La conocí en el satis nemoroso de un sueño,
en un fárrago de murciélagos gigantes,
sobre el plúrimo de la nada de un castillo.
Aquel sueño también me castigo
y desperté al instante.
Otro sueño volvió, al raquear te buscaba,
quizás buscando sirenas,
un unicornio o una lámpara
y desperté ante de tocarte.
Soñaba dibujarte desnuda,
venusta, aquel sueño me satisfacía,
pero, igual desperté, ante de hacerte mía.
Soñé siendo Orfeo, en busca de Eurídice;
no obstante, pequé sabiendo la historia,
volteé y desperté perdiendo lo gloria.
¡Oh, yactura! con cada sueño
empecé a pensar que jamás te tendría,
entonces dejé de soñar
y en noctívago me convertí.