Las paredes silenciosas me callan en las mañanas…
como roca solitaria de las montañas,
veo tu rostro vieja florecilla a través de las ventanas.
¿Cuántos otoños divorciados de abriles han pasado?
¿Cuántos días indiferentes, y sin palabras?
Te amo, aunque el vapor de mi halito
no recite aquellos versos
y el suplido entre mis dientes no abra mi boca.
Te amo, tal vez como cacatúa enlutada, te amo.
Aunque escaso de chillidos, de gruñidos, de balidos…
te amo, aunque no sea suficiente, te amo.
Sembrado en el silencio, espalda y sombra.
¡Oh! sin alas de abrazos, ni picos de besos.
El viento silencioso me calla al pasar por tus ventanas
y mis garras nunca buscan flores, ni frutales de verano
y entre hojas veo tus alas conducida al hormiguero.
Observo tu rostro, vieja florecilla, en las noches
y enfermo de altivez.
Mi alma encallada en manantiales de lágrimas,
en triste melancolía e ínfulas absurdas del orgullo gris.
Viejo capullo, floreciste tan pronto
y soy retoño de tus retoños
y hojas de tus ramas en tu árbol senil.
Y en mis ojos sin lágrimas
mi alma pacífica y muda, llora la despedida,
como hontanar, manantial de lágrimas.
Hoy te has ido y no pude decirte adiós.