Titanes Abisales: Runas perdidas

2. Cambio de vida

El día había llegado. El padre de Valeria entró a la habitación emocionado.

—¡Mija! ¡Ya casi es ho...! —Al entrar solo vio la habitación vacía, con la ropa tirada por todas partes. Caminó hasta el closet tratando de no pisar nada para abrirlo de par en par, encontrando a Valeria ya uniformada con su túnica de aprendiz, en posición fetal, temblando como si sufriera hipotermia. — ¿Nerviosa?

—¿¡Quién, yo!? Para nada... Solo me estoy... Mentalizando.

—Sí, como no. —La tomó de los hombros para sacarla, la llevó frente a su tocador, viéndose los dos al espejo. — Déjame ayudarte. —Peinó el pelo de Valeria antes de comenzar a trenzarlo. — Entonces... ¿Cómo te sientes?

—No sé si estoy lista...

—Bobadas, te has esforzado por años para este momento, el sacerdote te adora, tus compañeros admiran tu diligencia y todos en la granja te apoyan. Lo harás bien, por fin serás sacerdote ¡Liderarás a las ovejas descarriadas...!

—Eeehm...

—Ok, eso no, hm... ¡Podrás estudiar todas las ramas del conocimiento que quieras llegando aun más allá! ¡Crear nuevos sellos y runas!

La emocion de su padre no fue contagiada a su hija. Valeria había cumplido recientemente 23 años. Se había dedicado a estudiar diferentes ramas de conocimiento para tomar un papel importante dentro del culto al titán, uno que le permitiera acceder a las bibliotecas donde se guardaba el conocimiento de los antiguos sacerdotes y oyentes, conocimiento que quizás le permitiría crear nuevos símbolos, runas o quizás ayudar a la adaptación de las antiguas tecnologías. Este era el día en el que se graduaría para ser un sacerdote y quizás obtener una forma titán.

—Jeje...

—¿Pasa algo, papá?

—No... Es solo que... Has crecido mucho, cariño.

El padre sacó una vieja foto del bolsillo de su camisa, colocándola frente al espejo. Era una foto de los 4 sentados en la sala: Papá, mamá, Mónica y ella. Mónica había salido igual a su papá mientras que ella igual a su madre, heredando su pelo castaño, ojos verdosos, piel morena y sus facciones finas. Esa foto tenía por lo menos 10 años cuando Mónica y su madre aún estaban con ellos; el paso del tiempo se hacía evidente. Ver el rostro de Mónica solo la estresó más, por lo que volteó la foto.

—Con eso basta... —Se levantó nerviosa terminando de trenzarse el cabello, haciendo una mueca en su intento por sonreír, fue a la puerta, pero sus piernas temblorosas la obligaron a apoyarse en la pared.

Su padre se acercó, tomándola de la mano para ayudarla a salir. Al llegar a la escalera, vio a los trabajadores de la granja esperarla abajo, por lo que, apenada, se escondió antes de que la vieran, amagando con volver a su cuarto, pero su padre la detuvo.

—¡Vamos...! ¡No es tan malo! —Afirmó, arrastrándola.

—¡Eso dices tú!

—¡Valeria...! —Dejó de forzarla, dándose un segundo para calmarse y reformular sus palabras. — ¿Qué tienes?

—Es que... No lo sé... — Se sentó en el suelo. — No sé qué haré si... No soy digna.

—Lo eres, no dudes de eso ni por un segundo. —Se arrodilló frente a ella, apoyando la mano en su hombro. — Por favor, no pienses que las cosas cambiarán si no sale bien... Sin importar lo que pase, estoy orgulloso de ti.

—Incluso... —Trató de calmarse, ver cómo su padre con los años había aprendido a apoyarla y reconfortarla le alegraba. — ¿Incluso si no obtengo una forma titán?

—¡Por supuesto! ¡Sin importar lo que pase, podrás ejercer como sacerdote! Te esforzaste por esta oportunidad, te mereces el cargo.

—Pero...

—¡A ver...! —Suspiró. — Creíste en Santa Claus por 11 años, puedes creer en ti misma por unas horas.

No podía argumentar contra eso, así que solo pudo reír mientras su padre la ayudaba a levantarse. Ambos se dieron un fuerte abrazo antes de bajar; los trabajadores de la granja la felicitaron mientras ella soportaba la vergüenza por tantos halagos. Saliendo de la granja, los trabajadores y su padre caminaron con ella hasta las puertas del santuario, donde los otros tres prospectos, acompañados de sus familias y amigos, esperaban. Valeria fue quien más destacó al ser acompañada por mucha más gente.

El santuario era un gran edificio de piedra que se asimilaba a una pirámide. En el último piso, se veía una estatua de la cabeza del titán, ya algo vieja y corroída por el tiempo, pero eso la hacía más imponente al seguir en el mismo lugar a pesar de las dificultades. Las pesadas puertas se abrieron de golpe por una fuerte y cálida ráfaga de viento del interior. Los prospectos, conociendo el protocolo, entraron guiando a sus acompañantes hacia el auditorio subterráneo, un auditorio circular con una plaza de baldosas en el centro. En la plaza estaba una pequeña plataforma circular donde los esperaba el sacerdote que dirigía este santuario, vistiendo su túnica azulada y máscara ovalada que imitaba un rostro portando una corona.

Se trataba del sacerdote Bochica, un forastero que había llegado de la capital hace ya muchos años ayudando a poner orden en las comunidades aledañas mientras buscaba aprendices. Este hombre era quien les había enseñado todo lo que sabían, ayudándoles a formar las bases que usarían para impulsar su conocimiento. Los acompañantes se acomodaron a lo largo del auditorio mientras los prospectos bajaban, llegando frente al sacerdote formando una hilera.

—Han recorrido un largo camino para estar aquí—Remarcó Bochica con algo de orgullo al ver a sus aprendices. — Ustedes 4 destacaron entre sus compañeros ganando la oportunidad de probar su valía. —De su manga derecha sacó 4 collares de los cuales colgaban cuatro cristales tallados con mucho cuidado en forma de lágrima. — Me tomé la molestia de viajar hasta una de las montañas de cristal para hacer estos amuletos yo mismo, con la asesoría de los artesanos y escultores.

Los 4 aprendices vieron los amuletos con admiración y emoción. Esos amuletos, aunque simples a la vista, les darían la oportunidad de probarse.



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Editado: 23.01.2025

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