Titanes Abisales: Runas perdidas

29. El día de la tormenta.

Al cansarse de dar vueltas en círculos, Valeria y Luis regresaron al derrumbe, donde Luis se vio obligado a tomarse el tiempo de colocar bombas para despejarlo de un solo golpe, haciendo los cálculos estructurales a ojo.

—¿¡Te puedes apurar!? —exclamó Valeria, que mantenía un muro de fuego creado con la mano de Zoé para alejar a las sanguijuelas negras que trataban de apagarlo con su vómito.

—¡Si no te gusta, ponlas tú! ¡Si no tengo cuidado, la cueva se nos caerá encima! —Colocó los cristales titán azules atados con cables de cobre a lo largo del derrumbe—. Ok, creo que... ¡No lo sé! ¡Recemos para que funcione!

Ató el extremo del cable a su mano y corrió a esconderse tras unas rocas. Valeria fue con él, y entonces Luis enfocó su poder en el cable, que lo transmitió hasta los cristales, los cuales explotaron con ferocidad despejando el camino.

—¡Ya está! ¡Vamos!

Ambos salieron corriendo antes de que la cueva se derrumbara de nuevo, sellando el abismo una vez más. Corrieron hacia la salida hasta que escucharon el eco de la explosión de un disparo.

—¿Señora...? ¡Por favor no! ¡Zoé, por favor no permitas esto! ¡Por favor...! —Valeria corrió aún más, adelantando a Luis, rezando a Zoé por un milagro, que extendiera su santa gracia hasta ese desierto olvidado.

Salió de las sombras viendo a la sargento inmóvil en el suelo con el puñal en su abdomen. Por un segundo fue como si el mundo le cayera encima, haciéndola caer al lado de su señora. Al recomponerse, desesperada y conteniendo sus ganas de romper en llanto, buscó signos vitales.

—¡Por favor, por favor...! ¡Ahí está! —Encontró pulso, aunque fuera débil.

—¡No te adelantes tan...! ¡Por Zoé! —exclamó Luis antes de ir a ayudarla.

Entre ambos acomodaron a la sargento lo mejor que pudieron. Con sus cuchillos cortaron su traje, desvelando su torso, y entonces comenzaron a limpiar la herida lo mejor que pudieron.

—¡Ok! Eeeh... No podemos quitar el puñal, eso empeoraría la hemorragia, así que...

—¡Tenemos que moverla!

—¡No podemos! ¡Está muy delicada! Quizás... eeeh... —Trató de concentrarse buscando una solución hasta que revisó su mochila para sacar el botiquín. Tomó un pequeño cristal titán verde esculpido con la forma de una estaca muy delgada—. Ok... ¡Por favor, despierta!

Valeria clavó la estaca en el brazo de la sargento. El gran poder de la vida de Pachamama la despertó, haciéndola retorcerse y soltar quejidos, pues el anestésico en el puñal ya no surtía efecto. Luis hizo lo posible por mantenerla quieta, pero el forcejeo hizo que el puñal se saliera.

—Mier... ¡agh! —gruñó Valeria, sacando los vendajes para terminar de asegurar la herida, conteniendo el sangrado lo mejor posible.

Pasaron varios minutos hasta que lograron contener la hemorragia y el efecto de Pachamama pasara. Carolina, ya tranquila, respiraba con calma. Valeria se mantuvo a su lado mientras Luis montaba guardia.

—Ricardo... ¿vieron a dónde se fue?

—No, señora... Nos atrapó en el abismo justo después de matar al cardenal y... ¡y...! —Se secó las lágrimas—. ¡Gracias a Zoé no logró hacerle lo mismo!

—No. Lo conozco. Me apuñaló en un punto no vital a propósito... Si me quisiera muerta, créeme que no estaría aquí.

—¿Que lo conoce? ¿¡Cómo puede decir eso tras todo lo que pasó!? ¡Ese hombre...! ¡Agh! —Se mordió la lengua; ya no quería gritar ni quejarse, pero le fue imposible escapar de su propia rabia que nublaba sus ideas.

—Dijo... que no me acercara a Titán... Tenemos que irnos.

Al tratar de levantarse, Valeria rápidamente la detuvo.

—¡Ni se le ocurra! Traeremos una camilla para llevarla.

Rápidamente se levantó y se llevó a Luis fuera de la cueva para buscar los vehículos. Tan pronto el sol dejó de deslumbrarlos, vieron un cráter humeante donde las sombras de al menos tres hombres quedaron marcadas en los bordes. Entre las cenizas apenas se distinguían los restos de sus botas y máscaras.

—¿¡Pero qué... pasó aquí!? —comentó Luis con asco.

Al voltear a ver a Valeria, notó cómo se había alejado para vomitar por las repentinas náuseas. Aunque no hubiera nada grotesco a la vista, el hecho de saber que las armas Sua habían sido usadas para un acto tan vil y repugnante era suficiente para perturbarla.

—¡Ese... maldi...! —Volvió a vomitar.

Aunque Carolina dijera que no era su culpa, ella había creado las armas Sua, permitiendo que los indignos usaran el poder de Zoé para obrar con malicia.

—Pero espera... Si usaron el fuego de Zoé para matar a otras personas... ¡Cae en el primer pecado capital y ya no podrá seguir usándola! ¿¡Verdad!?

—No... —afirmó Valeria limpiándose la boca—. Las armas Sua... no están conectadas a Zoé como nosotros. ¡Ni siquiera existen runas que permitan un enlace directo con el titán! Se supone que ese circuito de enlace hipotético iría en las baterías, pero no. ¡El cardenal y Ricardo se pusieron a fabricarlas en masa antes de que encontrara la forma! —Se secó las lágrimas de rabia que trataron de escapar de su máscara.

—O sea... que sin la conexión directa, el titán no puede apagar los revólveres... Qué maldito desastre. —Luis se talló los ojos por la frustración de solo pensar en el desastre que se avecinaba.

Luis fue con Valeria, casi obligándola a caminar hasta el jeep que quedó atrás, pero con desgano vieron cómo estaba inutilizado.

—Tendremos que volver a pie...

Rescataron lo que pudieron: municiones, un botiquín, raciones y una camilla en la cual llevar a Carolina. Volvieron por ella y emprendieron la caminata de vuelta. El anochecer no tardó en llegar, dejándoles ver cómo un destello plateado muy lejano llegaba a uno de los edificios para despegar justo después. Apenas les dio tiempo de encender sus bengalas y gritar cuando el destello se hizo cada vez más lejano.

—Jhona... —susurró Valeria, lamentándose. Dedujo que Ricardo, o quien sea que estuviera en esa azotea, había engañado a Jhonatan para escapar. Era imposible que él también fuera parte de esto... ¿verdad?—. Por Zoé... ¿¡Ahora qué!?



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Editado: 31.08.2025

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