Titanes Abisales: Runas perdidas

32. La sobrecarga

Con cada salto, Carolina dejaba cráteres recorriendo docenas de kilómetros en segundos con un único objetivo, expulsar al príncipe del lomo de Zoé. En su último salto alcanzó la mayor altura que pudo; no tenía un arma para canalizar su poder. Debía ser más creativa. Con tanto poder, el cielo era el límite.

Extendió su brazo a un lado, recordando esas eternas explicaciones que Valeria le había dado sobre los sistemas de runas que se pintaba en los brazos. Pequeñas esquirlas de cristal titán aparecieron en su brazo, formando líneas y runas que le permitieron manifestar y moldear el fuego que emanó de su palma en formando una gran lanza, la cual lanzó con un giro sobre sí misma. La lanza alcanzó tal velocidad que se estiró hasta parecer un láser que perforó el cuello de la bestia, obligándola a voltear.

Tan pronto aterrizó, dio otro salto, disparando otras dos enormes lanzas buscando perforar el cerebro del principe, pero estando en el aire algo más llamó su atención. Llamas moradas incendiaban el bosque. Uno de los responsables de esta tragedia se acababa de delatar a sí mismo.

Al aterrizar, acumulo todo el impulso que sus piernas eran capaces de aguantar, saliendo disparada directamente contra la bestia que estaba a punto de disparar su rayo, impactando con sus piernas en su garganta y desde ahí impulsarse hacia la zona del incendio.

Ricardo apenas pudo mantenerse de pie al verla una vez más, hasta que la onda de calor que emanó de ella lo derribó cortándole la respiración.

—¿¡E-eso es...!? ¡Una sobrecarga! —concluyó, atónito—. ¿¡Cómo es posible...!?

Ricardo recobró fuerzas para levantarse, pero no la suficiente fuerza de voluntad para acercarse más. Al disiparse la nube de polvo, Carolina identificó al Oyente de Supuch, el cual empezó a agitar los brazos, levantando las ascuas moradas del suelo y creando un manto de protección a su alrededor mientras recuperaba sus llamas.

—Una sobrecarga... Eres la representación viviente de las patadas de ahogado de un pueblo aterrado por el cambio —afirmó con sorna, ignorando por completo a Ricardo. — Las ascuas cayeron en sus palmas para volver a cubrir sus manos con llamas moradas.— El monstruo creado para un pueblo acostumbrado a los abusos de la serpiente... Si vienes por mí... ¡Aquí te...!

Antes de terminar, generó por reflejo otro tornado de fuego para cubrirse del torrente de llamas que Carolina disparó por la boca con grito atronador que habría destruido la garganta de cualquier otro dejándolos sordos por un segundo ante la mezcla de ira y dolor en su grito.

Ricardo salió corriendo, evitando quemarse en el fuego cruzado. El torrente de Carolina se hizo cada vez más grande, alcanzando diez metros de altura cubriendo al Oyente, pero tan pronto se detuvo y las llamas se disiparon, vieron cómo el Oyente había logrado proteger el pequeño espacio donde estaba parado, mientras todo a su alrededor había quedado completamente incinerado. Al voltear por un segundo, el Oyente vio cómo al menos dos kilómetros de bosque detrás de él habían sido reducidos a ceniza y ascuas.

Carolina se desplomó por un segundo, teniendo que hacer lo posible por contener sus llamas que no la dejaban respirar. El fuego en su cuerpo se redujo junto con la intensidad del calor emanado. Al ver la oportunidad, Ricardo no dudó en acercarse, pero cuando las llamas desaparecieron de sus ojos vio cómo estos estaban pálidos; sus pupilas se habían dañado, dejándola visiblemente ciega.

—¡Carol! —apenas pudo gritar su nombre al darse cuenta de cómo su poder la estaban destrozando desde dentro—. ¡Tienes que parar!

Carolina desvió los ojos siguiendo la voz de quien consideró su amigo y compañero, pero entonces las llamas volvieron a cubrir su cuerpo y, en ese momento, ya no sintió dolor. Posiblemente las llamas ya habían destrozado su sistema nervioso. Debía aprovecharlo.

—Lárgate de aquí... —le ordenó mientras se recomponía, preparándose para tomar otro impulso.

—¡Pero...!

¡Lárgate mientras aún puedo contenerme! —gritó justo antes de generar otras dos enormes lanzas de fuego y lanzarse nuevamente contra el Oyente.

La explosión generada por su impulso derribo a Ricardo haciéndolo rodar por el suelo.

El Oyente de Supuch aprovechó el tiempo acumulando sus llamas preparándose para la pelea. Sus fuego era capaz de absorber el poder de Zoé, pero aun así no iba a comprobar cuál era el límite.

—¡No dejaré que destruyas todo lo que he construido! —exclamó al impulsarse con sus llamas hacia un lado, esquivando por poco la embestida, aún así el borde de su empezó a quemarse debido al aura de calor.

Colocando las llamas en sus pies se impulsó aumentando la distancia, pero entonces Carolina disparó una de sus lanzas, obligando al Oyente a contorsionarse en el aire para esquivar por poco.

No podía darse el lujo de pelear a corta distancia, pues el aura de calor de Carolina sería suficiente para achicharrarlo o noquearlo.

Impulsado por sus llamas pasó entre los árboles con la gracilidad de un águila haciéndolo imposible de alcanzar con una lanza mientras él preparaba una gran llamarada. Sin embargo, mientras el Oyente hacía provecho de su habilidad, Carolina solo necesitaba su poder bruto. Las esquirlas en sus brazos comenzaron a cambiar dando paso a patrones totalmente diferentes que le permitieron levantar muros de fuego a ambos lados del Oyente de 10 metros de altura al solo levantar los brazos. El Oyente ya no tenía espacio para esquivar, por lo que imitando el movimiento de Carol levantó un muro de fuego frente a él, pero Carolina atravesó sus llamas como si nada sin importar lo que le pasara dándole una patada con todo el impulso que acumuló. El Oyente trató de cubrirse con los brazos, pero aun así el golpe lo mandó a volar mientras los muros de fuego se extinguían, rebotó en el suelo varias veces hasta chocar con un árbol. Con el brazo izquierdo roto logró levantarse viendo con satisfacción cómo Carolina se había cubierto en llamas moradas las cuales se alimentaban de sus llamas azules haciéndose cada vez más grandes.



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Editado: 19.12.2025

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