Tintes de Otoño

12. Un momento de cada segundo

Entonces, en un posible, mi vida hubiese sido todo lo contrario a lo que, no, no es un posible, lo sería        

Entonces, en un posible, mi vida hubiese sido todo lo contrario a lo que, no, no es un posible, lo sería. Es un afirmativo. Sería totalmente distinta si no hubiese sido adoptada, si no hubiese hecho caso a mi corazón. Sería completamente otra.

Caminaba con Clark por la calle con mi celular en mano, Clark se burlaba de mí. Debía buscar reseñas de esa obra o el escrito, debía saber cómo acababa, mamá me mataría y papá saldría con una escopeta en busca de Clark. El chico azul me guiaba por la acera, mi mano sujetaba la suya y me decía cosas como: muévete un poco a la derecha, hay un poste. Y así me mantenía alejada del peligro mientras buscaba el final de la obra que vi pero no vi.

Por fin hallé el escrito en PDF, debía ser sincera, no leía libros, mucho menos obras teatrales. Bajé a la última parte y busqué la escena donde Nora y Elmer permanecen solos. Así la leí al pie de la letra a dos calles del parque. Estaba segura de la obra y ahora no pasaría nada grave porque mamá y papá no sabrían lo que ocurrió esa noche.

—¿La encontraste? —preguntó Clark en tono de burla.

Me crucé de brazos, apartando mi mano de la suya. Había sido cálido -e incorrecto- sostener nuestras manos, cuando las separé, el viento helado recorrió mi mano con caricias, así que me crucé de brazos para evitar el frío.

—Sí, lo hice. Ya todo estará bien —murmuré.

Ya habíamos pasado el parque y estábamos subiendo la colina que nos llevaría a casa. Eran las 11.23 de la noche, era la primera vez que llegaba tan tarde a casa. Esa primera vez fue con Clark y por más que no quería hacerme ilusiones, mi mente inventaba excusas para decir «Clark es mi primera vez de...» o «Clark es tan lindo», claramente Clark es tan lindo, pero no me iba a dejar decirlo ni en mente.

Estaba mal ahora.

Cierto era que no tenía una relación buena con Tara, pero de igual forma, estaba mal porque Clark sí era mi amigo y deseaba lo mejor para él. Si Clark quería estar con Tara, que lo estuviese. Si es lo que quiere, es porque debe ser lo mejor, ¿no?

Una vez delante de la puerta de la casa, me despedí de él y quedamos vernos mañana para iniciar con nuestro juego.



 

Era domingo. Domingo sagrado. El próximo fin de semana cruzaríamos la frontera para visitar a la familia de papá -técnicamente mi familia-, ese fin de semana sería Celaya.

Ya estaba vestida, eran las tres de la tarde y debía salir al parque, a mamá no le había parecido una buena idea, era verano y el sol al rededor de esas horas estaba más potente, pero la tranquilicé diciendo que la hora suprema -las doce- ya había pasado.

Encontré a Clark sentado en la misma banca donde por primera vez tocó su guitarra para mí -para mostrarme su composición, claro-. Me acerqué a él con una sonrisa, esa vez llevaba una bolsa amarilla, dentro, estaba la lista, la cual Clark no podía ver.

—Princesa —sonrió Clark, levantándose de la banca.

Nadie, más que papá, me había llamado princesa y mis amigas, entre burlas y piropos. Que Clark me llamase princesa era algo de otro mundo, solamente ocurría en mi imaginación y por más vivaz que ésta fuese, no podía creerme una palabra cual mi mente repitiese.

Le regalé mi más brillante sonrisa y caminé hacia el césped, donde me senté, dejando la pequeña bolsa a mi vera, Clark me siguió con el ceño fruncido. Me recosté sobre el césped y bajo el sol. El sol calentaba mi blanca piel. Tendría más ronchas, eso era un hecho, pero esto valdría la pena.

Clark se mantuvo de pie junto a mí, observándome inquisitivamente.

—¿Sucede algo, Emma?

Cerré los ojos, sintiendo las caricias del sol. Mamá me mataría si me viese así y, claramente, está mal. Yo no debo acariciar el sol ni debo permitir que él me acaricie. Era un romance prohibido del cual no podía huir por más que lo necesitase, porque esto no se trata de querer, sino de necesitar. Yo no necesitaba del sol para vivir -pero sí para morir-, pero quería al sol en los restos de mis días.

—No, solamente estoy cansada, no dormí nada -murmuré, abriendo los ojos para observar a un Clark pensativo que accedió a recostarse junto a mí.

—Te entiendo, yo tampoco.

Giré un poco mi cabeza para observarlo, él imitó mi movimiento y sonrió.

—¿En serio?

—Sí, llevo como un mes sin poder dormir bien.

Yo llevaba toda una vida sin poder dormir bien. Siempre que duermo algo horrible ocurre, mamá y papá son testigos de eso.

Observé el cielo y sus nubes. Todos los colores danzando junto a mí, diría que están presumiendo que ellos tienen un montón de color y yo no, pero ya no lo veo así, lo veo como una serenata dedicada a mí y a mi blancura natural.

—Mira —murmuró Clark alzando su mano—, esa nube parece un dragón escupiendo fuego.

Observé la nube que señalaba, por más que buscase su forma, solamente se me venía un animal a la mente y no era necesariamente un dragón.

—A mí se me figura más a un dinosaurio que baila.

Clark me observó alzando sus cejas y una sonrisa divertida.

—¿Hablas en serio? ¿Un dinosaurio bailando?

—¡Sí! Mira —ahora era yo la que alzaba la mano—, ahí está el cuerpo, su cara está girando a la izquierda y supongo que lo que ves tú como fuego, lo veo yo como su cola y una de sus pequeñas manos. ¿Ves el trocito que se alza? Ésa es la mano.

Clark soltó una carcajada, observando a la gran nube con forma de dinosaurio que él veía como dragón.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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