Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 30

Owen alzó el brazo antes de que Allori diera un paso al frente alzando su pistola. No podían hacerle daño, pero ¿para qué arriesgar el cuerpo de la chica? Era la hermana de James. No podían hacer eso. Ben los estaba atacando justo por donde podía doler. Ganar implicaba perder a Luna. Era un maldito genio.

—¿Luna? —gritó Owen.

—Luna ya no existe —soltó la chica—. ¿Te alegras de verme?

—Si tuviera que elegir entre alegrarme de verte, y besar al perro de Ben… prefiero besar a Johnson —terció Owen. 

Luna rió a grandes carcajadas. 

—Esto se va a poner muy intenso —Owen sacó otro cartucho de su bolsillo para recargar la pistola y esperar a que la mujer atacara.

Para su sorpresa, Luna no atacó. Estiró ambas manos al mismo tiempo en el que sus largas y afiladas uñas terminaban de emerger de sus sucios y grises dedos. Justo al instante, más discípulas de Pandora aparecieron de la nada. Literal, se materializaron de las paredes, el suelo, los automóviles e incluso los postes de luz para formar un pequeño ejército detrás de Luna. Al momento en el que la chica se dio cuenta de que su armada estaba lista, se inclinó con rapidez y soltó un agudo y potente grito que pudo haber profanado cualquier oído a más de un kilómetro a la distancia. 

Las ventanas de todos los edificios que había en la avenida estallaron en mil pedazos al mismo tiempo en el que la estructura de uno o dos de ellos se debilitaba, provocando un estruendoso golpeteo entre las raíces de sus cimientos, y cayendo poco a poco a espaldas de Luna. El polvo que levantó la caída del primer edificio fue suficiente para sumir la avenida en tinieblas. 

—¡Ahí vienen! —gritó Owen.

Tanto él como Allori alzaron sus armas y comenzaron a defender su posición, al mismo tiempo en el que varias mujeres con uñas afiladas aparecían entre las moléculas sucias del aire, emergiendo de la nada, e intentando debilitar al grupo por sus numerosos puntos ciegos.

Owen disparó a su izquierda, luego a su derecha, se lanzó al suelo para rodar por él, se agachó un par de veces, soltó un puñetazo, luego otro, cayó de espaldas para levantarse al instante, y antes de que pudiera secar el sudor de su frente, las balas ya se le habían terminado. 

Lanzó las pistolas al suelo, y antes de que un zarpazo, o golpe lo tumbara, se lanzó al suelo para intentar localizar algo con qué defenderse. 

Frente a él apareció un local de antigüedades, con la puerta quebrada, y el ventanal partido. Owen entró con rapidez, tosió por la gran cantidad de polvo que había por los aires, y lo primero que vio fue una espada, sobre la repisa del mostrador. 

—Demonios —masculló.

Antes de poder tomar una decisión, dos mujeres emergieron de las tinieblas y Owen tuvo que lanzarse nuevamente al suelo para evitar ser rasguñado por ellas. Con un giro sobre sí mismo, comenzó a retroceder, arrastrando su espalda por los fragmentos de cristal de las ventanas, y en cuanto chocó con el mostrador, se levantó de golpe para evitar otro de los ataques frontales. 

Tomó la espada, la desenfundó, y soltó un zarpazo sin siquiera pensarlo contra la primer discípula. Su golpe fue exitoso, ya que frenó con potencia el golpe que estaba soltando su atacante. Antes de poder moverse, o defender su otro punto de la segunda discípula, Owen aprovechó el asombro de la primera para retroceder dos centímetros e impulsar su pierna derecha para propinar una patada rápida. 

La mujer cayó al suelo al mismo tiempo en el que su compañera atacaba desde otro punto. Owen reaccionó rápidamente y bloqueó su zarpazo con otro tanto de su parte. La hoja de la espada pegó a la discípula en el hombro, ocasionando un corte profundo, y antes de soltar un chillido, Owen soltó otro ataque, derribándola al instante.

De repente una camioneta atravesó la pared, girando sobre sí, derrumbando todos los estantes y vitrinas de cristal donde había algunos pergaminos, jarrones, piezas de cerámica e incluso algunas figuras de piedra con formas extrañas. La camioneta terminó de cabeza, a la mitad del local, junto con una gran capa de polvo que se extendía por los aires.

—¿Y eso? —Owen no dejó la espada al momento de salir. Había más discípulas de Pandora allá afuera, y la necesitaría para enfrentarlas.

En cuanto salió a la calle, las cosas habían cambiado un poco. Y por poco, se refería a mucho. Bastante. Totalmente. 

No se podía ver gran cosa, pero la gran mayoría de los edificios de la avenida estaban caídos, destruidos, hechos polvo o cayendo por los aires. 

A través de las grandes capas de polvo y tinieblas que cubrían los aires, Owen alcanzó a ver el caos dominando el ambiente de la ciudad. No sólo estaba comenzando en aquella avenida, rodeada de edificios de tamaño mediano, o puentes peatonales. No. El grito de Pandora, en el cuerpo de Luna, había provocado grandes ráfagas de energía que terminaron quebrantando la calle, la estructura de los edificios, estalló los postes de luz, e incluso algunos cables se rompieron. 

Era la misma energía que, en antaño, había provocado que la Isla cayera en un caos terrible.

Años atrás, cuando él y Dylan habían viajado al pasado de la Isla, conocieron a una Pandora estable, amable e incluso lo bastante humilde. En cuanto perdió a su hijo, por causa de Bill y ellos dos, Pandora liberó la misma energía que estaba soltando en ese momento. La energía terminó colapsando un poco los interiores del Triángulo, así como destruyendo la Ciudadela que estaba en sus selvas. 

Si repetía lo mismo, el mundo entero se vería rodeado de tinieblas. Se volvería una dimensión oscura. Y seguramente eso era lo que Ben quería. No podían permitírselo. 

—Esto es poder —Luna apareció detrás de Owen, admirando la belleza que los rodeaba—. Así era tener poder. 

Sin hacer caso omiso a las muecas de Owen, la mujer alzó la mano, con las uñas bastante largas y afiladas, y estuvo a punto de soltar un zarpazo contra el hombre. Pero al momento en el que iba a soltar su ataque, un disparo se efectuó del otro lado de la acera. Cualquier bala no le hubiera hecho ningún daño. Pero en cuanto ésta golpeó a Luna, la mujer cayó por uno de sus costados, con el hombro sangrando, y su mano sobre él para hacer presión sobre la herida.




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