En Norteamérica siguió la incógnita de encontrar a familiares de Michel y Edmond Navratil, así que su fotografía fue publicada en diarios de varios países de Europa, allí una mujer divorciada, cuyos dos pequeños habían sido secuestrados por su padre, los reconoció como sus hijos, logro viajar a Nueva York para recuperarlos, y volver a su hogar.
Su padre los había llevado a Estado Unidos para establecerse, y luego iba a contactarse con su madre para que los siguiera, estaba seguro que se reconciliarían, y con ayuda de su familia rehacerían sus vidas, de nuevo todos juntos.
El mayor de los dos niños vivió en Montpellier, Francia, toda su vida, estudio filosofía, tuvo una apacible vida, murió a los 92 años.
El menor, Edmont, se casó joven, se tituló de constructor, participó como soldado en la Segunda Guerra Mundial, lamentablemente fue atrapado y torturado, pudo escapó, pero quedó en muy malas condiciones físicas, murió con tan solo 43 años.
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Margaret Brown estuvo muchas horas en un bote salvavidas con el Sr. Hichens, quien se mostró desagradable y, en diversas ocasiones, rechazó volver atrás para recoger náufragos por miedo a que hicieran volcar el bote, a pesar de las peticiones insistentes de la Sra. Brown, y de Helen Churchill Candee.
— Están locas señoras, nadie vendrá a buscarnos por días, y no tenemos agua ni comida.
— No sea tan pesimista, verá que pronto nos encontraran, en cambio los del agua están muriendo congelados
— No los subiremos. Estamos condenados, estamos condenados... — repetía a cada rato el varón.
— Usted no sirve para nada, solo somos mujeres quienes estamos remando, debería al menos unirse a nosotras.
— Si no quieren entonces dejen los remos, veré como solucionar eso.
— Devuélvame las mantas y la botella de whisky que traje para compartir con todos.
— Los guarde para mí, soy quien más sabe de navegación, debo mantenerme en buenas condiciones para ayudarles.
Un rato más tarde se encontraron con otro bote, donde iban varios tripulantes remandó, Hitchens les ordenó que los remolcarán.
— Queremos volver a remar — pidió Margaret al rato — así al menos no tenemos tanto frio.
— Quien la entiende, mejor cállese o si no la tiro al mar.
— No se da cuenta que habla con una dama, mida sus palabras — le reclamo uno de los pocos hombres que estaba allí, y que ayudaba con los remos.
Al final los del bote los soltaron, indicando que los remeros no podían con ambas embarcaciones.
— Para que vea que soy un caballero, vuelvan a los remos como es su deseo, señora.
Pero eso no calló a la Sra. Brown, quien siguió llamando la atención al otro, quien le respondía sin tener en cuenta que la mujer tenía razón al reclamarle su falta de empatía.
A las 4:30 los pasajeros del bote vieron una luz lejana.
— Mire — dijo Margaret — una luz, debe ser un barco, estamos salvados.
— No sea tonta, es una estrella, nunca nos salvarán, estamos condenados, estamos condenados...
— Estoy seguro que es el Carpathia — señaló el vigía que había estado callado, por miedo a Hichens.
Como los botes se habían dispersado y el oleaje encrespado, el Carpathia tardó cierto tiempo en rescatarlos a todos. El calvario de los ocupantes de ese bote se terminó a las 6:00, cuando por fin pusieron pie en la nave mayor.
A bordo del barco, Brown envió un telegrama a su hija Helen e intentó ser de utilidad hacia los demás sobrevivientes. Ayudó a realizar las listas de supervivientes y actuó en muchos casos como intérprete ya que hablaba francés y alemán. Asimismo, efectuó una colecta entre los rescatados de primera clase y los pasajeros del Carpathia en beneficio de los emigrantes que lo perdieron todo en el naufragio, llegó a reunir 10.000 dólares.
— Señora, por favor — le preguntó un periodista cuando llegaron a tierra firme — ¿Cómo pudo sobrevivir a esto?
— Es la suerte de los Brown — rió — somos insumergibles.
El nieto de la Sra. Brown mejoró de salud, así que Margaret decidió quedarse algún tiempo en Nueva York para seguir ayudando a los náufragos. Brown se lamentó de que, por su condición de mujer, no pudiera testificar en la comisión de investigación estadounidense y, por ello, en los días 28, 29 y 30 de mayo de 1912, publicó en el Herald Newport su experiencia en el Titanic, en ella se refirió a Hichens en los siguientes términos:
"Había un ser en nuestro bote al que no podría llamar hombre, pues nada, excepto su ropa, me permitía calificarlo como tal, debido a su cobardía".
El 29 de mayo de 1912, como Presidenta del Comité de Supervivientes que ella contribuyó a crear, entregó al capitán Rostron una copa de plata y también un talismán de jade que había comprado en Egipto y que decía que le traía suerte, por la ayuda dada a los náufragos y medallas a cada uno de los miembros de la tripulación del Carpathia.
El día siguiente, el New York Times publicó un artículo relatando los hechos. Unos días después asistió a la inauguración de un monumento en homenaje a las víctimas del Titanic en Washington D. C., el Women's Titanic Memorial. En una entrevista concedida a continuación, afirmó que no estaba de acuerdo con la norma que daba prioridad a las mujeres sobre los hombres en el mar.
— ¿Por qué dice eso señora? — le preguntaron.
— Si las mujeres piden igualdad de derechos en la tierra ¿Por qué no en el mar? Además, eso separa a las familias en momentos donde los niños deberían estar cuidados por sus dos padres.
Su fama como superviviente del Titanic le proporcionó un reconocimiento nacional, cuando antes solo era conocida por sus obras de caridad en el estado de Colorado. Se publicaron numerosos artículos sobre las diferentes acciones que ella realizaba para ayudar a los demás. En un primer momento atendió a las peticiones de las mujeres de los huelguistas, posteriormente, participó en la huelga de los mineros en Ludlow, y después se involucró en el sufragio femenino. Asimismo, partió a Francia para ayudar a los soldados heridos en el frente. Cuando la paz volvió pudo dedicarse a su gran pasión, el teatro.
Editado: 02.06.2021