Titanes Abisales: Runas perdidas

25. Desenterrar el pasado.

El escuadrón G esperaba fuera de la sala, mordiéndose las uñas por la tensión.

—¡Te lo juro! ¡Esa niña me va a matar un día! —exclamó Carolina—. ¿¡En qué cabeza cabe ponerse a hablar de esa manera!?

—Ponerse a gritar tampoco ayuda —le dijo Ricardo—. Valeria ya ha formado algo de carácter, todo saldrá bien.

La espera por fin llegó a su fin cuando el portón dejó pasar al Oyente y a Valeria.

—Tendré que meditar con calma lo que hablamos, pero creo que con tu perspectiva podremos progresar en algunas cosas —afirmó el Oyente, posando su mano en el hombro de Valeria antes de retirarse.

Valeria hizo una reverencia como despedida.

—¿Valeria? —llamó Carolina, preocupada—. ¿Estás...?

Valeria se lanzó a sus brazos, hundiendo la cara en su pecho, ahogando un grito.

—¡Por un momento creí que lo arruineee-e...! —exclamó con la voz rota—. ¡Pero después, cuandonosmontamosenunáguiladondeZoénosviodirectamente y...! ¡T-tenía mucho miedo...!

Al no tener que contener más sus emociones, todo lo que se había guardado explotó sin filtro, con los ojos llorosos. Carolina y el resto trataron de consolarla hasta que se calmó, minutos después.

—Ya todo acabó. Estoy segura de que lo hiciste muy bien —supuso Carolina, tratando de consolarla.

—Sí... —se talló los ojos y se limpió los mocos—. Necesito agua...

Fueron al piso de abajo, donde encontraron unas bancas para descansar, y Valeria pudo explicar lo que había pasado después de que Jhonatan consiguiera algo de agua.

—Aún no puedo creer lo que hiciste. —reclamó Carolina.

—Pero, por algún motivo... —intervino Ricardo—, el Oyente estaba dispuesto a escucharla. O sea, dudo mucho que lleve a cualquiera en su barquilla personal.

—Bueno, debe ser que Valeria le llamó la atención, ¿no? —supuso Jhonatan, dubitativo.

—Puede ser... —Ricardo solo podía teorizar—. El hecho de que una sacerdotisa le llevara la contraria, a pesar de hablar por el Titán, debió llamar su interés... Incluso el de Zoé.

—No creo que el Oyente esté encerrado en una cámara de eco tan fuerte como para que algo tan simple le llame la atención... Espero —dijo Luis, ahora dudoso y algo nervioso—. En fin, ¡el estruendo de la ruptura de los cristales en los ojos de Zoé se escuchó desde aquí! —mencionó Luis, aún sorprendido—. ¿De qué hablaron exactamente?

—Es... complicado —dijo Valeria, aún digiriendo todo lo que había pasado—. Hablamos de muchas cosas. Pude convencerlo... creo... de aligerar un poco las restricciones alimenticias en las ciudades sobrepobladas, entre otras cosas... Y... señora.

—Dime —respondió Carolina, expectante.

—Dijo que pospondría su caso hasta que las cosas se calmen, entonces... ¡aún podemos apelar!

Al preocuparse por Valeria, Carolina había olvidado por completo su propio juicio. Perdiendo un gran peso de encima, se dejó llevar dándole un abrazo tan fuerte que la levantó de la banca.

—¡Por Zoé, muchas gracias! ¿¡Cómo lo hiciste!?

—Solo le expliqué que perder... a un... activo como... ¡¡Me está apretando mucho!!

Ya se estaba quedando sin aire hasta que llegaron Luis y Ricardo para ayudarla a soltarse, siendo ellos agarrados con la misma fuerza justo después, en un intercambio equivalente. Valeria volvió a sentarse, relajándose con Jhonatan al lado.

—Entonces... ¿ahora qué? —preguntó Jhonatan.

—No sé... Ahora mismo, no quiero pensar, solo quiero... descansar.

Se reunieron con Bochica y, horas más tarde, volvieron a la base a recuperar fuerzas. Descansaron unos días antes de seguir trabajando en el proyecto de las armas Sua. El siguiente paso eran los rifles de repetición y cerrojo.

Dos semanas más tarde, en una noche de jueves, Ricardo, en su departamento, se dio un momento para descansar y repasar el periódico tras un largo día en la oficina.

"El Oyente manda a reducir las restricciones a las ciudades sobrepobladas"

Decía el titular. Sería un cambio gradual: a lo largo de diez años reducirían las restricciones hasta eliminarlas por completo, para prevenir un efecto rebote en la población mientras probaban otro enfoque para controlar la sobrepoblación. Entre otras noticias, los puestos de control en la ciudad industrial serían reducidos y redistribuidos para no entorpecer tanto la circulación. No sería suficiente para sanar tantos años de mala gestión, pero era un paso en la dirección correcta. Quién diría que solo haría falta una conversación sincera con el Oyente para empezar a ver un cambio.

—Gracias a Zoé, no me equivoqué contigo, niña... —dijo para sí mismo mientras se quitaba el uniforme, hasta que escuchó el timbre del teléfono.

Mientras se acercaba, llamaron y colgaron tres veces, dándole la señal de quién estaba al otro lado.

—¿¡Dónde estabas, animal!? —tomó el teléfono al instante, molesto—. Intenté contactarte mil veces, ¿¡qué fregados crees que haces!?

—Sí, lamento mucho lo ocurrido —respondió el Oyente de Supuch—. Ha pasado un tiempo. Te quería decir que...

—¡Respóndeme primero! ¿Qué fue lo que pasó en el pueblo?

—Verás, cuando una organización obtiene muchos miembros hay momentos donde es difícil mantenerlos a todos bajo control. La turba que los atacó se dejó llevar por su... rencor, lo que los llevó a actuar por su cuenta. Pero esas ovejas descarriadas fueron disciplinadas. No volverán a molestarlos.

—Ok... —guardó silencio, tratando de pensar—. ¿Cómo reclutaste a Diego tan rápido?

—Fue tan solo otra de las muchas bendiciones de Supuch —dijo con alegría—. Él nos encontró a nosotros. Supuch lo guió mediante sus sueños, trayéndolo a mí para mostrarle la verdad, darle un hogar. Ahora, con su gran conocimiento, podemos reforzar nuestras fuerzas como nunca antes.

—¿Como con el gigante que nos atacó?

—Ah... Guillermo —su tono pasó a uno más triste, aunque no sonaba genuino—. Aún lamentamos su pérdida, pero su sacrificio te aseguro que no fue en vano... Ahora la gente es consciente del peligro que representan los Elegidos.



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Editado: 15.06.2025

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