Durante la noche llegaron a la siguiente ciudad y tomaron el tren llegando a la capital a las 6 de la mañana. Al salir de la estación, aún medio dormidos, fueron recibidos por un ambiente mucho más vivo. La estación estaba repleta de gente que trabajaba atendiendo locales de comida y recuerdos. Las familias salían del tren recibiendo la luz de la mañana con alegría al volver a la capital.
—La ciudad capital... La joya de la corona, la gran manzana, la nevera, la... —Valeria vio a un grupo de sacerdotes bajar del tren. Parecían hacer su propio peregrinaje. —¡El hogar de la torre!
Desde la estación tenían una vista amplia de la ciudad con la torre del Oyente en la lejanía, en el centro de la cabeza de Zoé.
—¡Pisen con cuidado! ¡Esta es tierra sensible!
Valeria caminaba casi de puntillas, ya que estaban caminando en la cabeza de Zoé. Ricardo y Carolina soportaron la pena ajena, pues Valeria los anunciaba como los turistas que eran, hasta ver a los otros sacerdotes caminar de forma parecida, pero mucho más elegante y sutil. Usando el autobús, entraron en la ciudad, siendo recibidos por el bullicio con las calles repletas de gente. El contraste con Ramiquiri era abrumador. En el hotel, se asearon y se prepararon para la audiencia. Valeria se puso sus ropajes de sacerdote y Carolina su uniforme formal.
—¿Ya saben lo que dirán? —preguntó Ricardo desde el baño.
—¡Sí! Ya hice una lista de temas donde...
—Error. —La interrumpió. —Solo contestarán lo que el Oyente y los Cardenales les pregunten.
—Después de explicar lo importante, podremos tocar esos temas. No te preocupes. —Comentó Carolina, casi como un consuelo.
Al salir, en la entrada, un auto privado los recogió llevándolos directamente hasta la torre. Estando a los pies de la torre, esta se veía tan alta que casi parecía atravesar las nubes. Una gran fila de sacerdotes estaba frente al portón esperando, pero cuando los guardias vieron al trío, les abrieron el portón dejándolos pasar ante la mirada atónita de los sacerdotes. Valeria sintió sus miradas perforando su nuca. Aun detrás de sus máscaras podía sentir su silenciosa incredulidad. Dentro, fueron recibidos por un ambiente atareado: sacerdotes y burócratas salían apurados de todas las direcciones, subiendo y bajando las escaleras de caracol que formaban una doble hélice que llegaba a la cima.
—¡¡Estamos en la penúltima parada del camino de la serpiente!! ¡El hogar de todo el conocimiento! ¿¡Esa es la biblioteca!?
Carolina la agarró de la capucha antes de que saliera corriendo intentando entrar. Ver a los sacerdotes de alto rango dando vueltas, cargando libros o anotando sus pensamientos en los cristales de Zoé que orbitaban a su alrededor, la emocionaba, pero la sargento la mantuvo centrada. En el duodécimo piso vieron cómo bajaba por la otra escalera un hombre alto, negro y de cabello corto, rodeado de burócratas que lo acosaban con preguntas en busca de nuevas órdenes.
—¿Ese no es el administrador general? —preguntó Valeria.
—¿Qué? Ah, de hecho sí. —aclaró Ricardo al verlo. —Parece que no tuvo una audiencia agradable.
Llegaron al cuadragésimo piso con las piernas temblando por tantas escaleras. Viendo de reojo cada piso, Valeria se dio cuenta de que en su mayoría eran oficinas y laboratorios enfocados en diversas áreas. La torre era donde el gobierno y el culto se unían para sacar al pueblo de Zoé adelante. El último portón frente a ellos se abrió mostrando las escaleras al último piso. La sargento apoyó la mano en el hombro de Valeria, subiendo juntas con Ricardo detrás. Llegaron a la sala del trono, no había techo, pues el gran cristal que Zoé usaba como baliza flotaba sobre ellos con movimientos suaves. En la sala los esperaban los cuatro cardenales y el Oyente sentado en su trono de cristal y piedra. Los cardenales se habían despojado de sus máscaras para la audiencia, pero el Oyente no. Su máscara estaba hecha a partriyde un cristal de Zoé en el que se esculpió un rostro andrógino sin ojos. Valeria y la sargento se acercaron, arrodillándose frente al trono.
—Que la serpiente los guíe. —Ambas pronunciaron el saludo tradicional con la cabeza baja hasta escuchar el zapateo del Oyente, que les indicó levantarse.
La sargento tenía una expresión neutral, pero solemne; Valeria, por su parte, tenía una sonrisa radiante gracias a su entusiasmo.
—Bienvenidas, les agradezco haber viajado desde tan lejos. —mencionó el Oyente. Su voz era masculina pero suave. —Llegó a mis oídos que el camino fue complicado.
—¡Para nada, señor...!
—Usaron las llamas de Zoé en contra de su pueblo durante los disturbios en Ramiriqui. —mencionó la primera Cardenal, una mujer anciana calva de piel oscura y ojos marrones. —¡Debería darles vergüenza presentarse después de cometer tal pecado!
—Cardenal Pérez. —interrumpió el cuarto cardenal, quien aparentaba ser el más joven, con cuarenta y tantos. Tenía piel clara, ojos marrones y cabello corto castaño. —No los hemos convocado para discutir el uso cuestionable de sus bendiciones.
—El Cardenal Torres tiene razón. —afirmó el Oyente. —Vamos directos al punto. —Se levantó. —Ustedes, como las primeras en redescubrir el abismo del archipiélago, cuéntennos exactamente qué fue lo que ocurrió.
—Será un honor.
Valeria y la sargento pasaron la siguiente hora relatando todo lo que había ocurrido en el abismo. Valeria se encargó de explicar hasta el último detalle con tanta pasión y precisión que se le fue dada una pizarra para poder explicar la composición de las paredes y sanguijuelas dentro del abismo. Todos escucharon atentos hasta terminar el relato.