Tintes de Otoño

21. Bajo el mar

Magia        

Magia. Mi palabra favorita. ¿Por qué? Es una palabra que empieza por la m, mi nombre tiene de dos de ésas. El significado de la palabra me transporta a un mundo donde todo no solamente está bien sino que está perfectamente.

Por ende, todo lo que sentía de esa forma, lo denominaba como mágico.

El momento que minutos antes había pasado con Clark, lo pude haber llamado de esa forma, de no ser por dos factores principales: el hecho de estar totalmente confundida y el magnífico instante en el que mi ser se vio sumido en una asfixia.

Jack estaba delante de mí, con las cejas alzadas, los ojos más grandes de lo normal y sus labios trompados. Hubiese preferido hacerme un ovillo en mi cama, con una barra de chocolate en la mano y Jack sentado al borde, donde no pudiese ver el rostro.

—Vaya, Emma —musitó, acomodándose en la banca del parque—. Empezando bien el otoño, ¿eh?

Toda mi vida he amado el otoño y siempre he pensado en que sería bueno empezar mágicamente el primer día de su llegada. Pero nunca había corrido con la suerte de que eso sucediera. Siempre había algo que hacía que mi pie izquierdo fuese el primero en aparecer.

Estaba sofocada, me sentía con el calor ardiendo en mis mejillas y mi respiración se volvían jadeos.

—Sí, vaya —respondí con un resoplo de colado.

Jack sujetó mi mano y la apretó, como si quisiese decir con eso que todo tomaría un mejor rumbo.

—Mira —comenzó—, si lo que me dices, es verdad, y Clark puede sentir algo por ti, no se preocupará, de forma negativa, por la escena que armaste. Tal vez, cuando salgas con él, hoy en la tarde, te pueda aclarar todo.

Me despedí del contrario de Ley de Murphy y caminé de regreso a casa con la cabeza empapándose con una lluvia de ideas. No, lluvia no, una enorme tormenta que sofocaba el pensar de mi mente, cual abatía mi pesadumbrada alma.

Al llegar a casa, les informé a mis padres que a las tres saldría con Clark, seguido me encerré en mi habitación, colocando un disco de The Smiths y sentándome en la hamaca.

¿Adónde me llevaría Clark y por qué? Me mecí en la hamaca, intentando dar con una respuesta lógica: Clark quería seguir con lo de la lista, estaba claro, pero ¿adónde iríamos esta vez? Necesitaba respuestas, ¿qué fue lo que había pasado con aquel chico?

Alcancé la hoja de la lista, sin levantarme de la hamaca, para percatarme que me faltaba más de la mitad. También debía trabajar en eso, Clark se estaba esmerando mucho, me tocaba a mí.

Observé el reloj del teléfono, cual estaba sobre el escritorio. Quedaba media hora para ver a Clark en el parque. Me levanté de la hamaca y me observé en el espejo. Un fantasma. Una chica totalmente pálida me observaba desde el espejo, sus grandes y extraños ojos revisaban cada parte de mi ser, como si pudiese ver más allá de mi alma.

Siempre me juzgaba ante el espejo. Aterrándome con cada paso y, no solamente yo lo veía, los demás también percibían el pesar de mi alma.

Sabía que debía quererme, sin embargo, no sabía cómo, si lo único que veía en mí eran cosas negativas.

Arreglé mi rostro para que me viese mínimamente decente, y bajé los escalones, una vez en la planta inferior, divisé a papá en su sillón favorito, con los lentes puestos y leyendo un libro.

—¿Ya te vas? —preguntó, sin alzar la vista.

—Sí —musité a unos pasos del primer escalón.

—¿No quedan unos veinte minutos, princesa?

—Sí, pero mejor llego un poco antes para estar un rato en el parque.

Papá bajó el libro, me observó, quitó sus lentes y sonrió. 

Antes no podía salir de casa sin que alguien me acompañase, mamá en realidad es sumamente sobreprotectora, pero papá logró convencerla para que pudiese salir a la calle sola y desarrollarme para la vida, pensando en mi futuro.

—Cuídate —pidió, con la voz apagada. Guiñó y siguió leyendo.

Llegué al parque, donde paseé por mi, ya tan conocido, sendero, recordando las palabras que Clark, horas atrás, había dicho, volviendo mi cabeza una montaña rusa que cambiaba de colores pálidos a opacos. 

¿Eso era el amor? ¿Confundirte todo tiempo pero siempre estar seguro de tus sentimientos?

No sé cuántos minutos pasé dando vueltas por el sendero cuando Clark apareció por una de las entradas, con los ojos levemente iluminados y, extrañamente, sonrientes. Clark tenía esa clase de ojos que te sonreían, no había duda de eso. Eran azules profundos, una ventana total a su alma.

Esbozó levemente sus comisuras y caminé hacia él. Lucía nervioso y no llevaba esa vez la guitarra, pero tenía otra vez la cesta que llevó al lago, ¿regresaríamos ahí?

—Ya terminó el verano —dijo, para seguido carraspear, denotando su nerviosismo—, debí hacerlo más temprano, para la semana pasada fue toda una Odisea... y como dicen, mejor tarde que nunca.

Me limité a delinear una sonrisa con mis labios, mientras grandes interrogante se formaban en mi cabeza. Cuando Clark comenzó a caminar, yo lo seguí, sintiéndome diminuta, tonta e inútil. El silencio comenzaba a sentirse incómodo, como cuando sabes que hay muchas cosas por decir y preguntar pero no dices nada porque no sabes o no estás seguro de cómo.

Clark pidió un taxi, cual pasaba por nuestro lado, sin pasajeros. Ingresamos en él, me senté en la parte trasera y Clark en el asiento del copiloto. Todo era silencioso y naturalmente incómodo. Quería hundirme, desaparecer de ese instante, pero también quería respuestas sobre lo que estaba sucediendo, a qué se refería Clark, si a Tara o a mí.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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