Tintes de Otoño

13. Patito

Razonablemente Tara dio la existencia de un mito sobre mí        

Razonablemente Tara dio la existencia de un mito sobre mí. Un mito que Tara inventó y esparció en cada rincón de la escuela. Exprimió limones amarillos en mis ojos e hizo que me golpeara con el poste de la acera. Viví los años de preparatoria con ese rumor pisándome los talones.

En el tercer y último año, creí que todos habrían olvidado aquello, pero para mi sorpresa (no grata), no fue así.

Mamá no hizo preguntas cuando me vio llegar, eso es lo que solía hacer cuando arribaba en casa con la cara larga y apagada, más de lo normal, sin embargo, papá era lo contrario. Tomó mis manos y me sentó en el sillón, tal y como lo hacía cuando era la pequeña de trece que fue recién adoptada. El se hincó delante de mí, con el rostro preocupado y sus lentes sobre su tabique.

Patito —susurró.

Patito era el apodo que usaba para mí cuando andaba mal y él lo sabía. Me lo dio en nuestra primera tarde de verano, cuando caí caminando por un prado que yace lejano en mis recuerdos; me sentó en sus piernas y, sin saber cómo consolarme, empezó a decirme de aquella peculiar forma, la cual me hizo reír.

Y esa vez no fue la excepción.

No sé si se trata del tono en que lo decía o el mismo apodo, pero había algo en él que me hacía reír.

Patito —repitió, sacándome una pequeña sonrisa entre pequeñas lágrimas que escurrían de mis ojos por mis mejillas—, ¿sucedió algo desagradable el día de hoy?

No respondí.

El silencio otorga.

Me sentía tan rota como para poder expresar palabra en aquel momento. Me sentía decepcionada.

—Sí, sí que pasó —susurró abrazándome. Yo accedí a su abrazo y oculté mi rostro en él.

Papá siempre había sido mi héroe. Desde mis trece años comprendí que años atrás me había perdido de lo que era tener un padre. Un padre verdadero que te trata como una reina o como su princesa.

Ése era mi padre.

Sorprendentemente tenía una mejor relación con Adrián que con Zoé. Escucho a mis amigas y siempre tienen riñas con sus padres, pero yo solamente las tengo con mi madre.

—¿Sabes que puedes contarme lo que sea? ¿Verdad?

Me limité a asentir. Minutos después, el timbre de la puerta sonó. Quería contarle todo a mi padre, pero dos cosas me frenaban: se molestaría tanto con las reposteras que, si algún día llegamos a solucionar esto, él no me permitiría que estuviesen aquí y, en segunda, la llegada de Lissa a la casa.

—Creo saber quién es —musité, levantándome del sillón.

Papá se reincorporó en silencio, sabía que estaba triste porque no le había contado aquella cosa que me había puesto tan triste, pero la excusa era la llegada de Lissa.

Al abrir la puerta, confirmé mis sospechas, mi amiga de cabello castaño y brilloso se hizo aparecer con una sonrisa ladina y nerviosa. No era la primera vez que Lissa y yo nos juntábamos por separado de las reposteras. Esta vez era por una razón distinta, y aquella vez, sí fue la primera vez.

Fuimos directo a mi habitación, ambas nos sentamos sobre la cama. Lis me observaba fijamente, con una expresión de dolor.

—Yo no iré a la fiesta —musitó—, es de Tara y todos sabemos que Tara es una mala persona, aunque regale cachorritos cambiaré mi opinión...

Antes de que pudiese seguir, la interrumpí.

—¿Va a regalar cachorritos?

—No, era un supuesta, decía que aunque regalase cachorritos, no cambiaría mi opinión, como las chicas, que con una simple fiesta se hicieron seguidoras fieles de Tara.

—¿Ahora lo son? Una parte de mí se sorprende.

—Yo no tanto, las fiestas las vuelven locas, pero sabes que ellas te aman.

—Si me amasen, Lis, no irían a esa patética fiesta.

—Mía dice que si tú hablas con Caty, ellas tienen el mismo derecho de ir a esa fiesta.

—Pero es totalmente distinto —me quejé.

—¿En serio lo crees? —interrogó, alzando sus cejas.

—Pues claro. Caty es la persona más dulce, nunca le hizo daño a nadie.

—Pero Mía la detesta, sé que Tara es una mala persona, pero si quieres que nosotras (a pesar de que no nos haya hecho algo) no la queramos, como tú, debes empatizar en lo mismo con Mía.

—Eso es sumamente injusto. Se trata de una persona inocente y un diablo.

—Puede ser injusto, pero es la justicia de una amistad, a fin de cuentas. También me molesta que se comporten así, pero les das armas, si no le hablase a Caty, Mía no se pondría en ese plan y ninguna asistiría a la fiesta.

Lissa tenía razón, pero para mí, era una total injusticia. Caty Jackson era la persona más linda de la escuela —tanto por fuera como por dentro—, y no era, para nada, justo, que un grupo de amigas la odiase solamente por ser la ex novia del novio actual de una de ellas.

Jacob es otro caso, un caso fulminante. Tenía buena relación con el sujeto rojo, pero su vibra era más pesada que 100 elefantes en la tela de una araña. Nunca me había dado buena espina, supongo que a ninguna, pero teníamos que tolerarlo por ser el novio de Mía.

Jacob tiene el cerebro tan diminuto, quiero decir, es excelente en las materias, es el chico que siempre saca las mejores calificaciones, pero de madurez, no le llegaba a los talones ni a James, el Naranja. Lo que tenía él era un pegue increíble por ser el más inteligente y, tal vez, el más guapo —cosa que nunca vi de verdad (para mí, no hay nadie mejor que Clark)—. Mía brincaba de un chico a otro, si no funcionaba con uno, ya tenía a otro en la lista esperando (eso siempre me recomendaba hacer, decía que debía olvidar a Clark, que con él no funcionaba y que debía buscar a otro, la diferencia es que yo sí me enamoré, ella solamente busca no sentirse sola emocionalmente), hasta que funcionó con Jacob, quien acababa de dejar a Caty, ¿por qué? Por dos simples razones. 



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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