Al ser abrazadas por la oscuridad, la sargento enfocó su poder en sus cristales haciéndolos brillar iluminando sus alrededores. Valeria la imitó usando el cristal de su antebrazo para iluminar su libreta. Vieron las vigas que sostenían el túnel corroídas, las lámparas del techo rotas y oxidadas. Aunque su construcción era reciente, todo era vieja y frágil.
— ¿Mónica escribió algo sobre este sitio?
— Nada específico; sus pensamientos eran bastante confusos y faltaban páginas.
Siguiendo el túnel, vieron en las paredes algunas vetas de carbón y herramientas mineras desperdigadas, hasta llegar a unas escaleras muy empinadas que bajaban. La sargento encontró huellas de botas.
— El segundo elegido y su grupo pasaron por aquí.
— Es... Bastante aterrador.
La oscuridad frente a ellas se veía mucho más profunda. Al bajar, se encontraron con el camino bloqueado por un derrumbe. Al tratar de mover algunas piedras, estas se deslizaron, abriendo un agujero en el suelo al caer. Siendo el único camino disponible, la sargento saltó al agujero, cayendo a otro pasillo.
— ¡Aaah! — Valeria cayó aterrizando detrás de la sargento. Se puso de pie acomodándose las gafas, viendo a la sargento al borde de un acantilado. El ambiente se había vuelto mucho más húmedo, pero sobre todo caluroso.
— ¿Qué... Qué es este sitio...?
La sargento lanzó la pregunta al aire, totalmente desconcertada. Frente a ellas se mostraba lo que solo podía ser descrito como...
— Un abismo... — Afirmó Valeria. Aunque ninguna podía confirmarlo, podían sentirlo en sus huesos.
Estaban atónitas ante el vacío tan grande y absorbente donde era literalmente imposible ver el fondo, si es que tenía uno para empezar. La oscuridad frente a ellas dejó de ser incómoda, sintiéndose ahora imponente.
— No... nonono. — La sargento se echó para atrás. — Mónica no pudo haber descubierto esto, no me lo creo.
— ¡Por esto había tanto secretismo...! — Una mezcla de terror y fascinación no le permitió alejarse. Con la mirada buscaba una forma de bajar. — Si este es como los abismos del viejo mundo... Quizás...
— ¡No, no vamos a bajar ahí! ¡Con esto es suficiente! Si Ricardo quiere explorar este sitio que mande gente especializada, nos vamos.
— ¡Espere un momento...! — Al revisar el borde, buscando por donde bajar, encontró una marca, una flecha tallada bruscamente en la piedra, junto con un mensaje breve, con el mismo cifrado que el diario.
— Mónica estuvo aquí... Pero ¿cómo fue que salió?
— No lo sé y no me importa.
Al darse la vuelta se paró en seco. De la oscuridad se levantó una figura que con su cola las golpeó, empujándolas al vacío. En medio de la oscuridad no pudieron ver el suelo hasta que aterrizaron con un golpe seco.
— ¡Hey! — Llamó el líder, echándole un balde de agua sobre Valeria.
— ¿¡Eh!? — Despertó apurada, viendo a su alrededor a los soldados del asentamiento. Sobre ella estaba la lona de la carpa que les hacía sombra y, más allá, el cielo despejado... ¿Estaba afuera? — ¿Qué pasó...? ¿¡Dónde está la sargento!? — Se levantó, pero su vista distorsionaba su entorno, el piso daba vueltas haciéndola caer de rodillas.
— ¡Con calma, niña...! — El líder la ayudó a sentarse. — ¿No recuerdas qué sucedió?
— No...
— ¿En serio...? — Desconcertado, el líder miró a sus compañeros, que tampoco sabían qué decir. — Mira, hace 10 minutos tú y la sargento salieron de la cueva, las dos estaban muy mareadas... Tú te desmayaste justo después, pero la sargento regresó, no la pudimos detener.
Valeria trató de recordar, encontrando una enorme laguna en su memoria. Su recuerdo más reciente fue cuando encontraron...
— El abismo... — Vio su mochila a su lado, sacó su libreta, encontrando tachones que cubrían las anotaciones en todas las páginas, haciéndolas ilegibles. Recordando las leyendas, encontró su respuesta: los exploradores de los abismos eran incapaces de hablar sobre lo que encontraban, pero aún volvían una y otra vez, sufriendo la demencia del abismo. — ¡Tengo que volver! — Se levantó despacio y caminó hacia la cueva.
Se detuvo cuando el portón se abrió detrás de ella, volteó viendo cómo entraban tropas de la colonia, entre ellos Luis y la anciana Yaya. Luis, al verla tan débil, fue con ella al instante para sostenerla.
— ¡Valeria! ¿¡Qué sucedió!? ¿¡Estás bien!?
— Ustedes... ¿Qué hacen acá?
— Vimos la bengala de socorro. — Aclaró Yaya. — Vinimos a ayudar, naturalmente.
— Ya veo... — Se separó de Luis para ir a la cueva.
— ¿A dónde vas?
— La... Carolina entró a la cueva, tenemos que buscarla.
— ¿Por qué? ¿Qué hay ahí? — Preguntó Yaya.
— Es... — Se mordió la lengua, no podía decirles, se suponía que esta era una misión secreta... Pero eso no era relevante ahora, no podía volver sóla. Las miradas expectantes la aplastaron dándole el empujón para confesar. — La sargento y yo encontramos... Un abismo...
Un rotundo silencio cubrió el asentamiento, todos los presentes procesaron la noticia a su manera, hasta que Luis rompió el silencio con una orden rotunda.
— Sellen la cueva. — Dio la orden de avanzar con un gesto a sus soldados.
— ¿¡QUÉ!? — Valeria se adelantó bloqueando la entrada. — ¡La sargento sigue adentro, tenemos que buscarla primero!
— Tener un abismo abierto pone en riesgo a todas las colonias del archipiélago. — Insistió Luis. — Recuerdo las leyendas, ¿ambas sufrieron demencia, no es cierto? Enviar un equipo de rescate solo aumentará las pérdidas... Lo siento Valeria. Carolina haría lo mismo.