Titanes Abisales: Runas perdidas

6. Archipiélago de Engativá

Tercer día de viaje. Aprovechando el tiempo, Luis le enseñó a Valeria cómo esculpir balas usando los pedazos del cañón de su fusil. Con la punta de su cuchillo, Luis hacía runas básicas.

—Aprender esto te ayudara mucho en una expedición muy larga. —Sopló la bala retirando los restos antes de ver a Valeria. — El truco está en...

La aspirante a sacerdotisa, con una lupa de repuesto, una aguja, un martillo y unas pinzas para sostener la bala, esculpía runas de flujo que cubrían toda la superficie. Luis no pudo interrumpir al ver su concentración. De hecho, le empezaba a preocupar, pues no la veía parpadear desde hace un rato. Carolina entró al camarote.

—Ya casi llegamos. — Les avisó mientras se sentaba en una de las camas. —¿Qué están haciendo?

—Le enseñaba a la niña cómo esculpir balas... O eso creo. — Luis tomó la canasta donde las guardaron.

—Hm...— Tomó las tres balas más pulidas y detalladas hechas evidentemente por Valeria para compararlas con las de su revolver. —No está mal. — Las guardó en su bolsillo.

—¿No usarás las mías? — Preguntó Luis.

—No me gusta que mis armas exploten, gracias.

A mediodía, todo estaba preparado para el despliegue. Valeria y la sargento salieron a cubierta para ver su destino.

—Wow

—Wow... Está horrible.

—Bienvenida a las tierras altas. — Tomó su lanza y cuando finalmente llegaron a la playa, la sargento saltó del barco con su lanza cargada, apuñaló el suelo en su aterrizaje extendiendo su poder por la arena húmeda, calcinando a las Sanguijuelas ocultas a 15 metros a la redonda. Tras la limpieza, la tripulación pudo empezar a descargar.

Valeria bajó observando el paraje muerto y gris que tendrían que cruzar. Su curiosidad sobre las tierras altas desapareció al sentir el ardor en su piel por el sol implacable y el olor a muerte que le quemaba los pulmones.

—¡Escuchen, equipo! — Luis, listo para volver a pelear, bajó para liderar a su pelotón. —¡Preparen los carros! Debemos llegar a la colonia en dos horas.

Luis, con un par de aplausos, les metió prisa a sus hombres antes de sumarse al trabajo. Bajaron los carros, donde cargaron los contenedores, los ajustaron con correas y entonces el convoy empezó a moverse. La mitad del pelotón, junto con el capitán del navío, se quedaron para cuidar del barco, mientras que el resto haría la entrega. Todos se pusieron sus máscaras de serpiente, que protegían sus ojos del polvo y posibles infecciones en caso de combate, junto con algunos trapos para cubrirse la nariz y la boca. La sargento mantuvo a Valeria a su lado para marchar, aunque esta no dejaba de vigilar sus alrededores.

¡AH! — Valeria gritó al pisar una Sanguijuela medio enterrada, pero antes de salir corriendo, la sargento la agarró del cuello de su camisa.

—Solo era una piedra. — Le señaló Carolina.

—Oh... ¿¡Qué es eso!? — Señaló un montículo de tierra, que el viento se llevó. — Ah...

—Pfff... Solo quédate cerca, no te pasará nada.

—Lo siento...— Apenada, guardó silencio regresando con la sargento. —¡AHÍ!

—¡Te dije que...! — La sargento arrojó su lanza al ver dónde señalaba Valeria, ensartando a la Sanguijuela camuflada con tierra. —Ok... Buen ojo...

Al pararse, otra sanguijuela camuflada aprovechó para saltar sobre uno de los soldados, pero Luis rápidamente la mató al arrojarle su lanza. Antes de ser rodeados, rápidamente aumentaron el ritmo, con Luis muy adelantado sirviendo de cebo para las Sanguijuelas ocultas en el camino. En el horizonte, veían a las Sanguijuelas más grandes reposando en los charcos. Evitando peleas innecesarias, se mantenían alejados, cambiando un poco la ruta cada tanto, hasta que finalmente, en la distancia, vieron un punto verde en medio de estas tierras grises. Delgadas columnas de humo les sirvieron de guía en el último tramo hasta llegar a la muralla construida con troncos y estacas. Luis llamó al centinela, el cual, tras identificarlo, abrió el portón, dándoles paso a la colonia. Era como un oasis. Al entrar, fueron recibidos con una agradable fragancia de los ahumaderos y chimeneas, donde se quemaban hierbas aromáticas. El suelo, entre las cabañas, estaba lleno de pasto verde esmeralda, junto a docenas de huertos custodiados por perros y guardias.

Valeria se dejó caer al suelo tratando de recuperar el aliento cubierta en sudor. Aunque sentía su piel burbujeando por el sol, tratando de sacar el polvo de sus pulmones, no dejó de toser hasta que Carolina fue a ayudarla. Las personas que estaban en la calle no tardaron en rodearlos, todos de diferentes oficios.

—¡Hasta que, por fin, nos tenían jartos de tanto esperar! — Reclamó un señor de piel morena con un uniforme de enfermero bastante sucio. Por su acento, lo reconocieron como un compatriota del titán Zoé.

—¡Cerra el pico y haz fila, llegamos primero! — Exclamó otro con un acento diferente. —¡Estamos misio desde el mes pasado!

—Causa, tampoco seas florero...— Le advirtió su compañero.

La muchedumbre comenzó a alterarse. Valeria apenas podía entender los modismos y acento de la mitad de ellos. Luis no tardó en tocar un silbato que acalló las voces.

—Tranquilícense, tenemos los suministros solicitados por el alcalde. Si están inconformes, hablen con él.

Los soldados comenzaron a destapar los contenedores entregando los productos. Habían traído comida, medicamentos y muchísima agua pura, tanto para uso médico como de consumo, y para disolver Sanguijuelas, junto con demás suministros que la colonia no podía producir por sí misma. La multitud se despejó al recibir los productos, dejando solamente a los aparentes tres guerreros locales de Zoé. Luis destapó un contenedor más grande, revelando un cristal titán muy grande que rebosaba de brillo. Los tres guerreros de Zoé se acercaron, sacando sus amuletos y apoyándolos en el cristal. Los amuletos comenzaron a absorber el poder almacenado hasta que este perdió su color, quedando traslúcido como el vidrio de una ventana.



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Editado: 18.05.2025

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