Titanes Abisales: Runas perdidas

24. La mirada de Zoé

Esa tarde, todo el escuadrón G ya sobrevolaba los cielos rumbo a la capital, vestidos con sus mejores uniformes.

—Entonces, ¿qué debemos decir que no sepan ya? —preguntó Luis, incómodo en su asiento, visiblemente nervioso—. Me imagino que ya leyeron los informes... ¿Para qué nos necesitan ahí?

—Supongo que para aclarar detalles. Pero... no lo sé. ¿Ya todos saben lo que van a decir? —preguntó Valeria, mirando a sus compañeros.

Todos asintieron con desgano. Volteó a ver a Carolina, quien ya se había recuperado de su ataque y ahora contemplaba el horizonte en silencio.

—Estoy bien —dijo Carolina al sentir la mirada de Valeria en su nuca—. Ya me aprendí mi testimonio al derecho y al revés.

—Insisto en que aún podemos adornarlo un poco —dijo Ricardo, intentando sonar casual—. Quizás si decimos...

—¡Por los Titanes! ¿¡Puedes parar!? —Carolina se froto los ojos, frustrada—. ¿De verdad crees que puedes engañar a Zoé con medias verdades y testimonios maquillados?

La pregunta fue suficiente para callar a todos durante el resto del trayecto. La sargento ya se había mentalizado para decir toda la verdad. Con algo de suerte, Zoé apreciaría su honestidad y sería un poco más clemente con su veredicto.

Jhonatan aterrizó en la zona de descenso de la base militar, a las afueras de la ciudad.

—Hmg... —gruñó al apagar sus llamas. Bajó con mucho cuidado de la barquilla, ayudado por los demás. Los había acercado tanto como pudo hasta que sus costillas lastimadas lo obligaron a detenerse—. Lo siento... ya quedaba poco.

—No te preocupes, reservaré una camioneta. Llegaremos en una hora como mucho —afirmó Ricardo.

Se dirigieron al estacionamiento, soportando las miradas curiosas del personal de la base. Carolina había ocultado sus cuernos cristalinos bajo la gorra de su uniforme, pero aun así, aquellos con formas titán podían sentir su presencia. Las miradas se clavaban en su nuca como agujas.

Tras tomar una camioneta, llegaron a las puertas de la ciudad, solo para encontrarse con un embotellamiento de autobuses.

—Ya pa' qué hablo... —murmuró Ricardo, tallándose los ojos con frustración.

A lo lejos, comenzaron a escuchar el marchar y los gritos de una multitud que se acercaba. Cientos de personas pasaban entre el tráfico, cargando pancartas que mostraban sus mensajes a los pasajeros de los autobuses. Muchos manifestantes llevaban pintada la marca de un puño rojo en el ojo derecho. Carolina, al verlos, reclinó su asiento rápidamente para esconderse.

—¡No puede ser... no puede ser...!

—¿Qué? ¿Ahora qué tienes?

—¡Ahí fue donde golpeé a ese tipo...!

Todos comenzaron a observar con más atención los carteles. En algunos aparecía el rostro del gigante que los atacó en el pueblo; en otros, el de la sargento, muy mal dibujado y con cuernos enormes. Los manifestantes reclamaban la muerte de aquel humilde trabajador a manos de un elegido de Zoé.

Apenas habían pasado dos días, pero el oyente de Supuch no tardó en aprovechar el incidente transformando la historia a su favor. A simple vista, los manifestantes se veían desorganizados, avanzando sin un objetivo claro, probablemente por la escasa preparación de la marcha.

—¡Ahora son ocho víctimas! ¡Ni una más! ¡Los elegidos ya no son dignos! ¡Quieren mandar a nuestros hijos al mar profundo mientras nos someten! —gritaban con fuerza, llenando el aire con su rabia.

—¿"Ni uno más"...? ¿Acaso se refieren a...? —titubeó Valeria.

—El Lunes Rojo. —afirmó Bochica con tono grave.

—¡Bueno, pero esa tragedia no tiene nada que ver con esto! ¿O sí...?

El incómodo silencio que siguió fue suficiente respuesta.

—Oigan... —dijo Jhonatan, confundido—. ¿De qué me estoy perdiendo? ¿Qué es el Lunes Rojo?

—¿No lo leíste en el periódico o algo? —preguntó Luis, arqueando una ceja.

—No soy mucho de leer noticias internacionales. Es más, en esa época todavía vivía en mi pueblito, bastante alejado de la ciudad. Estábamos prácticamente incomunicados.

—Entonces permíteme ponerte al día —dijo Bochica, acomodándose en el asiento.

– • –

Hace seis años, protestas por la mala gestión del anterior Oyente estallaron en las principales ciudades. Los ciudadanos exigían revertir las medidas de su administración, pues se presumía que había malinterpretado la voz de Zoé, tomando decisiones que provocaron hambruna y una distribución injusta de los recursos.

En la capital, las protestas se tornaron especialmente agresivas. Se desplegó un contingente de seguridad mayor al habitual, entre ellos un elegido de Zoé: Santiago Caminos.

Cuando la manifestación alcanzó su punto más tenso, Santiago se preparó para disparar un tiro de advertencia al cielo, buscando distraer a la multitud para que los agentes pudieran avanzar y retomar el control. Pero dos manifestantes lo vieron levantar el arma y, creyendo que iba a dispararles, se abalanzaron sobre él.

En medio del forcejeo, el arma se disparó accidentalmente... y la bala, diseñada para enfrentar sánguijuelas, estalló en medio de la multitud. Siete personas murieron. Fue una profecía autocumplida.

– • –

—El Lunes Rojo dejó una cicatriz que aún estamos tratando de sanar —continuó Bochica—. Fue la gota que colmó el vaso, y forzó el ascenso de nuestro actual Oyente. No hay registros oficiales de qué pasó con Santiago después del incidente.

—Oh... Pues... eh... —Jhonatan se contuvo de comentar. Con los problemas que él mismo llevaba en el lomo de su titán, no se sentía con derecho a juzgar.

—Muy linda la lección de historia, pero concéntrense. Ya casi llegamos —anunció Ricardo. Había logrado escapar del embotellamiento tomando un desvío, y ya podían ver la torre del Oyente alzándose a lo lejos.

Tras pasar por los controles de seguridad, fueron guiados hasta la plaza central interior, que servía como sala de espera. Al parecer, el Oyente y sus Cardenales aún estaban en otra reunión. Valeria, recostada en su asiento, miraba hacia arriba, pensativa.



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Editado: 18.05.2025

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