Cuando su presencia se hizo notar, las torres de alarma en todas las ciudades y pueblos comenzaron a aullar su pitido de alarma. «¡Esto no es un simulacro, el titán se prepara para realizar movimientos bruscos» anunciaban los altavoces entre los agudos pitidos.
Todos se despertaron presas del pánico saliendo de sus hogares abarrotando las calles intentando llegar a los refugios y búnkeres de emergencia. La milicia y las fuerzas del orden tomaron su equipo para contener a las masas, guiándolas a los refugios disponibles. El suelo se sacudía con violencia, las carreteras se resquebrajaban y los edificios, tambaleantes, parecían a punto de desplomarse en cualquier instante.
A lo lejos, Ricardo y Jhonatan finalmente distinguieron la silueta de Zoé. El titan alzaba lentamente la cabeza, y un movimiento tan simple para cualquier criatura, en la capital significaba el derrumbe de todo un mundo: la ciudad entera se inclinaba poco a poco, hasta quedar en un ángulo imposible de treinta grados. Los edificios se vencían sobre sí mismos, colapsando uno tras otro, en una ruina incontenible.
Fue entonces cuando lo vieron. Desde el horizonte emergía Supuch. Ambos quedaron petrificados. La criatura, hasta entonces solo un mito en boca de los oyentes, se mostraba ante ellos: una inmensa sanguijuela de piel morada, tan vasta que en su lomo podían imaginarse ciudades enteras. Dos cordilleras de cristal titán se alzaban a lo largo de su cuerpo, semejantes a las de Zoé, y sus dientes resplandecían, tallados en ese mismo material. Supuch tambien se levanto, alcanzó la altura de Zoé y quedaron frente a frente.
—Entonces... siempre fuiste tú —murmuró Ricardo, con la mirada fija en los tsunamis que azotaban contra Zoé, idéntico al que había barrido la flota en la primera gran campaña—. ¡Jhonatan! ¡Acércanos a la capital!
—¿¡Estás loco!? ¡Ahí no podemos aterrizar!
—¡Y no lo haremos! Tengo un plan.
—¿¡Pero cuál e...!?
Jhonatan no alcanzó a terminar. Un destello lo obligó a reaccionar: cayó en picado apenas a tiempo para esquivar el rayo disparado por una de las sanguijuelas. Tras estabilizarse vieron con claridad la magnitud del problema: el costado de Zoé estaba infestado de parásitos: sánguijuelas moradas, negras y blancas, trepando las cordilleras de cristal con movimientos frenéticos.
—¡Rápido! —gritó Ricardo.
Jhonatan, sin tiempo para pensar, volvió a caer en picado para tomar velocidad y entonces ir con todas sus fuerzas hacia la capital, esquivando los rayos.
Mientras tanto, el ejército de sanguijuelas, tras llegar a lo más alto de las cordilleras decidieron saltar cayendo en los sagrados prados del lomo de Zoé, mientras algunas clavaron sus fauses en el suelo para empezar a consumir, cientos de miles avanzaron hacia los pueblos y ciudades. En las bases de la milicia, a lo largo del lomo de Zoé, los soldados y elegidos tomaron sus armas listos para salir a defender a su titán, partiendo tan pronto como llegaron los transportes. Pero en algunas bases la situación era diferente.
—¿¡Qué estamos esperando!? —exclamó un elegido.
—¡El comandante aún no ha dado la orden! ¿Quizás el camino está bloqueado? —mencionó un soldado.
—¡No! ¡Seguramente estamos dejando que se acerquen para rodearlas más fácilmente!
Los guerreros impacientes solo podían teorizar, mientras su comandante, en la sala de guerra, se limitaba a esperar. Había sacado a todo el mundo de la sala, quedando solo frente al mapa de la región. De su bolsillo sacó un amuleto hecho de cristal titán morado.
—Finalmente es el día... —dijo para sí mismo, mientras revisaba el mapa y trazaba una ruta hacia el sur, en dirección opuesta al ejército de sanguijuelas—. Con eso deberían llegar a la ciudad, solo así podrán rescatar a la...
De la nada golpearon la puerta. Guardó rápidamente su amuleto antes de ir a abrir, pero esta fue derribada. Agentes de asuntos internos lo sometieron en el suelo, dirigidos por Cristina, que entró después.
—¡Comandante López! Queda detenido por sospecha de traición y herejía. Todas las órdenes que dio hoy quedan anuladas hasta que se aclare la situación.
—¡Suéltenme! ¡No tienen idea de lo que hacen!
—Eso dicen todos —afirmó uno de los agentes antes de sacar el amuleto de Supuch al registrar sus bolsillos.
—¡Sáquenlo de aquí! —ordenó Cristina. Tachó otro nombre de la lista que le había dejado Ricardo y revisó los documentos en la mesa, que registraban las órdenes dadas por el comandante a lo largo del día: había enviado suministros a puntos lejanos, mantenido las tropas en espera y ordenado a las águilas desplegadas seguir en el aire hasta nuevo aviso.—Nos llevará horas anular todo esto... Ricardo... ¿¡Por qué no me dijiste de esto antes!? —gritó al aire frustrada.
Había pasado las últimas horas cazando tan rápido como podía a los posibles herejes. Estaba casi segura de que algunos nombres en la lista eran inocentes, pero no había tiempo para hacer distinciones si quería luchar contra el evidente sabotaje logístico. Sentía cómo se le empezaba a caer el pelo hasta que el subcomandante de la base entró. Cristina lo tomó del brazo y lo colocó frente al micrófono en la sala para que usara los altavoces, dejando a otros dos de sus agentes para que lo vigilaran.
Cristina se fue, mientras finalmente se daba la orden de desplegarse. Rápidamente, los guerreros se montaron en sus vehículos, mientras las águilas aterrizaban para recoger a los elegidos y entonces todos juntos avanzaron hasta el frente de batalla.
Cruzaron la ciudad, esquivando las multitudes y pasando de largo a aquellos sacerdotes que, en el caos, lograron llamar la atención de los más desesperados.
—¡Hermanos! ¡Finalmente llegó el día de nuestra salvación! ¡El Oyente ha muerto! —con esa afirmación, llamó la atención de aún más gente, que atónita se reunió a su alrededor. Dejó caer su máscara y sacó de su túnica una nueva, un poco más pequeña, ovalada, con decoración hecha de cristal titán morado. La máscara mostraba un rostro apacible.—¡La torre ha sido destruida, los cardenales cayeron junto con ella! ¡Pero nuestra salvadora prevalece y ha venido por nosotros! ¡Quiere rescatarnos de la hambruna y el miedo! ¡Supuch ha despertado!