Recuerdas como antaño,
todas las lluvias de mayo,
flores silvestres del campo:
tu niñez y primer cumple año.
Aquél último domingo de octubre
bajo las hojas y aquel percal del campo.
Olvidas el percal de otoño,
al unísono, tus quinces años.
De abriles cuando dibujaste tuya,
primera flor en Orlando,
como filantrópico árbol lodoño
bajo el talón de Aquiles, hogaño
y aún vives otoños de picaflor en marzo.
Penúltima estación del año
sobre aquel árbol tuyo,
recuerdos seniles de abril y mayo,
de niñez de inolvidable candor, tus años;
juventud de lucha y faena.
Vienen décadas de vejez al ocaso del árbol,
y acequia de mil mares en desmayos.
Madre, abuela..., ya no eres hija cóndor,
eres madre y abuela del sol.
Yace en ti, raíz de última generación
y termina con rayitos de sol en tus labios
que palpitan, al mirar tus últimas huellas,
como pimpollo del árbol
y al urdir de los años, la pasión,
finalizan los encajes turbios.
Solo alegras cuando entre ramas,
tus huellas, tus pisadas, soy tu eco,
tus ramas y más allá, hay semillas.
Madre del árbol, en ti la poesía
con cimiento de vida;
pequeño asalto al tiempo
de gloria, de lamento y melancolía.
Pequeño salto al tiempo,
que afina el acordeón de tristeza y alegría.
Soy tu nieto de la poesía,
el que dibuja lágrima de tristeza y melancolía.
Con este último beso que fragmenta el pecho
digo adiós, madre mía.