Tintes de Otoño

32. Canción que late en el corazón

Intensidad        

Intensidad. No hay nada más que decir acerca de mis sentimientos o lo que sucedió con el beso. Intensidad es la palabra perfecta que describe un momento perfecto y para nuestra suerte, todo fluyó bien.

A la mañana siguiente me levanté de la cama con sumo entusiasmo. Me metí a bañar mientras papá y mamá seguían babeando sobre la almohada. Cuando salí, ellos ya se habían levantado, mamá fue la siguiente en bañarse y seguido de ella, papá.

Eran las 9.00 de la mañana cuando decidimos salir de la habitación por desayuno e iniciar nuestro tour por Londres. Mamá y papá se adelantaron al comedor y yo les toqué la puerta a los Lewis, mi buen humor había regresado y el malestar había bajado, para mi suerte.

Toqué la puerta con los nudillos mientras me mecía con los pies. Estaba nerviosa. Deseaba no haberlos despertado, todavía era temprano, pero debíamos ir a desayunar y pedir el taxi para comenzar nuestra aventura.

La puerta fue abierta minutos después, por un Clark con el cabello mojado y despeinado, acomodándolo con su mano. Me sonrió, ladeadamente.

—Buenos días, Emma —canturreó. Su sonrisa debía saberle a victoria.

—Bu-buenos días, Clark —balbuceé, con las mejillas encendidas.

¿Por qué?

Ni idea.

Los tres bajamos al comedor del hotel, el cual era realmente espacioso y demasiado elegante, con manteles blancos, candelabros y una luz amarillenta que le daba un tono rústico. Una perfecta combinación.

Pensándolo bien, era como verme a mí en un retrato abstracto: toda la habitación era blanca por los manteles sutiles que bañaban las mesas, ésa era mi yo de fuera; por otro lado, estaba la luz amarilla que adornaba el lugar, ésa era mi alma.

Bueno, dejando de lado mis divagues mientras observaba el lugar, avanzamos hasta uno de los guardias. Localicé a mamá y papá en una de las mesas más retiradas, quienes veían en nuestra dirección.

—¿De qué habitación?

El guardia inquirió, con un rostro amargo que quitó la brillante esencia del lugar. Pero de buena forma le respondí, me dejó pasar a los segundos junto a la señora Lewis y su hijo. Caminamos hasta la mesa donde mis papás yacían sentados cómodamente, ambos nos indicaron, mientras mamá señalaba con sus largos brazos, dónde estaba el buffet, los baños y si queríamos pedir menú se lo podíamos encargar a uno de los meseros.

Clark y yo preferimos ir a la barra, así que ambos nos levantamos con evidentes sonrisa sobre nuestros rostros. Atravesamos el restaurante hasta llegar a nuestro destino, donde tomamos un plato (para cada uno) y curioseamos la comida.

Yo me dirigí por hot cakes, Clark, indeciso, desistió y me imitó. Bañé los míos con miel. Amaba comer hot cakes bañados a más no poder de la jugosa y deliciosa miel, por contraparte, descubrí que con Clark no era así, se sirvió moderadamente. Una vez con nuestros platos servidos, caminamos de regreso a la mesa.

El joven azul observaba con sus ojos de un lado a otro, seguro tenía la misma sensación de emoción que yo: su estómago comprimido y un cosquilleo en el cuerpo.

Tras llegar, dejamos los platos, dispuestos a devorarlos. Me senté delante de mis padres.

No sabía lo que se aproximaba.

Iba ya a la mitad del platillo cuando mamá me llamó casi con la voz apagada. Sabía que algo importante estaban por decir, pero los hot cakes bañados de miel estaban demasiado buenos como para dejar de comer.

—¿Sí? —musité, llevando el tenedor, con un buen trozo, a mi boca.

Mamá y papá se observaron, querían que los observase a los ojos, pero, además de no tener las fuerzas, por el miedo que comenzaba a ejercer hacia la voz titubeante y paulatina de mamá, los hot cakes escurrían miel mientras me guiñaban con sus inexistentes ojos.

—Tenemos algo importante que decirte.

Eso ya lo había olido. A leguas. No tenía de qué podría aproximarse, pero no era necesariamente bueno.

—Ajá —comenté, para que prosiguieran y no se detuvieran.

Sin embargo, mi comentario no ayudó mucho a ello. Ambos se tomaron su tiempo, compartiendo miradas mientras yo masticaba, cómodamente, mi comida.

—Estoy embarazada.

El tenedor que se aproximaba a mi boca se detuvo a mitad del trayecto. Se mantuvo estático ante mí y no pude hacer que bajara o se acercara. Subí mi cabeza para observarlos, ambos lucían nerviosos, esperando mi respuesta. Mi mundo se despedazó en ese momento.

Lo único que pude pensar fue un: vaya, al fin pudieron, ¿no?

Sé que fue un tanto egoísta de mi parte, pero en ese momento no pude ver lo positivo. Una fuerza sucumbió dentro de mí para mecerme con fuerza. Antes de notarlo, mis ojos se habían llenado de lágrimas y, en mi mente, intenté hacer una lista que me dijese todo lo bueno que traía eso.

Lo que logré fue que recuerdos se alzaran ante mí. La entrada del orfanatos se abrió delante de mí de golpe y, por más que quisiese alejarme, la puerta se hacía cada vez más grande y se acercaba con más rapidez para devorarme.

Me levanté de la mesa sin pensarlo dos veces, los cuatro presentes que estaba entorno mío me observaban fijamente, esperando que respondiese. Pero no podía decir nada.

Las palabras se atoraban en mi garganta y mi corazón se comprimía con una fuerza que jamás había sentido antes. Ni en el orfanato ni cuando Tara mintió sobre la carta. Nada se comparaba con lo que sentí en esos momentos.

—Fe-felicidades —musité con la voz entrecortada y más grave. No sabía que esa voz tan profunda podría salir de mí.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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