Tan pronto la alcaldía se prendió en llamas, los agentes cercanos acudieron a la escena rápidamente, suprimiendo a los manifestantes violentamente.
—¿¡Qué está pasando!? —preguntó Valeria.
—Lo que esperábamos...
El olor a quemado y el ruido de la manifestación, volviéndose cada vez más agresiva y cercano, los alertó.
—¡No es seguro estar aquí! ¡Síganme!
El padre tomó la mano de su hija para irse. Obviamente, Carolina no se quedó atrás, siendo ella quien espantaba a los agentes de policía y a los manifestantes dispersos que se les ponían en medio. Se alejaron varias cuadras hasta llegar a un almacén industrial, donde entraron agotados.
—¿Hay un teléfono aquí? —preguntó Carolina antes de levantar la mirada y ver, confundida, todas las mesas de comedor llenas de familias con sus hijos.
—Papá... —dijo Valeria, viendo el lugar y juntando las piezas en su mente, llego a una conclusión— ¿Estás... estás contrabandeando alimentos?
—Pufff... te lo explico luego, ¿sí? Tomen asiento mientras hago algunas llamadas. Me encargaré de sacarlas de aquí.
El padre entró a una oficina, pero Valeria lo siguió, entrando con él, teniendo las miradas de los comensales en su espalda.
—¡No voy a esperar! ¡Papá! ¡Te pueden llevar preso por esto! ¡Nos quitarían la granja!
—Oh... ¡oh! ¡Ahora te preocupas por la granja! No parecías muy interesada cuando Zoé te dio "una misión".
—Es diferente, papá. ¡No puedes aprovecharte de...!
—¡No les estoy vendiendo nada! Esto no es un comedor clandestino, sino social... La gente viene aquí porque se muere de hambre. Apenas puedo ofrecerles algo más que gachas y cosas básicas.
—¿Estás regalando la comida? —miró por la ventana de la oficina a la gente comer gustosa. Estando en un momento tan difícil, las familias podían disfrutar de un espacio de paz para llenar sus estómagos antes de seguir— Ok... papá, entiendo que quieres ayudar, pero esta no es la forma.
—¿Y cuál es entonces? ¿Confiar en que el camino de la serpiente siempre es el correcto?
—Tú me enseñaste eso.
—Pues cambié de opinión... —suspiró— Las cosas han cambiado... Ya no puedo simplemente obedecer y esperar... No quiero que Zoé le quite a esta gente lo mismo que a nosotros.
—¿De eso se trata...? Papá, yo sigo...
—Estás siguiendo los pasos de Mónica aún sabiendo cómo terminó, saliendo a las tierras altas a pelear con quién sabe qué cosa... Antes de abrir este comedor, estaba perdido. No encontraba la fuerza para levantarme de la cama, mucho menos de llamar a tu base porque... tenía miedo, no quería pasar por lo mismo que con tu hermana, no quería escuchar a la operadora dándome largas solo para ver a dos mensajeros llegando a mi puerta diciéndome que... Pasé varias noches sin volver a casa, me daba terror la posibilidad de llegar y ver a los mensajeros esperándome en la puerta.
—Papá... —no supo qué decir, se mordió la lengua impactada por la repentina sinceridad. Buscaba cómo hacerlo entrar en razón— Papá... Lo entiendo, enserio, pero ya no soy una niña... ¡Sé que crees que ese no es mi sitio, pero estamos trabajando en algo grande que nos ayudará a todos! ¡Soy pionera en el descubrimiento de nuevas runas para combatir a las Sanguijuelas! ¡Déjame mostrarte! —De su bolso sacó un frasco de tinta, pero su padre apartó la mirada.
—Si trabajas como investigadora, entonces puedes asegurarme que... ¿volverás a casa cuando termines tu servicio?
Valeria se congeló pues tendría que mentirle. Hasta ese momento, habría muerto más de una vez de no ser por la sargento. Había entrado en un abismo que casi la consume y ahora se estaba preparando para volver, o quizás descubrir otros con quién sabe qué otros peligros desconocidos... Valeria desvió la mirada, dándole a su padre la respuesta. Tocaron a la puerta del almacén; el padre fue y se asomó para entonces dejar pasar a un grupo de manifestantes heridos.
—¡Muevan las mesas, necesitamos espacio! —ordenó, dejando que los heridos se acostaran en el suelo.
Los manifestantes tenían heridas sangrantes y hematomas por todo el cuerpo, pero aun así, uno se levantó al ver a Carolina junto a la oficina.
—¿Qué hace ella aquí?
—Es una invitada, no se quedará mucho.
—¡Eso no importa! ¡Va a exponer el comedor!
Esas palabras alertaron a los demás, quienes se levantaron tomando algo para pelear hasta que el padre se interpuso, sentandolo de una bofetada.
—Escúchame bien, animal. Este es mi comedor, un refugio en el que todos puedan escapar de esta crisis, así que mientras estén bajo mi techo respetarán eso. Si van a traer la pelea aquí dentro, entonces yo mismo los sacaré a patadas. —Volteó a ver a las familias— Claudia, ¿eres enfermera, verdad? Ven, necesito que nos ayudes. Carlos, ayúdame y sube al segundo piso para vigilar si se acerca alguien sospechoso...
La gente comenzó a movilizarse siguiendo sus órdenes; los heridos volvieron a acostarse, aunque fuera de mala gana.
—Tu padre sin duda es interesante... —mencionó la sargento cuando vio a Valeria salir— ¿Estás...?
—No, no estoy bien. —Se había puesto algo pálida— Deberíamos irnos...
—¿Ya le dijiste lo que querías?
—Lo... Intenté.
Valeria, al ver a los heridos, decidió acercarse, subiéndose las mangas para ayudar aplicando los primeros auxilios que le enseñaron en su entrenamiento. Padre e hija intercambiaron miradas un segundo antes de seguir trabajabando en silencio, mientras Carolina usaba el teléfono en la oficina llamando a la estación para informar a Ricardo.
—Con eso bastará —mencionó el padre mientras se levantaba.
Aún en el almacén, escuchaban la guerra que había afuera, las sirenas de policía y los gritos de la gente casi los dejaban sordos.
—La ciudad está en llamas... —mencionó Valeria.
—Y así seguirá... Vengan, las sacaré de aquí.
Salieron por la parte de atrás para atajar por los callejones de la ciudad. Debían acercarse a la estación de policía, por lo que, ocultos en las sombras, esquivaban las patrullas y a los manifestantes enfurecidos. El padre lideraba el camino mientras Valeria se subía la manga para, con la tinta y un pincel, pintarse el brazo y la palma.