Tinieblas [pasajeros #3]

Capítulo 50

La tormenta todavía no terminaba de caer sobre los restos de Times Square cuando James abrió la puerta de Starbucks, donde habían pasado las últimas horas, y decidió recorrer los alrededores con la mirada. 

No era sólo aquella zona, sino todo Nueva York en general, pero parecía que no había vida. Ningún sonido en particular, sólo el brincoteo del agua en cuanto chocaba con el suelo.

—Esto será un lugar devastado en poco tiempo —Allori apareció tras él con una mochila colgada a la espalda—. Tenemos que salir de la ciudad ya mismo.

Dentro del establecimiento, Owen ya estaba poniendo todo en marcha. Luna había ingerido suficientes alimentos, basados en pasteles, galletas y café, para tener la energía necesaria para poder proseguir. Chase y Han alistaban el resto de las mochilas. No sabían qué tanto duraría el viaje, o trayecto a continuación. Sólo una cosa era segura, tenían que seguirle la pista a Ben.

—Hay algunos agentes de la MI6 que quedaron rezagados en ciertos puntos de la ciudad —explicó Chase, conforme avanzaban bajo la lluvia, pisando algunos charcos, y evitando resbalar sobre los mismos—. Estaban encargados de la evacuación.

—¿Lograron salir los ciudadanos? —preguntó Luna.

Había cierta culpa en su interior. Al fin y al cabo, aunque fue Pandora quien provocó todo eso, en realidad su cuerpo había sido participe en todo aquél caos. 

—En diez horas se logró más de lo que se esperaba —respondió Chase—. Los distritos de Queens y Brooklyn fueron casi un éxito. Siguen evacuando a los demás.

—¿Qué tanto peligro hay si se exponen a las Tinieblas? —inquirió James.

—El mismo que corremos nosotros —terció Owen—, hay que apresurar el paso. Las Tinieblas avanzan lento, pero en cuestión de días todo Nueva York estará bajo la oscuridad.

—No estaremos unos días aquí, Owen —le espetó Allori.

—De todos modos, ¿para qué arriesgarnos? —contestó él. 

A James le sentaba bien la lluvia. Tenía bastante que no caminaba bajo una, pero en verdad o tenía idea de cuándo había sido eso. Recordaba haber sido perseguido por hocicortos, y estar en una carrera mortal camino a la Montaña Flotante. Sólo eso. Y a decir verdad, no fue lo más relajante del mundo.

Era extraño vivir todo aquello. Durante varios días no tenía ni idea de quién era, o qué hacía ahí, más el hecho de no poseer ningún recuerdo de sí mismo. En cuanto vio a Luna a los ojos, todo regresó. Poseía todos los recuerdos de James Adams. De él. Sólo que ahora tenía un aspecto diferente. La Pirámide era la responsable de aquello, y quizás jamás podría pagar aquél favor.

De muerte a vida.

Todo lo que había vivido hasta aquél momento no era una accidente. Todo había estado planeado desde un comienzo, y aunque Ben era el culpable de haber entrado al Triángulo en primer lugar, las cosas se habían ido colocando en su lugar. Lo único que James no podía cambiar era la muerte de Scott. 

Había perdido a un amigo. ¿Quiénes más perderían la vida por causa de Ben? Ya habían muerto bastantes en Londres, y ahora también ahí, en Nueva York. ¿Qué punto seguiría? ¿A qué otra ciudad tendrían que ir para convencerse de que Ben era casi invencible? ¿Podría evitar que alguien más muriera? Scott había sido el primero. ¿Seguiría Max? ¿Luna? ¿Qué si era Cooper o Miranda? ¿Han? Incluso… ¿Dylan? ¿Owen? Podía existir uno sin el otro, pero eso significaba que la Isla necesitaría un nuevo líder, y aquél no podía ser James. Había sido creado para algo más, ¿cierto? Si quería mantener a salvo a sus amigos necesitaban detener a Ben. Y no sólo detenerlo. Acabar con él. Matarlo. Para siempre. ¿Y si su propósito era aquél? ¿Qué si toda su vida la había vivido hasta el punto de haber entrado al Triángulo para morir, y a la vez, ser creado por la Pirámide para detener a Ben y finalmente darle un fin a sus malévolos planes? ¿Qué si ese era su propósito? 

—Intento encontrar una buena conexión —la voz de Chase lo sacó de sus pensamientos—. No hay mucho… la mayoría de los agentes de la MI6 intentan evacuar a todo Nueva York. Es totalmente imposible.

—Tu definición de imposible se vio obsoleta en cuanto le metí una bala a Luna por el pecho y saqué a la loca de su cuerpo —terció Owen.

—¿Qué hiciste qué? —soltó la chica.

—¡Qué modesto! —lo regañó Allori.

—Oigan… 

James se había detenido. Por un momento creyó ver varias discípulas de Pandora por las calles. Lo extraño fue que no estaban acechándolos, sino escapando. ¿Escapando de qué?

—Debemos seguirlas —sugirió Owen.

—¿Qué? —clamó Han.

—¿Estás loco? —soltó Chase.

—Sólo así sabremos hacia donde se dirigen —dijo James, comenzando a avanzar hacia ellas—. ¡Andando! 

James no supo si alguno de sus nuevos acompañantes le estaba siguiendo el paso. Comenzó a correr, con la mochila a la espalda, y entró por calles que jamás había visto en su vida. Poco a poco se fue dirigiendo hacia el sur, ignorando el hecho de que, si lo atacaban, sus posibilidades de vencer eran muy reducidas. 

Al cabo de unos minutos, se detuvo para retomar el aire. Le había perdido la pista a las discípulas de Pandora, pero había salido de la zona de la ciudad donde la oscuridad reinaba. 

Había corrido por toda la Décima Avenida, hasta llegar a lo que comúnmente habría sido reconocido como el Museo Whitney de Arte Estadounidense. 

James había ido allí durante su última visita a la Gran Manzana, y recordaba que estaba rodeada de personas seguidoras del arte. En ese momento, un par de tanques irrumpían el paso, y algunos militares aparecieron casi a la vuelta de la esquina. El éxodo de la ciudad seguía en pie.

—La próxima vez que decidas correr así —Owen llegó a su lado, casi escupiendo sus pulmones por la carrera que había emprendido— espero que sea por descuentos, o por comida, y no por unas locas maniacas que quieren asesinarnos.

—Creí que estarían por aquí.




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