— No sea pájaro de mal agüero — respondió el padre.
Debido a su presentimiento, la madre hacía dormir a la niña de día, y en la noche la mantenía vestida y despierta.
— Esta loca mujer, eso no es bueno para nuestra hija.
— Quiero que este preparada para lo que pueda pasar.
— Este viaje será muy largo — se quejó el varón entre dientes.
Al salir del puerto, debido a la gran cantidad de agua que desplazaban las hélices de Titanic por el casco, se soltaron las amarras que unían al City of New York al muelle, atrayéndolo peligrosamente al costado de babor del coloso. El Capitán Smith ordenó dar marcha atrás y un remolcador, que afortunadamente se encontraba cerca, ayudó y logró evitar que el City of New York colisionará contra el costado del enorme barco.
Ninguno de los pasajeros se dio cuenta de esto, ya todo arreglado, el Titanic enfiló al puerto de Cherburgo, donde arribó al atardecer del 10 de abril. Los transbordadores Nomadic y Traffic le transfirieron correo y más pasajeros.
La Condesa había salido a caminar a cubierta, allí se tropezó con una pareja de mujeres mayores que venían subiendo a la nave, a quienes miró con desprecio al ver que iban a primera clase.
— ¡¡Qué horror!! La cantidad de personas que solo por tener dinero creen que están a la altura de nosotras, yo soy una Condesa — exclamó fuerte, arrugando la nariz.
— Y que terrible que gente de este tipo creo que es mejor que todos, solo por un título, de seguro no sabe ni cocinar. Todos esos son unos inútiles.
— Ohhhh... — la mujer aristócrata hizo como que se desmayaba, tuvo que ser llevada por una asistenta a su cabina.
La camarera se reía para sus adentros, le gustó la forma de expresarse de la mujer del pasillo, la mujer que subía era Margaret Brown, cuando cumplió 18 años fue a buscar fortuna a Colorado, donde se casó con James Brown, con quien descubrió una mina de oro, lo que los convirtió en millonarios, a pesar de eso ella no olvidó sus orígenes, era una militante por los derechos de los mujeres, los niños y los mineros de Colorado. Hacía dos años atrás se había separado de su marido, pero seguían en buenos términos, su ex esposo le daba una buena pensión para que pudiera seguir con sus acciones de beneficencia, y sus viajes, embarcó en el Titanic de vuelta de Francia.
— Estas tipas que no saben lo que es vivir en la pobreza, me molestan, se crean superiores, se creen reinas y no llegan a fregadora — se había encontrado con una amiga Emma Bucknell, quien se rió, le encantaba la forma de ser de la separada — hubiera preferido otra nave, acá hay demasiados aristócratas, pero por mi niño lo aguantaré — le habían avisado que su nieto mayor estaba enfermo y por eso compró un pasaje para el primer barco que llegará a Estados Unidos.
— Tengo un mal presentimiento, estoy que me bajo del barco — le dijo en voz baja Emma.
— No seas supersticiosa. Vamos a buscar nuestros camarotes.
Posteriormente, el Titanic zarpó hacia el puerto irlandés de Cobh, llegando a las 11:30 del día siguiente. Allí embarcó y desembarcó pasajeros y correo, y por fin zarpó rumbo a Nueva York a través del Atlántico Norte.
Los primeros días del viaje transcurrieron sin incidentes graves. Como capitán del navío, Smith no tenía un horario establecido en el puerto de mando, su misión principal era acompañar a las personas que lo invitaban, y compartir con los pasajeros de primera clase en la cena o almuerzo, además de hacer servicios religiosos, solo en ocasiones se reunía con el comisario de a bordo o los oficiales en el puente antes de irse a dormir para compartir novedades. Tenía su propia suite, localizada detrás del puente de mando por el lado de babor, además de un asistente enteramente para su servicio personal.
La segunda noche, los de primera clase estaban entusiasmados, ya que dos grandes maestros de ajedrez habían sido retados por una jovencita, que se jactó de saber jugar tan bien como ellos.
— Lamento contradecirlo, pero eso no puede ser, ninguna dama tiene la capacidad de manejar estrategias tan elevadas — dijo uno de los profesionales, Peter Derl.
— Mi prometida es una jugadora experta — insistió Pier.
— Estoy de acuerdo con mi colega — aseveró Jury Avert — déjeme decirle que no he conocido ninguna señorita, o señora que sepa hacer más de dos movimientos sin perder ante un caballero.
— Qué les parecería hacer una pequeña apuesta, solo por entretención — puso un fajo de billetes — 50.000 libras, mañana en la noche podremos hacer un torneo ¿Les parece?
Los dos hombres se miraron, sonriéndose de lo ingenuo que era ese joven, pero si quería regalarles ese dinero ellos no se opondrían.
— Solos les pido dos cosas, Isabelle, mi prometida elegirá el color de las piezas, y que sea un simultáneo.
— Caballero, si antes era difícil que ella ganará, en una simultanea sería imposible, dele una chance siquiera de ganar — terminó con una sonrisa de suficiencia.
— Por favor señores, no subestimen a esta bella dama ¿Les parece subir la apuesta al doble?
— Si a usted le gusta regalar su dinero, no tenemos problemas,
A la siguiente noche todos fueron a ver al salón el evento, cuando el lugar listo, la dama pidió que se pusiera un biombo entre ambos jugadores, para poderse concentrar en cada partida, con el Sr. Avent la joven uso las piezas blancas y en el caso de Derl uso las negras, declinó que le colocarán una silla, dijo no tendría tiempo de sentarse, pasada una hora de iniciada la partida, todos estaban sin aliento, cada movimiento en ambas partidas eran magistrales, y muy rápidas, al final de casi dos horas, ambos maestros decidieron rendirse al no poder ganarle a la señorita.
— No puedo dejar de admirarla, mis respetos.
— Digo lo mismo, fue un gusto — se despidió Avent, y con el otro maestro ajedrez se fueron a comentar el juego, molestos que una mujer les haya dejado en vergüenza frente a los pasajeros.
Editado: 02.06.2021