La noche del día siguiente:
Llegaron las ocho y media de la noche. Dentro de la sala de investigación se encontraban los tenientes Silva y Dourado, sentados frente a un complejo y sofisticado equipo de navegación. Sobre el tablero de control, un par de palancas les permitirían mover la cámara y dirigir los drones. Había también una amplia fila de botones para controlar el arranque, el sistema de sigilo, la calidad de sonido e imagen, así como indicadores de velocidad, energía, temperatura y el estado general de las plataformas.
—Doctor Crusoe, ¿está todo listo? —preguntó Pentecost, situado detrás de todos los participantes.
—Sí, mariscal. Los drones están en posición y los pilotos listos para comenzar.
Pentecost asintió y dio la orden de iniciar la operación. De inmediato, el doctor Crusoe activó el portal, y los tenientes, con movimientos precisos, activaron los drones e iniciaron los protocolos de calibración. El ambiente silencioso fue rebasado por el ruido mecánico de las hélices y el sonido de los controles al ejecutar la calibración.
Los drones cruzaron el portal y los tenientes activaron las cámaras. Por unos instantes solo captaron el color amatista de la energía al interior de la brecha, hasta que, de repente, los drones transmitieron las primeras imágenes en vivo y en directo.
—Cámaras funcionando a la perfección. Recibiendo las primeras imágenes del interior de la brecha —afirmó el teniente Silva, mientras giraba la palanca de la cámara—. Los drones operan a su máxima capacidad y sin novedades.
—Los sensores responden bien a los comandos —añadió el teniente Dourado, haciendo pruebas manuales sobre algunos indicadores—. Drones listos para mayor inmersión.
El mariscal Pentecost se aproximó a las mesas de control de los drones y observó con detenimiento cada una de las tomas. Su mirada revelaba la curiosidad natural del hombre. Deseaba con todo el espíritu de un jefe militar ser el primero en ver y entender los fragmentos visuales de esta realidad.
Para sorpresa de todos, las lentes mostraban vastas extensiones de áreas verdes conformadas por bosques de árboles enormes. Por las características físicas, no había duda de que se trataban de cedros, pinos, entre otros tipos de flora.
—Increíble —exclamó el doctor Crusoe, en un susurro.
—¿En verdad eso están captando los drones? —preguntó Pentecost, con sensaciones mezcladas.
—Permítame, mariscal —dijo el teniente Silva, verificando el origen del video—. Las cámaras no presentan fallo alguno y no se reporta interferencia visual de ninguna categoría. Confirmo origen y veracidad del video.
Al escuchar esto, el mariscal intercambió miradas con el doctor Crusoe.
—Sigan las tareas de exploración por un área aproximada de diez kilómetros a la redonda a partir del punto de ingreso. Realicen un primer mapa de la zona para identificar las áreas verdes, ríos, arroyos y cualquier manto acuífero que se encuentre. Cuando tengan el mapa con esta información, que se prepare un equipo de exploración a pie. Usen al escuadrón único de fuerzas especiales del capitán Stanley Snyder. Es una orden —dijo Pentecost, retirándose de la pantalla y suprimiendo las emociones que se desbordaban en su interior.
Los tenientes Silva y Dourado siguieron con la exploración. Estaban maravillados por lo que veían: un espacio natural, la interacción directa entre dos mundos completamente opuestos. Las horas transcurrieron con normalidad; no había novedades relevantes que identificaran la existencia de vida humana.
Con la puesta de sol y la llegada de la noche al interior de la brecha, los tenientes iniciaron los protocolos para la retirada de los drones. Sin embargo, el teniente Silva notó movimientos extraños en la copa de los árboles.
—¿Viste eso? —preguntó Silva a Dourado, sin despegar la mirada del monitor.
—No, no vi nada. ¿Qué ocurre? —respondió, girando su vista a la pantalla de su compañero.
—Hay algo en los árboles. Pero no logro ver de qué se trata.
Silva activó la visión nocturna y aumentó el zoom de la cámara.
—¡Diablos! —exclamó en un susurro.
Dourado inmediatamente dirigió su dron a la misma posición que el de Silva. Notó la espalda de una criatura humanoide, con una musculatura similar a la de un chimpancé. Por encima de su cabeza se apreciaban tres cuernos perfectamente colocados en el cráneo.
—¿Qué es eso?
—No tengo idea.
El teniente Silva llamó al doctor Crusoe, quien, completamente consternado, solicitó la presencia inmediata del mariscal Pentecost.
—¿Qué sucede, doctor? —preguntó el mariscal, caminando hacia él.
—Mariscal, tiene que ver esto —mencionó, apuntando a la pantalla.
Pentecost se colocó frente al monitor y observó el movimiento de aquella criatura. Jamás había visto algo similar, ni siquiera los Kaiju emanaban esa aura tan extraña.
—¿Qué rayos es eso? —cuestionó, levantando una ceja.
—No lo sabemos, mariscal —respondió el teniente Silva.
—Síganlo —ordenó Pentecost, cruzándose de brazos.
Los tenientes mantuvieron las cámaras sobre la criatura y, para no ser detectados, activaron el modo sigilo en ambos drones, bajando la potencia giratoria de los motores y cambiando la tonalidad de su superficie por un negro mate.
Los drones avanzaron lentamente sin perder de vista a la criatura que se movía a través de las ramas.
—Detecto una segunda presencia a cien metros de nuestra distancia —exclamó el teniente Silva, viendo el radar de su dron.
—Confirmo presencia —añadió el teniente Dourado.
—¿Qué es? —preguntó Pentecost, con intriga.
Silva ajustó el zoom de su cámara en dirección al segundo objetivo y enfocó a una persona vestida con un kimono sencillo.
—Es una chica —afirmó.
La criatura, al sentir la presencia de la joven, abandonó su posición en un rápido salto, cayendo estrepitosamente a unos metros de ella. Aquel ser de aura extraña empezó a gemir y rugir en un éxtasis confuso. La mujer soltó un grito al ver a la criatura.
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Editado: 04.12.2025