Titulares Del Corazón

Capítulo 2

Chloe

Su acento, al hablar, era tan pulido y cortante como me lo había imaginado.

—¿Harrison? ¿Te importa si me salto las presentaciones ceremoniales? El taxista creía que la capital de Massachusetts era Cape Cod, así que estoy un poco... impaciente por empezar a inyectar algo de vida a este cementerio.

Señaló la mesa central. Su mirada se detuvo en el titular principal, el mío, sobre el presupuesto del baile. Una media sonrisa condescendiente se dibujó en sus labios.

—“El Concejo Estudiantil Debate el Presupuesto para el Baile de Graduación”. Fascinante. Me siento más vivo solo de leerlo.

Mi mandíbula se tensó hasta el punto de doler. Maya dejó caer su muffin de canela.

El Sr. Harrison se levantó, visiblemente incómodo.

—Ethan, bienvenido a Highland High. Ella es Chloe Anderson, tu... coeditora.

Ethan desvió sus ojos azules hacia mí. Me miró de arriba abajo: mi coleta perfecta, mi taza de café corporativa, mi blusa de seda, mi tableta digital. Todo mi meticuloso orden parecía ofenderlo personalmente.

—Ah, la reina de la precisión. Ya me habían hablado de ti —dijo, ofreciéndome una mano enfundada en un guante de medio dedo, un detalle ridículo para un clima interior.

No se la estreché. No le daría esa satisfacción.

—Soy la editora en jefe —corregí con frialdad, cruzándome de brazos—. Y si buscas drama, te sugiero que revises la sección de Sociales, Thorne. Aquí nos enfocamos en la credibilidad y la relevancia.

Ethan Thorne retiró su mano con un encogimiento de hombros indolente, como si mi rechazo fuera la broma de la mañana.

—Interesante, Anderson. En Londres, la credibilidad se basa en publicar la verdad que nadie quiere oír. Y si la verdad no es interesante, no es noticia. Y esto —señaló mi titular con el dedo índice, sin dejar de mirarme a los ojos—, esto es tan relevante como la temperatura de mi té. Pero no te preocupes. Lo corregiremos.

Sonrió de nuevo, pero esta vez fue una sonrisa de depredador.

—Ahora, ¿dónde está mi oficina? Tengo que deshacerme de este papeleo y buscar algo de escándalo verdadero en esta preciosa y aburrida ciudad de Boston.

Me quedé helada. La batalla acababa de empezar, y el perfume de mi reino acababa de mezclarse con el olor a colonia cara y el peligro.

Maya

Mi muffin de canela cayó sobre una pila de borradores y por un momento, me preocupó más el postre desperdiciado que la guerra que acababa de estallar en la oficina. Pero no. La verdad es que me preocupaba mucho más la guerra.

El chico de la chaqueta de cuero, Ethan Thorne, había barrido la oficina y el reino de Chloe con una sola mirada, y ahora se marchaba con el mismo aire de propietario descuidado con el que había entrado.

Chloe estaba clavada en su sitio, tan rígida como una estatua de mármol. Si pudiera, Chloe lo habría envuelto en un papel y lo habría enviado de vuelta a Londres por correo urgente.

—¿Guante de medio dedo? ¿A siete de la mañana en Boston? —murmuré, recogiendo el desastre del muffin. Era la única forma de reaccionar: enfocándome en lo ridículo.

El Sr. Harrison suspiró, volviendo a sentarse y pasándose la mano por su calva. Parecía diez años mayor.

—Lo siento, Chloe. Intenté...

—No, no lo siente, Sr. Harrison —lo cortó Chloe, su voz baja y peligrosamente uniforme, el tono que usaba justo antes de que su cerebro entrara en modo de planificación militar—. Es un decreto de la junta, lo entiendo. Y un favor a los Thorne. Pero que quede claro: ese hombre no va a arruinar mi beca de Columbia.

—¡Nadie va a arruinar nada! —intentó calmar Harrison, pero se rindió casi de inmediato—. Solo denle una oportunidad. Es… poco ortodoxo.

—Es un imbécil arrogante con un acento y una falta de respeto total por el trabajo bien hecho. ¿Vio cómo señaló el titular del baile? ¡Política, Maya! ¡P-O-L-Í-T-I-C-A! —Chloe giró sobre sus talones y se dirigió a su escritorio como si fuera un búnker.

Hoy era martes, el día más crucial del ciclo semanal, y por regla de la junta, se había decretado como “Día de Vestimenta de Negocios” para los clubes de élite, sustituyendo al uniforme. Para Chloe y su equipo, significaba vestirse para la universidad, no para la preparatoria. Pero la chaqueta de cuero y los jeans de Ethan eran un insulto a esa profesionalidad.

Antes de que Chloe pudiera planear el asesinato de Ethan con una impresora de inyección de tinta, la puerta se abrió de nuevo, y entró el resto de nuestra brigada de nerds periodísticos.

Primero fue Lucas Chen, con su típica sudadera y sus gafas, encorvado sobre su portátil. Entró mirando el suelo, como siempre, pero levantó la vista y notó la tensión.

—Buenos días... ¿Hay una vibración extraña en el ambiente? ¿Alguien olvidó pagar la tinta?

—No —dije, dándole un golpecito en el hombro—. Es solo que ha llegado la nueva plaga de langostas, solo que esta vez viene de Inglaterra y huele a colonia cara.

Justo detrás de Lucas entró Valeria Pérez, nuestra editora de arte y foto, con un vestido con estampado de flores tropicales y una cámara colgando del cuello. Su energía venezolana era tan pegajosa que iluminaba el rincón oscuro de la oficina.



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En el texto hay: humor amor, egocéntrico, química explosiva

Editado: 26.09.2025

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