No le entendía en lo más mínimo, mi madre, si es que hubiese crecido con una, me hubiera enseñado un montón de secretos pero mi padre se encargaba de contarme sobre ellos.
Decía que ella solía oler como nada en el mundo, que sabía cómo crear su propia esencia y de esa manera controlar mejor el dolor de cabeza que le daban los diferentes aromas de la magia. Según mi padre, las mujeres en la familia de mi madre habían nacido para gobernar, eso era desde hace muchos años, por ello tenían porte de reinas.
Bien, si es que yo hubiese crecido con mi madre, entonces tendría aquellas armas de mujer que se heredaban en mi familia. Aun así, este no era el caso.
Frente a mi estaba Ellen, un Ellen furioso, mas furioso que nunca.
No es que estuviese botando fuego o gritando a los cuatro vientos, sino que él tenía aquel característico semblante más un ceño fruncido, pero sus labios estaban siendo aplastados en una delgada línea cosa que era extraña.
De mala gana espere cruzada de brazos a que mis chispas llegaran con los vasos de té para después colocarlas en la pequeña mesa que nos separaba a Ellen y a mí, alargando el momento por alguna razón.
Él estaba esperando que yo hablara desde que habia llegado como si le debiera una explicación pero yo no le debía nada y me negaba a sentirme como una niña que hubiese hecho algo malo.
Lesa Noite tenía 19 años y era la jefa de la casa de Noite, por lo tanto no necesitaba el permiso de nadie, ni mucho menos de Ellen que a pesar de ser mi guardián, eso no le daba derecho a darme órdenes.
Él me observo y yo le mantuve la mirada. Entonces la desvió hacia su taza de té y fue el primero en hablar al enfrentar una batalla interna consigo mismo.
—¿Y bien Lesa?. —me quede mirandolo dos segundos antes de responder sonriendo ironicamente, cosa que me recordo a nuestra última pelea.
—¿Y bien?. —pregunte de vuelta y él suspiro.
—Recuerdo haberte dicho ayer que me debías una explicación. Estoy aquí por eso. —justo como lo suponía.
—Y bien Ellen, solo por el respeto que te tengo, ¿qué explicación buscarias?.
—Cuéntame sobre tu pequeña aventura nocturna.
—¿Pequeña aventura? —pregunte sarcástica luego recordé la molestia de Ellen—. Anoche solo deseaba salir a tomar un poco de aire fresco.
—¿Por eso te metiste en todo ese enredo?
—¿De qué estas hablando?. —pregunte molesta de nuevo, él seguia haciendome irritar o yo estaba así desde la noche pasada...
—De que anoche apareciste usando un vestido, ¡un vestido Lesa! Y en compañía de Nyle Diena. —bufo molesto. Ja, él molesto cuando era yo la molesta.
—Sí, estaba usando un vestido y sí, aparecí en compaña de Nyle Diena; pero en ningún momento coordinamos alguna especie de cita y si ese fuera el caso, tú deberías de estar feliz por ello, porque significa un paso más cerca de integrarme a la sociedad mágica.
—Él es un Diena, Lesa, y tú eres una Noite. Ambos son herederos de sus casas y entre ustedes no puede haber absolutamente nada. Deberías de buscar a un hombre que no tenga tal peso sobre sus hombros y...
—¿Estas molesto por eso? —pregunte para después nada elegantemente beber mi té sin pausa alguna— ¿por qué aparecí con Nyle?
—Lesa, estoy molesto por el engaño. Me dijiste que no querías salir, yo te invite a hacerlo pero tú te negaste porque NO querías SALIR. Entonces te encuentro afuera con un chico y un vestido al que pocos se resistirían, con unos aretes, ¡aretes!, cosa que no usas desde aquello y solo puedo suponer lo que sucede —bajó la voz y después se enderezo—. No se en que momento nos distanciamos Lesa.
—Los aretes fueron un obsequio.
—Lo puedo adivinar —se levantó— y estoy seguro de que fue por tu cumpleaños, cosa de la que no sé cómo se enteró tampoco —apreté los labios con fuerza y me levante acompañandolo a la salida—. Sabes que desde aquello nunca has querido recibir ningún regalo mío, pero que recibas algo de él, me molesta.
—No debería. —hable colocando mis manos en la puerta, reteniéndola abierta para él.
—No sé si creerte y tienes razón, no debería pero… si es que no lo quieres entender por ti misma entonces no tengo el derecho a decirte nada —y salió de la casa—. Que tengas un buen día Lesa.
—Igualmente Ellen.
—Y solo para que quede en claro, no hice nada la otra noche —dejo una pausa y retuvo sus palabras—. Adiós. —se despidió y partió.
¿Qué quería que entendiera? Había vivido obsesionada con ignorar todo desde aquello y después estaba escondiéndome además de a mí misma, de todos. No podía entenderlo.