Tintes de Otoño

38. La feria de octubre

El veintiséis fue un día relativamente normal, me sentía más liviana y mejor conmigo misma       

El veintiséis fue un día relativamente normal, me sentía más liviana y mejor conmigo misma. Ese día no salí de casa, estuve encerrada, ayudando a mis padres con la limpieza y tratando las ronchas de mi pálida piel.

¿Era normal que cada día me sintiera más débil?

Tal vez sí...

Mamá al principio de la mañana estaba molesta, no me observaba y tampoco me quería hablar. Papá, por otro lado, lucía confundido, eso quería decir que mamá no le había contado absolutamente nada acerca de lo ocurrido el día anterior.

Pero más adelante, mientras barría las escaleras, mamá se acercó y permaneció tras de mí, con los brazos cruzados y el semblante serio. Eso me erizó la piel y temí por mí misma.

—Emma —llamó con la voz contraída—, ven conmigo.

Me vi obligada a dejar la escoba, recargada sobre la pared y seguir a mamá hasta la sala de estar, donde ambas tomamos asiento sobre uno de los sofás. Ella se mantuvo seria, con las manos sobre sus rodillas y la espalda recta.

Yo, por otro lado, observaba a los lados, implorando ayuda. Alguien debía ayudarme. No tenía fuerzas para volver a enfrentarme a mamá. Mis piernas temblaban con imprudencia y mi corazón latía con frenesí.

Frenesí.

Me gustaba esa palabra.

Podía ser lo opuesto a mí, pero estaba en un párrafo que tenía que ver conmigo y no como primera vez.

—Quería disculparme por cómo te hablé ayer... es decir... yo soy tu madre —comenzó, primero me desconcertó—, yo no debo seguir el juego de una chiquilla y elevar la voz como una adolescente —musitó, dejando escapar un suspiro.

Su disculpa fue interrumpida por un toqueteo en la puerta. El sonido hueco hizo que las dos observásemos en su dirección. Mamá se levantó para entender, sacudió sus manos en su pantalón mezclilla y caminó por el pasillo para abrir la puerta.

—Hola —saludó con una evidente sonrisa, cual no podía ver, pero sí detectar con el simple hecho de su habla.

—Hola, Teatrera —saludó una voz masculina que no tardaría en reconocer.

¿Teatrera? Vaya apodo...

Le quedaba a mamá, ya que armaba unos dramas...

Pasos se escucharon y luego la puerta cerrarse. Yo me mantuve estática en el salón, mientras, inconscientemente tamborileaba mis dedos sobre mis rodilla.

Clark me había pegado semejante manía...

El inconfundible de Joshua atravesó el umbral junto a mamá, ambos se detuvieron a unos pasos de la entrada de la sala y, por ende, de mí. Me levanté para huir y dejarlos solos, pero mamá me hizo un ademán para que volviese a sentarme.

Le hice caso omiso con un miedo recorriendo mi espalda.

Mamá invitó a su amigo a sentarse en el sofá individual contiguo al mío, donde ella se sentó, haciéndome compañía.

—Estabas aferrada a respuestas, ¿no es así, Emma? —yo asentí tímidamente— No me creíste ayer y no te iba a dejar con ese mal sabor de boca, no me hubiese gustado a mí...

Así que mamá trajo a alguien que pudiese respaldar su argumento sobre lo que había dicho aquel día.

¿Y si ambos mentían?

Bueno, realmente no creía a mamá capaz de mentirme solamente por sí.

Espera, ¿y si lo hace para ocultar algo más grande?

—Hola, Emma —saludó el azabache. Yo meneé mi mano, un tanto confusa—, soy Joshua Mora —comenzó, donde noté signos de nerviosismo—, verás, ya no trabajo para Tifón, así como los demás. Lo dejamos hace poco —murmuró, ahora con un tono de tristeza.

Hablar con Joshua me despertó otra duda, ¿cuál era su historia con Freya?

Ahí sí no tenía derecho a saberlo, pero la duda me asaltó.

—Lo que tu mamá te dijo es cierto. No fue la mejor espía —comentó, observándola por el rabillo del ojo, con una sonrisa ladeada, mamá, por su lado, fingió indignación y lo observó con el ceño fruncido.

—En mi defensa, una vez me secuestraste, ¿o fueron dos? —espetó.

Joshua ahogó una carcajada y mamá le siguió.

Papá y mamá se querían mucho, pero... esa química nunca la había visto. No quiero decir que no tenga con papá, simplemente son químicas distintas. Pero sabía a ciencia cierta que la química de mamá y papá se trataba del amor más grande nunca antes visto.

—Bueno, ella lo dejó antes que todos porque quería estar con tu padre.

Sentí que eso lo hirió, porque lo dijo como si se tratase de una estocada directo al corazón.

Y ahí estaban las respuestas que necesitaba. Mamá no me lo diría, pero deduje que hubo un algo entre ellos que no se cumplió, ¿papá lo sabría? ¿Cuál era su postura? Decidí no entrometerme más, dejar pasar eso, ya tenía lo que necesitaba. Joshua y su séquito de zombies (como a mamá le gustaba llamarlos) ya no eran espías, ciertamente, pero mantenían contacto con ese tal Tifón y él era bastante poderoso como para hacerle la vida imposible a alguien como el padre de Tara.

Quería saber cómo harían su trabajo, pero mamá me hizo prometerle que no más preguntas. Que me limitaría a la información que me habían dado y que no haría más preguntas para saber qué harían los del Comando T.

La mañana siguió su curso natural, mamá me estrechó en un abrazo y Joshua se despidió para seguir con su trabajo.

Barrí la sala, las escaleras y la planta alta, mientras Tara seguía descansando, junto a su madre. Luego me encerré en mi habitación el resto de la mañana, observando por la ventana, sentada sobre la hamaca y con el corazón ardiendo, latiendo y restaurándose.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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