31. Ruinas de un hogar

En aquella isla olvidada en el mar del Renacimiento, Valeria, Carolina y Luis descansaban a la espera de que su señal de socorro fuera escuchada. No había nada que decir; el crujir de la fogata era lo único que los separaba del silencio absoluto, hasta que finalmente:

—Aquí Edna, capitan del barco Escama de Zoé 236. Recibimos su señal. ¿Me reciben?

Luis saltó de su lugar tomando la radio antes que nadie.

—¡Sí! ¡Aquí estamos! Estamos en el sector A-34, en las ruinas de la colonia junto a la ciudad. Somos tres, tenemos un herido y necesitamos rescate inmediato.

—Recibido, confirmo... Espera, ¿ese no era el sector del Cardenal? ¿Qué pasó con toda la tripulación?

—Fallecieron, señora. Incluido el Cardenal. Todos víctimas de las sanguijuelas. Somos los únicos supervivientes hasta donde sabemos.

—Entiendo... Que Zoé nos proteja. Bien, iremos por ustedes. Estamos algo lejos, así que tardaremos unas horas.

—¡Nada de eso! —exclamó Carolina—. Pregúntales sus coordenadas. Los interceptaremos con la lancha.

Valeria estuvo a punto de protestar, pero Carolina, con una mirada severa, la hizo callar. Tras recibir las coordenadas, revisaron los suministros de la lancha, sacando trajes protectores que usaron para cubrirse de las salpicaduras del mar abisal. A toda velocidad comenzaron a navegar. Luis mantenía la dirección, mientras Valeria se encargaba de ahuyentar a las sanguijuelas que trataban de seguirlos, disparando pequeñas bolas de fuego.

Tras una hora llegaron al barco, donde una grúa recogió la lancha, permitiéndoles subir. Llevaron a Carolina a la enfermería mientras Luis y Valeria daban todos los detalles al capitán en la sala de mando.

—¿Entonces el director de Asuntos Internos todo este tiempo fue un agente doble? —dijo el capitán, tratando de entender esa complicada historia.

—Agente triple, diría yo —mencionó Valeria—. El punto es que encontramos el Abismo. Debe informar al resto de los barcos para que se replieguen, pero sobre todo, informar de la traición del director.

—El mensaje tardará en llegar a Zoé, pero lo transmitiremos... Mientras tanto será mejor que descansen. Ya les preparé una cama para...

—Necesitamos que nos preste un águila —interrumpió Luis—. Debemos llegar a Zoé lo antes posible.

—¿Planean perseguir al director? —preguntó incrédulo.

—Tiene varias horas de ventaja. ¡Debemos partir ya mismo!

—Denegado. Todas mis águilas están en el aire en operativos de rescate. Además, ¿cuál es su plan? ¿Siquiera saben hacia dónde se dirige el director?

—Aún no... —mencionó Valeria—. Podemos tratar de contactar con Jhonatan...

—Suponiendo que no tenga idea de nada. Ricardo debe estar operando su radio. Cortará cualquier intento de comunicación.

—Agh... Entonces... ¡No lo sé! ¡Planearemos algo en el camino! —buscó una excusa, hasta que la puerta se abrió de golpe.

—Buscaremos a Cristina —afirmó Carolina, entrando por sus propios medios tras escaparse de la enfermería—. Si alguien sabe dónde podría estar, debe ser ella. Era su asistente; cuando estaban juntos, esa chica era como su sombra. Trabaja en su oficina, en la base.

—Pfff... —suspiró el capitán, resignado—. Lo mejor que puedo hacer por ustedes es darles algunos asientos en el siguiente transporte de heridos.

—¡¡Lo agradecemos mucho!! —se apresuró a exclamar Valeria, estrechando la mano del capitán. Luego se llevó al resto fuera de la sala antes de que cambiara de opinión, regresando a Carolina a la enfermería—. Tiene que descansar todo lo que pueda, señora. Aún no sabemos qué está pasando con Zoé.

—Seguramente disturbios coordinados —asumió Luis, tomando asiento en la esquina de la cama—. Bombas aquí y allá... Por Zoé, ¡solo de imaginarlo ya me está dando migraña!

—Esperemos que sea algo manejable... —murmuró Valeria. Se sentó junto a la cama y soltó un largo suspiro, dejando escapar parte de la tensión acumulada—. ¿En qué momento se torcieron tanto las cosas...? —Se talló los ojos, conteniendo una lágrima fugaz.

—Según Ricardo, muchos años antes de que tú llegaras a la milicia —afirmó Carolina, tomando su mano—. Debes estar abrumada... Pero no tienes por qué culparte.

—¿Cómo... cómo espera que no lo haga? Yo diseñé el rifle de Ricardo, y él lo usó para... para... —Se mordió el labio con rabia y tristeza, respiró hondo para no quebrarse de nuevo—. Dediqué toda mi carrera a diseñar las armas Sua... Pensé que podríamos compartir el poder de Zoé con todo el mundo... Fui tan arrogantes que creí tener ser capaz de compartir su bendición por mi cuenta.

—"Toda" tu carrera... Llevas un año y medio, mija. Tu carrera apenas empieza. En ese tiempo creaste cosas que nadie más pudo. Imagina lo que puedes hacer de aquí a cinco años. ¿Te has detenido a pensarlo?

—En cinco años... —Valeria meditó— Crearé un nuevo sistema para las plantas de energía hidráulica que mejore su rendimiento. —Una pequeña sonrisa asomó. — ¿Y usted? ¿Qué planea hacer en cinco años?

—No lo sé. Lo único que tengo claro es que tomaré unas largas vacaciones después de todo esto. Quiero volver a La Cola. Quizás trabaje un tiempo en el restaurante de mi hermana. ¿Y tú, Luis? ¿Cómo te ves en cinco años?

—¿Esto qué es? ¿Una entrevista de trabajo? —Luis rió con leve sorna— Quiero volver a la universidad.

—¿¡Uni...!? ¿¡Qué!? —Valeria bajó la voz disimulando lo sorprendida que estaba para no ofenderlo—. ¿Qué estudiabas?

—Filosofía y letras.

—¿Y eso para qué sirve aquí? —preguntó Carolina, igual de incrédula.

—¡Pues en nada! Simplemente me gusta. Y creo que por mis años de servicio puedo pedir una beca.

Por primera vez desde que salieron de Zoé, pudieron relajarse... hasta que un golpe seco resonó arriba de ellos. Un águila había aterrizado.

Tomaron sus cosas y subieron a cubierta. Allí, mientras bajaban a los heridos, una mujer de piel pálida, pelo castaño y ojos marrones estaba sentada en el suelo con una botella de agua fría. Se veía exhausta. Su uniforme la delataba como el águila de la barquilla.