Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 33

Fort Lauderdale estaba lleno de personas a esas horas de la mañana. Aquello no era extraño, ya que era uno de los puntos más comerciales del continente, y barcos zarpaban, mientras otros arribaban. Los vuelos desde el aeropuerto también eran muy comunes. 

Dylan iba al frente del grupo de Pasajeros. A pesar de no verse muy turistas, se interesaron en los interiores del puerto antes de que el reloj diera las diez de la mañana. 

Después de sobrevivir al Usurpador a bordo del Holandés Errante, el Capitán Willem van der Decken dirigió su legendaria nave hasta las orillas de Fort Lauderdale. Sin embargo, debieron mantenerse ocultos detrás de la neblina que el barco manaba para no alzar sospechas. Gracias a eso, tuvieron que esperar hasta bien entrada la noche para desembarcar. Pasaron algunas horas hasta que el grupo pudo apearse del bote, dirigido por Lesaro, y así internarse entre los puertos del lugar. Fue hasta que salió el sol cuando comenzaron su trayecto a lo largo de sus concurridos pasillos. 

—¿Cuál es el plan? —preguntó Max, adelantándose un poco a Han y a Miranda. Scott cerraba el grupo, mientras que James y Dianne, por detrás de Dylan y Bill, mantenían el paso.

—Vamos a dividirnos —dijo Dylan—, a estas alturas, Ben ya debe saber que murieron algunos de sus hombres en el mar. 

—¿Por qué siempre nos dividimos? —inquirió Han. 

—No sabemos cuántos mercenarios están bajo las órdenes de Ben —respondió Bill, volteándose con rapidez—, ni en qué puntos del planeta están. Además… se ve un poco extraño que ocho personas estén muy juntas en el aeropuerto. No somos parecidos como para ser familiares, y sin maletas nos vemos un poco sospechosos.

Bill se había puesto guantes en las manos para así cubrir sus huesos negros. A pesar de que nadie se fijaría en las manos de un hombre al que ven pasar de un segundo a otro, era mejor evitar riesgos. 

—Iré con los curiosos —indicó, al hacer un amague de tornar a la derecha en el siguiente pasillo, guiñándole el ojo a Cooper, a Scott y a Miranda—. Que venga Han también.

—Voy —afirmó este.

—Antes de eso necesitamos un modo de comunicarnos —dijo Dylan.

Él y Cooper entraron a una tienda de electrodomésticos con cierta prisa, y con la tarjeta de débito de Cooper, compraron un par de teléfonos celulares de muy bajo precio. En cuanto salieron de la tienda, Dylan soltó una risa.

—¿Cómo es posible que tengas aún tu tarjeta de débito después de haber pasado por todo tipo de peligros?

—Siempre que viajamos, entre James y yo escondemos una tarjeta así en nuestro zapato, por cualquier cosa.

—¿Y si se moja?

—Está plastificada, seguirá funcionando a menos que el chip se queme. ¡Tú deberías saberlo! ¡Eres millonario! 

—Nunca lleve mi cartera a la Isla —se rió Dylan. 

Al momento de separarse, Dylan y Bill, junto con James, Dianne y Max, se detuvieron en medio de la sala de espera para recibir a los pasajeros de cierto vuelo. Necesitaban una computadora. 

Mientras pensaban en un plan para lograr conseguir una, James y Dianne se sentaron en una de las bancas, mientras que Bill fingía hablar por el teléfono que Dylan recién había obtenido. Éste estaba junto con Max, esperando junto con las demás personas a que algún familiar llegara. 

—Max… ¿cuál es la peor locura que has hecho en un aeropuerto? —preguntó Dylan, sin mirar a nadie en especial.

—Casi morir en un tiroteo contra la MI6, hace unas semanas, ¿por qué? 

—De hecho fue hace unos cinco o seis días… en fin. Necesitamos una distracción.

—¿Distracción?

—Para conseguir una computadora. 

 

 

James no estaba tan de acuerdo con lo que estaba a punto de hacer, pero como necesitaban entablar comunicación con un tal Owen, no había otra opción.

—¿Seguro? —Dianne estaba a su lado, un poco nerviosa.

 —Dylan dice que funcionó una vez… bueno, que algo así pasó a bordo del Baptidzo, hace dos años, y que llamó la atención de todos.

—Querrás decir hace unos días —le corrigió Dianne—, ¿qué fue lo que sucedió?

—Dylan se peleó con alguien llamado Brad, y que llamaron la atención de bastantes personas.

—¡Aquello era un crucero, no un aeropuerto! 

—Ahí viene Bill —le cortó James.

Tanto él como Bill habían comprado un par de bebidas. El plan estaba en chocar, uno con otro, frente a un local, y comenzar una disputa que sin duda causaría la impresión de muchos, así como la alerta de otros. Max aprovecharía el momento para entrar a una de las computadoras del local de electrodomésticos, y sacar la información suficiente acerca de lo que había pasado en aquellos días, y ver un modo rápido y efectivo de encontrar a Owen. 

James suspiró y comenzó a caminar por el pasillo. Dianne iba tomada de su brazo, y parecía verse tan nerviosa como él. En cuanto llegaron a la entrada del local, tanto James como Bill dieron un impacto entre ellos, derramando el interior de sus botellas uno sobre el otro.

—¡Demonios! —soltó Bill.

—¿Qué te ocurre? —bramó James, haciendo un poco para atrás y dejar que el liquido cayera sobre el suelo. Dianne se soltó de inmediato—. ¿Acaso estás tonto o qué? ¿Sabes cuánto costó esta camisa?

—Perdóname, yo no venía contando las estrellas del techo, zopenco —le atajó Bill—. Y si hablamos de precios, ¿sabes cuánto costaron estas botas?

—No más que el reptil de tu esposa que…

—¡Maldito hijo de…!

Dianne cayó de espaldas al mismo tiempo en el que James se lanzaba directamente al pecho de Bill para tirarlo al suelo. Entre los dos intercambiaron una serie de gritos, golpes y bramidos que llamaron la atención de muchas personas alrededor. 

El dueño del local de electrodomésticos no salió de su escritorio hasta que Bill, queriendo llamar su atención, empujó a James hasta que éste tiró una de sus mesas, llena de fundas para celular.




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