Mayne, una joven de 24 años, trabajaba como cantante de cabaré en Bruselas, usaba el nombre artístico de Bella Vielly, era muy talentosa, con una voz muy melodiosa. Vivía tranquila, y sin sobresaltos, hasta que un frío día de invierno de 1911 entre el público estaba el que iba a ser el amor de su vida.
Quigg Baxter era jugador profesional de hockey de Montreal, Canadá, que llevó a su madre y su hermana a Bruselas de vacaciones.
— ¿Qué le pasa hermanito...? ¿Hermanito?
— Es como un ángel — dijo embobado el joven mirando lo más mínimos gestos de la morena.
En ese momento ella lo vio directo a los ojos, le sonrió, para el fue amor a primera vista. A la siguiente noche, aprovechando que sus familiares estaban cansadas y se acostaron temprano, volvió solo al lugar. Apenas término el espectáculo, el joven se acercó a la salida de los camerinos con un ramo de flores, espero que la muchacha pasará.
— Srta. Vielly...
— Gracias, están muy bellas — le sonrió amorosamente.
— ¿Le molestaría si la invitó a tomar algo?
Desde esa noche siempre se encontraban a conversar, o a caminar temprano en la mañana. La madre de Quigg suponía lo que pasaba, pero no le dio mayor importancia. Solo un amorío sin importancia pensó.
La pareja enamorada estaba feliz, hasta que se acercó la fecha del viaje de vuelta a América para el muchacho, ambos estaban muy tristes con la idea, por lo tanto tomó una decisión desesperada.
— Hace poco nos conocemos, pero sé que usted siente lo mismo por mí... o eso creo ¿Quiere casarse conmigo?
— Acepto.
Pero lo que no tuvieron en cuenta fue que la madre del joven se iba a oponer al matrimonio.
— No quiero una... mujer de este tipo en nuestra familia.
— Pero madre...
— No hay pero que valga, por suerte pronto volvemos a casa y no volverá a verla.
Luego de eso a la pareja le costó más juntarse, por suerte el sentimiento que los unía era muy fuerte.
— Si pudiera quedarme lo haría, pero...
— Sé que usted tiene un gran futuro en su equipo, no podría perdonarme que lo perdiera por mí, pero tampoco quiero que se vaya.
— ¿Y si se va conmigo? Sé que mi madre entenderá tarde o temprano que si no es con usted, no me casaré con nadie.
Luego de meditarlo un rato la muchacha aceptó contenta. Aprovechando que el Titanic iba en su viaje inicial de Southampton y Nueva York, y que Quigg fue el encargado de comprar los pasajes para él, y su familia, adquirir uno más para su amada, pero para asegurarse que su madre no pudiera enterrarse, compró la cabina a nombre de la Sra. De Villiers.
La familia de Braxter escuchó los rumores que en ese barco habían fantasmas, que eran de las personas que habían muerto durante su construcción. Lo que pocos supieron fue que unos días antes de su viaje de inauguración la empresa iba a suspenderlo por un fuego en un costado del buque, que volvió más débil la estructura en ese lado, pero al final se hicieron unas reparaciones rápidas para que la nave pudiera salir sin problemas el día designado.
El día de embarcar Mayne abordo de las primeras, su novio y su familia fueron de las últimas, a este viaje subieron 1.317 pasajeros más. Los de primera clase se alojaban en la parte superior del barco, gozaban de todo el lujo del barco, la segunda iban al medio y tercera clase al fondo del navío, sin nada de ventilación y casi sin luz natural.
Entre los tripulantes había varias camareras para atender a la clase adinerada, una de ellas era Violet Jessop, quien miraba melancólica las olas que chocaban con el barco, recordando que hacía 7 meses atrás, en ese tiempo se desempeñaba en el mismo puesto en el transatlántico de lujo Olympic, debido a su buena apariencia, y que sabía hablar inglés y español fluido.
Una tibia noche de septiembre de 1911 su nave chocó con un buque de guerra, por suerte no hubo víctimas ni heridos graves.
Unos meses después, cuando estaban contratando personal para el Titanic, le ofrecieron uno de los 23 puestos de camarera que se requerían, en un principio pensó en rechazar la oferta, pero debido a los consejos de sus familiares, amigos y del mayor sueldo la convencieron de tomar ese puesto.
— Violet — le llamo una compañera — ya están llegaron las señoras de primera clase.
— Enseguida voy — será un día pesado pensó.
— Señora ¿Necesita ayuda?
— Gracias querida, no es necesario, Ellen, mi empleada me ayudará — le sonrió dulce la señora mayor.
— Estamos para ayudarla en lo que necesite, no dude en llamar a cualquiera de nosotras si requiere apoyo — reitero al varón.
Era una pareja adorable, Isidor e Ida Straus, iban con su criada, aunque tenían pasaje para embarcar en otro navío, debido a una huelga entre los obreros del carbón, a última hora fueron cambiados de barco, a segunda clase.
— Usted, venga acá, lleve mis cosas y escólteme a mi camarote.
— Enseguida señora — respondió Violeta, ya había visto antes pasajeros así de petulantes.
— Soy Condesa, tráteme por mi título, mujercita simple.
— Lo lamento Condesa, por favor, sígame por aquí.
La camarera y la aristócrata, al pasar por uno de los pasillos casi tropiezan con una pareja joven, que iban muy bien vestido.
— Pier esta es nuestra oportunidad.
— Lo sé Isabelle, hay muchos incautos, si somos lo suficiente inteligente podremos ganar lo suficiente para descansar una buena temporada. Mira esa que está subiendo es Dorothy Gibson.
— ¿Quién es?
— La actriz de Miss Masquerader.
— Tienes razón.
La Srta. Gibson embarcó con su madre, ambas iban de vuelta a Estados Unidos luego de unas vacaciones de 6 semanas en Italia.
— Madre, miré que buen mozo es ese joven.
— Y el caballero que lo acompaña igual tiene mucha prestancia.
A quien veían era a Richard "Dick" Norris Williams II y su padre, el joven era jugador de Tenis, estadounidense, con un gran futuro por delante.
Editado: 02.06.2021