Tintes de Otoño

14. El lago de los cisnes

Mis manos rozaban con las manos de Clark, pequeñas chispas de magia recorrieron mi cuerpo, el taxi se sacudía mientras giraba de un lado a otro        

Mis manos rozaban con las manos de Clark, pequeñas chispas de magia recorrieron mi cuerpo, el taxi se sacudía mientras giraba de un lado a otro. Seguía sin saber hacía dónde íbamos, pero Clark lucí emocionado. Comenzaba a tener la ligera sospecha de que a Clark le emocionaban, más que a nadie, las sorpresas.

Pero no de la misma forma que al resto.

A todos nos gusta que nos den sorpresas, no descarto que así no sea Clark, pero sin duda alguna, Clark amaba dar sorpresas. 

El taxi arribó en una pequeña zona alejada, a unos pasos de nosotros se hallaba un lago, en él aterrizaban patos que sumergían su cabeza en el agua para calmar el calor que desprendía todo el ambiente.

Clark le pagó al taxista y no quise saber cuánto sería. El muchacho azul me guio hasta la orilla del lago, ahí, había una cesta, Clark se hincó frente a ésta y al abrirla dio a relucir unos sándwiches perfectamente alineado, debajo de una tela de cuadros, la cual Clark tomó y extendió a unos metros del agua.

¿Tendríamos un picnic? Claramente uno de mis sueños es tener un picnic normal, bajo el sol y claro, frente a un lago. ¿De casualidad habría cisnes?

Mi vista se perdió en el agua, en los patos que, después de ser chamuscados por el sol, daban a parar en el agua para refrescarse un poco. Iban y venían. Quizá no eran cisnes, pero mi imaginación gritaba que sí lo eran (si es que así lo quería realmente).

Así era una princesa, una princesa rodeada por los más agraciados cisnes que, algunos se transformaban en criados y bellas doncellas que me atendían. No tenía que preocuparme por el sol, no podía lastimarme, mínimo, en mi imaginación, era una princesa no albina, rubia, con el cabello claro, ya que mi aspecto no cambiaría mucho, pero no sería albina, no tendría ronchas por el sol y podría broncearme como todos los demás.

—¿Y bien? ¿Es de tu agrado?

Clark estaba tomándose muy en serio lo de la lista, ¿no? Porque he de suponer que a eso iba todo eso. A nadie se le hubiese ocurrido traerme a un lago, mas que a la persona dispuesta a ayudarme a vivir, y esa persona era Clark.

—¿Si es de mi agrado? ¡Es como un sueño!

Clark esbozó una sonrisa, una que agitó mi corazón como si hubiese corrido un maratón. Quería ver la sonrisa de Clark todo el tiempo, en un parpadeo, cuando menos me lo esperé, quedé embelesada por su sonrisa, era una pequela obsesión que me acorralaba todo el tiempo, en cada esquina, en cada pensamiento.

Avancé un poco más cerca del lago, observando a los patos que se levaban mientras otros aterrizaban en el agua. Hubiese sido agradable ser uno, poder estar bajo el sol y remojar mis plumas, para refrescarlas, en un lago como éste, ¿lo mejor de todo? Conoces todo el mundo, volar sobre él.

—Siéntese, princesa —pidió Clark, señalando la tela de cuadros, con una sonrisa, caminé a él, tomando asiento como lo haría una princesa de verdad—. Pronto oscurecerá.

Así era, el sol comenzaba a caer y la luna yacía arriba de nosotros, apagada por la luz brillante del rey sol.

—Los atardeceres son preciosos, creo que nunca había podido ver uno de esta forma —musité.

Clark me observó, sentí su mirada como fuego atravesando mi alma, cuando lo observé, lucía atónito, lo cual no comprendía, creo que era predecible lo que había dicho.

—¿De verdad? ¿Entonces ésta es tu primera vez?

Primera vez y con Clark.

Y otra vez mi corazón y mi mente se aliaban para crear ilusiones imposibles con el príncipe azul.

Clark era cómplice de la ilusiones, le daba material a mis sentimientos para trabajar y crear expectativas lejanas a mí, que, día con día, fuese como fuere, me sucumbían al desagradable pensamiento de no ser su complemento.

El sol comenzaba a caer delante de mí, había visto vídeos en YouTube, o desde una ventana, a escondidas, pero nada se compara a este momento. El sol cae despacio, parece que, al igual que los patos, se sumerge en el lago, de forma lenta y temerosa. Ya el cielo no es tan azul como había sido, toma colores que se funden con otros y ésa es la mejor imagen. Naranja, violeta, azul, rosa y amarillo están en el cielo. Para que estemos todos juntos, faltaría el verde, pero lo está, junto a mí, como Lissa siempre lo está.

—¿Te gustaría cantar algo, princesa? —pregunto Clark, observando el atardecer.

—¿Yo? ¿Ahora?

Observé a Clark con asombro, tal vez nadie me había pedido eso tan derepente, excepto las reposteras. Azul asintió con la cabeza mientras una sonrisa enternecía su rostro.

Así que Clark quería escucharme cantar.

—Nunca te he escuchado, y me gustaría.

Medité un momento, a pesar de sentir un poco de vergüenza, una canción, bastante apropiada para el momento, apareción en mi mente.

Raindrops on roses and whiskers on kittens, bright copper kettles and warm woolen mittens —comencé a cantar en voz baja, mis mejillas se encendieron, mientras Clark me observaba, desvié la mirada para ver caer lo que quedaba del atardecer—, brown paper packages, tied up with strings. These are a few of my favorite things —con mi voz hice la melodía, elevando un poco más el sonido—. Cream colored ponies and crisp apple strudles, doorbells and sleigh-bells and schnitzel with noodles, wild geese that fly with the moon on their wings. These are a few of my favorite things.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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