Tintes de Otoño

44. Todo inicio...

Ñácaras        

Ñácaras. Ronchas. Dolores.

Todo aquello conformaba mi apaleado cuerpo. Todo ardía y sentía que la energía se había terminado. A pesar de sentirme desgastada, fui a clases. Como todo día normal entresemana.

Cuando entré al salón, después de llegar después de mi hora habitual, creí que una tarántula estaba sobre mi hombro. Toda la clase me observó con espanto mientras mis párpados caían.

Lissa fue en mi ayuda, me sujetó por la cadera y me llevó a mi asiento.

-Dios, niña -reprochó la verdosa-, debes descansar.

-Estoy perfectamente -repuse, mientras tomaba mi asiento.

¿Perfectamente? Sabía que algo iba a salir perfectamente, pero me sentía terrible. Muerta. Destrozada. Pero prefería que nadie se preocupara, así que debía fingir que todo estaba increíblemente.

Clark no estuvo esa mañana, tenía que ir a Los Ángeles, no estaba segura si preparaba todo esa mañana o ya se había ido.

Ella corrió a mí con una sonrisa de oreja a oreja y, al analizarme, su rostro cambió radicalmente.

-Te ves fatal -concluyó con las cejas juntas.

-No es nada -contesté a la mitad de un bostezo.

Si me pagaran por todas las veces que he mentido sobre eso para ese entonces sería millonaria.

-¿No es nada? -exclamó con indignación- ¡Emma! ¿No te has visto? Tienes el rostro rojo.

-Sí -musité con un segundo bostezo-, estoy bien.

A Ella se le acababa la paciencia, me miraba con los labios apretados, sus manos hechas puño a sus costados y sus ojos como dos navajas afiladas viéndome fijamente.

Esa parte de Ella me daba pavor.

Dos toques en mi hombro me salvaron. Volteé para ver a Tara con una expresión de preocupación y los ojos con ese aire de tristeza.

Otra más.

-Tus amigas tienen razón -defendió-, Emma debes dormir, te pasas la noche en vela y, para colmo, te gusta vivir bajo el sol cuando eso te hace daño.

-No-

-Tara tiene razón -espetó Lissa a mi lado-. Prométeme que vas a descansar hoy.

La observé. Parecía de verdad preocupada y rogándome que se lo prometiese. Contuve mi respiración y observé a las tres chicas que estaba sobre de mí, inquiriendo una respuesta a las palabras de Lissa. Me encogí de hombros apenada.

Sabía que ese día ocurriría algo perfectamente.

-Lo prometo -respondí con una sonrisa y un tono no tan seguro.

La chica oscura, la verdosa y la lila, me observaron unos momentos más, hasta que el profesor entró ese viernes y captó nuestra atención. La clase comenzó como todas: aburrida.

Me embarqué a un barco y me perdí en un gran mar. Todo era tranquilo, relajante, único. El sol relucía con fuerza y yo no tenía miedo. Estaba sola en esa embarcación mientras las olas me mecían de lado a lado.

Observé unos momentos el ancho mar, el cielo, el sol y las nubes. Luego cerré los ojos y me dejé mecer en un mar de tranquilidad.

Hasta que mi respiración se contrajo y no me dejó respirar. Abrí los ojos de golpe mientras me asfixiaba. No estaba en el barco, estaba a la mitad de una clase. El profesor se detuvo y me contempló inquisitivo.

Tomé mi bolsa y busqué en el interior el diminuto. Toda la clase me observaba y eso solamente lo llevaba a peor. La vergüenza me invadía y prefería salir del salón.

Corrí para atravesar la puerta con mi fiel amigo en mi mano, luego caí del último escalón, raspándome las piernas. Lissa llegó a mi lado con su rostro preocupado, luego el resto de las reposteras junto con Tara.

Ya sabía que, por más que me ahogara, no pasaría nada. Solo eran lapsos producidos por el Apnea del Sueño. Pero se sentía horrible.

Coloqué el diminuto e inhalé.

Hasta que pude respirar.

Lissa y Mía me ayudaron a levantarme. Alex se inclinó para ver el sangrado (muy leve) de mi rodilla.

-Mejor la llevamos a la enfermería -repusieron.

No me dejaron caminar. Ella y Alex sujetaron mis piernas y Tara las guió. Por más que les dijese que podía caminar sola, se aferraron a la idea de cargarme y evitar más daños con mis torpes pasos.

Cuando llegamos a la enfermería, me recostaron en esas blancas camillas, pero me aferré a sentarme. La enfermera no tardó en llegar y se sorprendió vernos tan temprano.

-¿Todo está bien?

-Sí, perfectamente -repuse, con la intención de levantarme, pero la enfermera se negó, observando la herida-. No es nada grave.

-Pero debe limpiarse y tratarse -repuso.

Mis amigas se sentaron a la espera, mientras que la mujer preparaba el algodón. Una vez listo, se acercó a mí y colocó el empapado algodón sobre la herida.

Eso me llevó a aquella vez que conocí a los hermanos Murphy. Mientras paseaba por el sendero y la pelota con la que jugaban dio contra mí, eso también llevó a que me raspara la rodilla.

El dolor era soportable, recorría mi cuerpo y hacía que mi rostro expresara lo que sentía. Cuando la mujer terminó, me indicó que lo mejor era mantener al aire libre la herida para que cicatrizara, por lo que no me pondría venda o curita alguno.

Luego regresamos al salón de clases, esa vez logré caminar por mi cuenta, a paso paulatino y mis amigas me esperaron, cosa un poco descomunal. Mis pasos eran mucho más lentos que otras veces. Cuando llegamos al salón, todas las miradas se posaron en nosotras, me limité a esbozar una sonrisa y caminar a mi asiento, con ayuda de Lissa y Tara.

La clase siguió su curso, me limité a tomar apuntes y no dejarme llevar por el sueño, debía permanecer alerta. Pero mi mente lejos se iba, pensando en Clark y la noche anterior, cuando él también me correspondió al te quiero.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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