Tintes de Otoño

7. Una canción para recordar

Velas encendidas era como se sentía        

Velas encendidas era como se sentía. El calor de la mañana sofocaba mi piel, pronto, en la tarde, el día estaría más caliente. Mis mejillas se sentían calientes, seguramente ya había agarrado el color rosa tan claro que a penas se ve. Mis piernas se movían de un lado a otro, mis pies trazaban un camino que regresaba a su punto inicial.

No necesitaba observar mi entorno para saber que tenía las miradas persistentes de mis amigas sobre mí.

Llevé mi dedo a mis labios y mordí mi uña con nerviosismo. Mi cuerpo cansado y bajo de energía no dejaba de moverse de un lado a otro.

Hacía unos minutos que Clark se había acercado a mí, con sumo entusiasmo, alzó tres de sus dedos y susurró: «ya llevo tres», claramente ésto atrajo un impacto por parte de mis amigas, quienes se lanzaron a mi pobre y débil cerebro como bombas atómicas con miles de preguntas, aún peor que un examen de matemáticas.

Los primeros minutos permanecí estática, inmóvil antes ellas y sus preguntas, luego la poca energía que tenía, se convirtió en nerviosismo y me hizo vagar de un lado a otro.

Mía se molestó con mi actitud, ella quería saber todo, pero Lissa la hizo callar, a todas. Mis nervios poco a poco me carcomían y cuando una idea para una respuesta atravesaba mi cerebro como una ráfaga de luz, la luz se opacaba hasta caer en una nada, en un vacío interminable que me hacía caminar de un lado a otro sin rumbo fijo.

—¿Qué quieren saber? —pregunté, plantando mis pies justo frente a la mesa donde las chicas estaban sentadas, pero mi cadera y tronco se meneaban a más no poder, sin yo ejercer poder alguno sobre mi cuerpo.

—¿En serio preguntas? —espetó Mía.

—Queremos saber todo —dijo Ella con emoción.

—¿Qué ocurre entre Clark y tú? —inquirió Alex más tranquila que la rosa y la lila. Lissa guardó silencio.

—Bueno, la verdad es que ni yo lo sé con certeza —comencé a decir, jugueteando con mis manos—, nos hemos estado viendo en el parque —expliqué—, así desde la primera vez que les conté.

—¿Y por qué no nos contaste? —preguntó Mía.

—¿Ya no confías en nosotras? —ahora Alex preguntó con un hilo de tristeza.

—¿Ya no te emociona Clark? —inquirió la chica lila.

—Es precisamente eso, Ella, me emociona tanto que entro en pánico y...

—¡Ahí viene! —gritó Ella, señalando ras de mí.

Mi cuerpo se estremeció, mi corazón latió con fuerza y por instinto, un grito salió de mi estómago y salto ejercieron mis piernas débiles.

Ella y Mía comenzaron a reír ante mi reacción y por las miradas de Alex y Lissa pude saber que Clark no estaba en la redonda. Dejé descansar mi cuerpo cansado a un lado de Lissa, quien me abrazó.

—No es gracioso —reproché un poco desanimada.

—Tal vez por eso no nos quiere contar —comenzó a decir Lissa, acariciando mi blanca cabellera.

Mía y Ella guardaron silencio y me observaron.

—Bueno, ya, cuenta —Mía golpeteó la mesa.

—Cálmate —gritó Ella entre risas.

—Es que no estoy con Jacob por el chisme, pero no lo cuentan —dijo irritada.

Mi corazón se hundió y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las mantuve dentro antes de que me vieran mis amigas. Me levanté de la mesa, casi ocultando mi rostro y dije:

—Puedes ir con el rojo, ya no les tengo nada que contar.

Y así me dispuse a caminar al interior del salón. Se escuchó un pequeño bufido por parte de Mía, luego dejé de escuchar.

Más pronto de lo que cantaba un gallo, estaba en el interior de un cubículo intentando detener mis lágrimas, lo cual era una causa perdida.

Una vez que un pensamiento negativo invadía mi sistema, todo era un mundo gris, un mundo gris que odiaba. Una vez que entraba en ese mundo gris era difícil salir: permanecía estática, a penas era capaz de respirar, era como estar sumida en un sueño.

En uno desagradable.

Las lágrimas cálidas bajaban por mis mejillas blancas y casi frías. Mi respiración se entrecortaba en jadeos. Y ya harta de mí misma y de mi funcionamiento de positivo y negativo, me dispuse a salir. Abrí la puerta del cubículo, agarré papel y caminé al espejo, donde una pequeña Emma con las mejillas ligeramente rosas, ojos inyectados de sangre y su rostro empapado, apareció delante de mí.

Primero limpié mi rostro con el papel, luego lo dejé en el bote de basura y abrí la llave para así mojar mi rostro y después secarla con un poco de papel.

Cuando salí del baño, Clark me esperaba fuera, estaba recargado en la pared y observaba fijamente mi rostro. Por instinto, giré mi cuerpo.

—Emma —llamó.

—¿Clark? —contesté, aún sin girar—. ¿No deberías estar en clase?

—Y tú igual —no respondí, no giré—, te vi en el salón, tenías los ojos llorosos, quise alcanzarte, pero fuiste más rápida, así que te esperé.

—Debes ser extremadamente lento si no puedes alcanzarme —dije con una sonrisa sobre los labios, la cual desapareció.

—De verdad ibas rápido, tal vez no querías que alguien te viera llorar, ¿verdad? Pero...

—Pero tú me viste.

Y precisamente así fue.

Clark, sin decir nada, me abrazó y me acompañó al salón, Tara nos observaba desde su asiento, y cada mirada era distinta, cuando Clark la observaba, su mirada era dócil, buena y sonriente, pero cuando era yo, su mirada era seria, fría y envenenada.

Ambos nos sentamos en nuestros respectivos lugares, yo delante de la pareja y a un lado de Lissa.

La verde me observó, hizo una mueca y me extendió un pequeño papel con un dibujo, encima unas palabras que decían: "Te quiero"



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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