él giró la mirada al instante de haber oído su nombre, y antes de poder descubrir quién lo había llamado, un hombre algo robusto lo envolvió en un fuerte abrazo. ¿Quién era?

—¡Estás vivo! —soltó Cooper, sin querer soltarlo—. ¡Viejo, estás vivo!

—Estoy vivo… —musitó James, intentando devolverle el afecto, pero no se sentía cómodo con ello. ¿Lo conocía?

Miranda soltó a Max para unirse al abrazo sin saber qué significaba. Incluso Scott, entre tres o cuatro marineros, apareció atrás de un bote y abrazó a Dianne, quién también se sentía de un modo extraño. Todo aquello era bastante raro. 

—¡Están vivos! —Han bajó corriendo las escaleras de la primera cubierta, y abrazó primero a Dianne y luego a James—. ¿Cómo es posible? ¿Qué fue lo que pasó?

—¡Te vimos morir! —exclamó Scott, mirando a Dianne—. ¡Ben enterró una daga en tu pecho!

—¿Eso hizo? —preguntó Dianne, asombrada.

—Chicos, chicos… —Max apenas podía controlarse. Seguía un poco distraído y asustado por lo que acababa de pasar. Por su mente pasaban muchas imágenes de Luna, siendo arrastrada por Aurora al abismal portal que había abierto en los aires, y aunque le costara admitirlo, no había nada que pudieran hacer. Necesitaba distraerse para no pensar en qué estaría pasando con ella en esos momentos—. Ellos… —tosió un poco para aclarar la garganta—. Ellos no son James y Dianne… no los nuestros. 

El momento de alegría se vio consumido por su comentario. Cooper se separó un poco de James, y lo miró a los ojos, buscando una señal de reconocimiento. Era su mejor amigo. 

Tanto Scott como Miranda se miraron, esperando entender lo que Max les había dicho, y lo único que podía explicar aquello era el hecho de que esos James y Dianne pertenecían a otra dimensión. ¿El Torbellino los había llevado hasta esos momentos? 

—¿Qué dices?

—No recuerdo haber muerto —murmuró James, arrebatándole la palabra a Max. No estaba seguro de lo que estaba diciendo, pero si todo lo que estaba pasando a su alrededor era verdad, junto con los hechos de no recordar haber vivido antes del día anterior, entonces era importante lo que estaba viviendo en ese momento y lo que harían a continuación—. Pero tampoco recuerdo haber vivido antes de eso.

—¿Son de otra dimensión? —preguntó Han.

—¿James? ¿Dianne?

Un muchacho no mayor a los veintitrés años apareció detrás de los Pasajeros, junto con dos personas que ni James ni Dianne habían visto en sus vidas. Aquél chico era el mismo que había visto a bordo del Baptidzo, intentando salvar la vida de alguien, antes de que el barco se hundiera; quería recordar más, todos se le hacían familiar, pero aunque quisiera averiguarlo, su mente no prestaba para más. 

—Están vivos —dijo Scott.

Dylan se detuvo frente a James, casi sin inmutarse, y luego miró a Dianne.

—¿No me recuerdan?

—Honestamente, no —musitó Dianne.

—Pasa lo mismo con todos los demás —dijo James, mirando al grupo de desconocidos que había a su alrededor—. Es como si se intentaran conectar algunos lazos, pero simplemente no se…

—Mencionaste el nombre de Luna —terció Max en ese momento. Dylan lo volteó a ver, casi sin entender, y el muchacho tuvo que explicarse—. Estábamos en el Baptidzo y mencionaste su nombre. Como si la…

—…reconociera de algún lado —terminó James—. Sí. No sé de donde, no… no sé qué pasa conmigo, ¿está bien?

El tono de su voz se alzó un poco para que pudieran escucharlos fuerte y claro.

—Desperté ayer temprano, sin saber nada de lo que ocurría. Me dolía el cuerpo como si hubiera caído de un avión a miles de metros de altura —dijo James, mirando a cada uno de los Pasajeros—. No sé en donde estaba, no sabía cómo había llegado allí. No sabía siquiera alguna cosa de mí mismo. Entonces… me vi al espejo y vi un tatuaje.




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