Tirita: Vendas de humor para tiempos fríos

El viaje de nuestras vidas

 

—Deberíamos planear el viaje de nuestra vida. — Me encontraba realmente motivado para tal cometido, de modo que se lo planteé a Óscar sin rodeos.

—¿Que uno sobrevuele en avioneta el colocón del otro? Vaya tela.

—¡Exacto! — afirmé ante el comentario de Óscar — . Ahí has dado con la clave. ‘Aleta jav’.

—¿Cómo dices? — Óscar se había quedado momentáneamente descolocado.

De modo que, agarrando lápiz y papel, traté de explicarme.

 

El dibujo del tiburón no era precisamente una oda a la ilustración, pero servía.

Óscar lo agarró con manos nerviosas y pronunció varias veces la palabra.

—¿Tiburón? — Finalmente, se decidió por rendirse lanzando la pregunta.

—Vaya tela. Tú lo has dicho. ‘Aleta jav’ al revés. Y… — Calculé una pausa en ese punto a modo de redoble de tambores. —...a ver aletas de jaw es a dónde tenemos que ir. ¿Qué me dices de Hawaii?

—Toca viajar. Sí, a donde sea. Pero moverse. Y verse moverse —como que me llamo Óscar que ese día estaba yo inspirado poéticamente.

—”Verse moverse” —repitió Víctor pensativo, mirando hacia la ventana. Puedo escribir “repitió Víctor” porque ha cambiado el narrador. No nos volvamos locos—. ¡Qué bonito!

—¿Te gusta? —sonreí sintiéndome un artista.

—No mucho.

—Pero si has dicho “¡Qué bonito!” —protesté.

—Ah, sí, es que acaba de pasar un atún enorme por la calle.

Sentí que, una vez más, me estaban tomando el pelo.

—¿Te estás quedando conmigo, Víctor?

—No puedo. Lo siento tío, ya tengo un par de gatos y no vivo en el palacio de Buckinham. Además, otra prueba: antes del bonito—atún yo ya hablaba de peces. Acuérdate del tiburón.

—Vale, vale… Déjalo así, no nos vaya a joder…

Y así se quedó el capítulo, esquelético como una raspa de sardina.




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