Titanic

Parte 4

Margaret Brown estaba leyendo en su cama cuando el barco chocó contra un iceberg a las 23:40, apenas oyó el ruido del choque, solo por salió del camarote cuando empezaron a llegarle ruidos del pasillo. Era un par de hombres en pijama, discutiendo, volvió a acostarse. Sin embargo, en cuanto abrió el libro, un caballero llamó a su puerta. Era James Robert McGough, el huésped del camarote que se encontraba justo enfrente.

— Sra. Brown, vamos a subir con mi amigo, algo está ocurriendo, vamos a ir a averiguar, le aconsejo que por lo que pudiera pasar, se prepare.

— Gracias — cuando el varón se fue decidió volver a su camarote — que exagerado, la primera mina que tuvimos crujía más.

Vio pasar a unos trabajadores del barco, querían abrir una placa donde estaban los mecanismos para cerrar manualmente unas puertas de una cubierta. Margaret, al no verlos nerviosos, se afianzó en que no era algo peligroso, pero antes que llegara a su camarote, su vecino la alcanzó de nuevo y le dio un chaleco salvavidas.

— La situación es más complicada de lo que creímos, hay que subir a los botes salvavidas, dicen que es un simulacro, pero yo sé de esto, por favor, evacue.

Al escuchar esto Margaret se vistió rápido, recogió 500 dólares de la caja fuerte de su habitación, y los metió en una pequeña cartera que llevaba alrededor del cuello. Después, ocultó un talismán de jade en el fondo del bolsillo y se puso el chaleco que le habían dado, todo lo demás lo dejo en su camarote (libros, guardarropa, trece pares de zapatos parisinos, diversas joyas, entre ellas, un collar valorado en 352.000 dólares). Enel pasillo vio a la Condesa, que trataba de llevarse una maleta con sus cosas.

— Mujer, deje eso, es mejor salvar la vida.

— No me dirija la palabra, mujercita.

— No hay peor sordo que el que no quiere oír.

Cuando llegó a cubierta, su amiga Emma se le acercó asustada.

— ¿No te dije que algo iba a pasar?

Margaret ayudó a otras mujeres a embarcar en los botes, hasta que fue obligada a subir al sexto contra su voluntad, allí también iba su amiga, la mujer mayor quería esperar, todavía creía que el Titanic no se hundiría, al llegar al mar vio que la catástrofe era mayor, decidió quitase el chaleco, si por alguna razón zozobraban quería morir lo antes posible.

En ese bote iban 20 mujeres y 6 varones, todos los cuales eran miembros de la tripulación.

— Oiga — le dijo Margaret a uno de los varones, que era el de mayor jerarquía — acá podrían subir 40 personas, vuelva por los que están en el mar.

— Si hacemos eso nos volcaremos — respondió el cabo Robert Hichens, que había estado en el timón cuando chocó el barco, y se desentendió de la mujer.

En el Titanic, el panadero jefe, cuando vio que estaban subiendo gente a los botes, dio la orden de poner cierta cantidad de pan en cada uno, ya que no había seguridad de cuánto tiempo iban a estar en el agua antes que los rescataran. Luego de un rato le ordenaron evacuar, pero antes de subir al bote vio a los que todavía esperaban por un lugar, había una mujer joven y su bebé en brazos, fue por ella y le cedió su puesto, a sabiendas que eso era condenarse a muerte.

En otra parte del barco estaba Violet.

— Señorita ¿Sabe hablar español, verdad? — le preguntó uno de los oficiales.

— Sí señor.

— Vaya a cubierta y mantenga la calma entre los pasajeros de segunda y tercera clase.

Gracias a ella muchos de esas personas estaban tranquilos, y pudieron avisar lo que pasaba a los demás. Luego se reunió con otras camareras.

— Ustedes — les ordenó el mismo oficial — aborden este bote.

— Es solo para los pasajeros señor.

— Quiero que le muestren a las señoras de primera clase que todo es seguro, y la mejor manera es esta — mintió, su deseo era salvarlas, todas eran jóvenes, y en sus ojos se notaba el miedo.

Ellas se dieron cuenta del verdadero plan del oficial cuando el bote empezó a bajar y no las desembarcaron, el mismo hombre, antes que estuvieran muy abajo, le tiró un bulto a Violet, que cayó en su regazó.

— Señorita Jessop, cuide a este bebé.

— ¿De quién es?

No pudo oír la respuesta.

En otro lugar estaba el matrimonio conformado por Isidor e Ida Straus, y su criada, a todos se les ofreció un puesto en los botes salvavidas.

— Isidor, no quiere venir con nosotras ¿Verdad?

— No podría embarcar mientras hay mujeres y niños en cubierta.

— Por favor señor, embarque, hay que bajar el bote lo antes posible.

— Ida, vaya con la Sra. Ellen, yo iré luego.

— No me mienta, son 40 años de matrimonio, hemos vivido juntos mucho tiempo. A dónde usted vaya, yo iré.

— Por favor, embarquen rápido — apremió de nuevo el oficial.

— Señora Ida, por favor venga — rogó la criada.

— Dile a nuestros hijos que los amamos. Vamos Isidor.

— Den nuestros puestos a madres con hijos — dijo el varón a quien estaba subiendo a las personas al bote, luego el matrimonio se fue caminando lentamente, tomados del brazo, a otro sector de la cubierta.

Cerca de otro bote estaba Baxter, con su hermana, su madre y su amada.

— ¿Qué hace esta mujer aquí? — gritó la mujer mayor.

— Este no es el momento madre. Suban por favor.

— ¿Y tu amor? — preguntó la joven cantante.

— ¿Cómo dejas que te llame amor? Esto...

— Insisto, no es el momento. Estén tranquilas, yo iré en el otro bote.

— Me quedaré contigo — Mayne quiso bajarse.

— No, deben subir las tres, las seguiré pronto, promesa.

Las tres mujeres quedaron mirando al hombre que se achicaba en la cubierta, al ver la angustia de Mayne, la madre del joven que quedó le tomó la mano.

— Tranquila, él lo prometió y siempre cumple su palabra.

A las 00:05, la pista de squach, ubicada a 10 metros por encima de la quilla, estaba bajo el agua. A las 00:20, el agua ya invadía los camarotes de la tripulación en la parte delantera de la cubierta.



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En el texto hay: esperanza, viaje, muerte

Editado: 02.06.2021

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