Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 38

Salir del restaurante no fue nada sencillo. Los restos del inmueble, así como los daños de la estructura, dificultaron mucho el trayecto desde su interior hasta perderse un par de calles del pequeño local. Dylan y James cargaron el cuerpo de Scott, sin vida, a lo largo de los callejones mientras Bill buscaba un lugar en el que pudieran pasar aquella noche. Oscurecería en pocos minutos, y el grupo de Pasajeros, un poco reducido, no sabían qué harían a continuación. Habían perdido a uno de los suyos. A uno de los suyos por culpa de Ben. 

La zona en la que estaban seguía estando demasiada concurrida. Se trataba de Fort Lauderdale, no muchos pasaban desapercibidos por ahí.

—Necesitamos un lugar aislado —indicó Dylan—. Alguna azotea, algo…

Cooper y Miranda estaban del otro lado de la calle. Estar todos juntos sería algo demasiado sospechoso, por lo que decidieron que era mejor estar en lugares diferentes; Han y Dianne, unas cuadras más atrás, buscaban algo de comer para todo el grupo, mientras que Max se quedaba en los restos del restaurante Market 17 para borrar lo que las cámaras de seguridad habían grabado. De igual manera, intentaría tomar prestada alguna computadora portátil que pudiera encontrar.

—Lo tengo —Bill señaló hacia un edificio que estaba entre Miami Road y la Calle 17 SE. Se trataba del Colegio Elemental Harbordale. 

Entre él y Han, una hora después, consiguieron entrar a las instalaciones sin forzar ninguna cerradura. Bill usó la excusa de querer inscribir a su hijo, y había acudido junto con su primo, Han, para conocer el sistema educativo que tenían. Por fortuna para todos, Bill fue lo suficientemente perspicaz para llamar la atención de todos los presentes, dandole la oportunidad a James, Dylan, y el resto de los Pasajeros de subir a su azotea sin ser vistos. 

—¿Cómo demonios vamos a salir sin que…? —comenzó a preguntar Cooper.

—Ahí sí romperemos la cerradura —terció Bill—. ¿Ya estamos todos? ¿Qué consiguieron?

Dianne, después de que Han había acudido al colegio para formar parte de la pésima actuación de Bill, se perdió por los pasillos de Winn-Dixie, y con la tarjeta de Cooper, se encargó de conseguir varios alimentos. Desde bolsas de frituras hasta emparedados empaquetados. 

El único que no se alimentó fue James. En su mirada, y consciencia, seguía estando el rostro de Scott, dando su vida para que los demás pudieran sobrevivir. Había sido un duro golpe. 

Su cuerpo, pálido y con la sangre aún fresca, estaba del otro lado del techo. No sabían qué tipo de funeral tendría, ni siquiera tenían los recursos para poder enterrarlo allí, en una dimensión a la que no pertenecía. 

—Deberías comer algo —Dianne se sentó a su lado y le tendió un sándwich recién abierto. 

—¿Cómo pudo hacerlo? —soltó James—. Había otros modos de quitarle la vida a ese hombre. A ese Pasajero de Tinieblas.

—Scott hizo lo que creyó correcto —dijo Dianne—. Nos dio la oportunidad de salir de ahí. Entregó su vida para que nosotros pudiéramos vivir. 

—Come.

Dianne no esperó a que James respondiera, abrió el paquete y le tendió el emparedado para que él lo tomara con sus manos. De mala gana, le dio un mordisco. 

—La buena noticia —Max apareció en las escaleras, llegando a la azotea— es que borré los videos de seguridad, no existimos, pero quedó la incógnita de cómo rayos ocurrió el incidente. ¿Una fuga de gas?

—¿Cómo demonios entraste? —exclamó Cooper.

—Soy hacktivista, ¿recuerdas? —se rió Max.

—Eso no tiene nada que ver —le atajó Han—. Es imposible que…

—Ya, ya —dijo el muchacho—. De joven, más joven, me salía de la escuela. Sé cómo entrar y salir de un recinto así. 

Max se sentó al lado de Cooper. Traía una mochila a sus espaldas, y en las manos una computadora portátil. Se excusó diciendo que era de un empleado del Market 17, y que si salían vivos de aquella situación, la devolvería. 

—Además tengo internet ilimitado —añadió, mostrando una memoria USB—, otro regalo de nuestro amigo del Market Diecisiete…

—Te diría que todo esto es ilegal —dijo Miranda—, pero la situación lo amerita.

—¿No me arrestarás llegando a casa?

—Eso si volvemos a casa… 

Miranda estaba preocupada. Al principio de toda aquella aventura, sus pensamientos iban dirigidos hacia qué rayos estaba sucediendo. Recordaba que Blackwood los perseguía, y le costó un poco entender, y aceptar, que todo aquello se debía al misterioso y enigmático Triángulo de las Bermudas. Ahora, casi dos o tres meses después de haber comenzado aquella extraña aventura, le preocupaba seguir con vida. Ben ya había matado a James y a Dianne, y aunque estaban ahí presentes proviniendo del Triángulo mismo, eso no quitaba el hecho de que habían perdido la vida en la Isla. Y ahora… Scott ya formaba parte de esa lista. 

—Volveremos —dijo Max—, pero primero debemos derrotar a Ben.

—Hablando de eso —musitó Dianne—. ¿Qué vamos a hacer?

—Estoy intentando conectarme a la red —dijo el muchacho, sin hacer caso omiso al emparedado que Cooper le estaba tendiendo, y sacando el teléfono celular con el que unas horas antes había entablado una llamada telefónica a la MI6— y llamar a Owen. Tal vez tengan un plan en mente, o…

Justo en ese momento, el celular comenzó a sonar.

—¡Bingo! 

Al momento de responder, Max escuchó la voz de Owen al otro lado de la línea.

¿Max?

—¡Estamos vivos, estamos vivos! No te preocupes por…

Sé donde atacará Ben —Owen se mostraba serio, firme, y directo—. Nueva York. No sabemos cuándo, pero necesitamos estar ahí. 

Todos los Pasajeros miraban a Max. Habían escuchado sus palabras, puesto que había puesto la llamada en alta voz, y comenzaban a murmurar entre ellos.

James se levantó y le pidió a Max que le pasara el teléfono.

—¿Owen?




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