Chloe
Maldije entre dientes.
La orden de Ethan resonó en el comedor, más fuerte y absoluta que cualquier grito de mi madre. Mi cerebro se negaba a procesar la lógica. Winston estaba enfermo, si lo sabía. La verdad que yo intentaba ocultar —mi pequeño acto de traición a las reglas para ayudar a Davies— acababa de ser expuesta por un mensaje de texto y Thorne para mi mala suerte lo había visto. Mi cerebro solo repetía que me había descubierto y que estaba en problemas.
Lucas se había quedado inmóvil, mirando la encimera. Mi propia imagen se reflejó en el brillo pulido de la mesa: me veía como una periodista con el rostro cubierto de hollín, la respiración agitada y, lo peor de todo, los ojos llenos de miedo.
—Lucas —logré articular, mi voz áspera—. ¡Vete a casa! ¡Ahora!
Lucas ni siquiera me miró. Su mirada estaba fija en la espalda de Thorne.
—¿Van a buscar a Winston? ¿Ya saben dónde está? —murmuró, su voz apenas audible. Lucas era débil ante una primicia.
—Lo tendrás —cortó Ethan, sin siquiera dignarse a mirarle—. Pero si hablas de esta noche... no tendrás nada. Tendrás un pleito conmigo. Y una reputación arruinada. Vete, becario.
Era un ataque bajo, pero efectivo. Lucas dudó un segundo más, recogió el mapa del campus con manos temblorosas y se dirigió a la puerta sin decir palabra, su orden colapsada por el miedo y la humillación.
Me giré hacia Ethan, el pánico transformado en una furia casi controlada.
—No debiste enterarte así.
—¿Y cómo entonces? Estaba claro que no lo ibas a compartir conmigo. Ahora bien, vamos a buscarlo. Ahora. No me importa donde este.
Ethan tomó el casco de la Norton, un objeto pesado y oscuro, y lo sostuvo frente a mí.
—Tómalo P. Lo que importa es que me lleves a donde está, que por lo que veo no está del todo bien. ¿Quién ayudó a Davies a sacar a Winston, Chloe? No me mientas. Tu cara ya lo dijo todo.
—Yo no... —Empecé a mentir, pero él se acercó, la distancia entre nosotros se acortó peligrosamente. Su olor a colonia y cuero me envolvió.
—Ahorra energía. Tienes suerte de que haya sido yo quien lo descubriera. Tu pequeño acto de bondad te costará la expulsión del instituto si yo abro la boca. ¿Lo entiendes, P?
Agarró mi brazo, el contacto físico me sobresaltó, y me empujó con suavidad, pero con firmeza, hacia la puerta. Mi madre no debía despertar. El perro no debía morir. Mis reglas habían colapsado, y ahora solo quedaba Ethan Thorne y su chantaje, si es que no decide abrir la boca.
—¿Crees que puedes usar esto? ¿Chantajearme? —siseé, tropezando con la alfombra.
—Lo llamo una sociedad de conveniencia. Tú me das acceso a los archivos que te pedi para encontrar las pruebas que necesito y yo te protejo de tu propia estupidez. Ahora vamos.
Me abrió la puerta y el aire fresco y nocturno golpeó mi rostro. La motocicleta Norton Commando 961 brillaba bajo la farola, una bestia salvaje. Era grande y agresiva. Él se puso su propio casco, y la línea desabrochada de su camisa, el músculo tenso bajo el cuero, era la última distracción que necesitaba.
—¿Y tú crees que voy a subir a eso contigo? ¡Es ridículo!
—Tenemos una emergencia, no una reunión de la sociedad de debates —me espetó—. ¿O prefieres llamar a la policía y que te acusen de cómplice en el robo de propiedad del instituto y arriesgar que Davies vaya a la cárcel por retener al animal? Tú eliges, P.
El pánico se apoderó de mí nuevamente. Davies no debía ir a la cárcel. Winston no debía estar enfermo.
Tomé el casco que me tendía, el plástico frío en mis manos. Era pesado y olía a nuevo. Me lo puse, sintiendo el clic de la correa. Estaba muerta del pánico.
Ethan montó con una facilidad fluida y sensual. Encendió el motor de un golpe, y el rugido de la Norton fue un desafío a la noche. Me subí detrás de él, sintiendo el calor residual del motor a través de mis jeans.
—Agárrate, P. O caerás —Su voz ronca llegó a través del casco, una orden sin adornos.
Arrancó la Norton con un rugido que me arrancó un grito ahogado. El impulso fue tan violento y repentino que mi cuerpo se lanzó hacia atrás; por instinto puro, me aferré con más fuerza a él, mi rostro contra el cuero de su espalda.
No había espacio para pensar y analizar nada. No había lugar para las reglas. Envolví mis brazos alrededor de su chaqueta de cuero, sintiendo la dureza de su abdomen a través de la tela. Era la cosa más inestable, caótica y peligrosa que había hecho en mi vida. Y lo peor de todo, sentí un escalofrío de adrenalina que no debería ser.
—¿Dónde vamos? —gritó, tratando de hacerse oír por encima del motor.
—A la única veterinaria abierta en este momento. — Prácticamente grité. El lugar donde están atendiendo a Winston. El lugar donde lo encontraremos con el profesor Davies. Esto ultimo me atormentaba porque el plan era perfecto, hasta que Winston por alguna razón se enfermo y retraso su regresó al campus.
Ethan aceleró más sin previo aviso. El mundo se convirtió en una ráfaga de farolas y asfalto negro. Me apreté más a él, mi rostro contra la espalda de cuero, y supe que había cruzado una línea. Mi expulsión estaba ahora a merced de Thorne.