Titulares Del Corazón

Capítulo 13

Ethan

La goma de la Norton chirrió suavemente sobre el asfalto. Me alejé de la casa de Chloe lo más rápido que mi autocontrol me permitió.

En la puerta, la imagen de su madre, Mrs. Anderson, con esa expresión de tranquila alarma, era un clavo frío en mi pecho. Había bajado las escaleras después de que Chloe desapareciera de mi campo de visión, me había examinado de arriba abajo, el cuero sucio, el casco en mi mano, y había sonreído con la amabilidad letal de una anaconda.

—Ethan — me había dicho con una voz aterciopelada y dulce, que hacía que mi nombre sonara como una advertencia. —Te agradezco que hayas traído a mi hija a casa a salvo. Pero estoy segura de que tienes asuntos importantes. Chloe ira luego al Highland High. Yo me ocuparé.

Su tono no era una petición, era una orden absoluta. Había sentido la urgencia, no por su amenaza, sino por la propia Chloe. Si me quedaba y su madre me veía esperando, le daría una razón para castigarla.

Asentí, me puse el casco y arranqué. —Solo cinco minutos y ya te he fallado— pensé. Mierda.

P. Una complicación con ojos de un color ridículamente certero.

Aceleré, dirigiéndome primero a mi penthouse. Necesitaba borrar el olor a barro, hospital y ansiedad antes de sumergirme en el código. Ducharme, traje de diseñador, o más bien, uniforme, apariencia de heredero despreocupado. Era mi propia máscara de chico rico y aparentemente hueco. Pero eso estaba lejos de mi realidad. Max, el chofer, o mejor, guardaespaldas con complejo de niñera, estaba plantado frente a la puerta del estacionamiento, con los brazos cruzados y los ojos clavados en mí. Parecía que no había dormido en toda la noche.

Frené la Norton bruscamente, obligándolo a dar un paso atrás. Me quité el casco, dejando que mi cabello cayera sobre mi frente.

—No me mires así, Max. Pareces el bulldog que acabo de rescatar —dije, tratando de sonar ligero. La expresión de Max no cambió. Era un muro de músculo y reproche profesional.

—Señor Thorne, mi trabajo es mantenerlo a la vista. Usted desapareció desde la medianoche hasta las seis de la mañana. Su padre, Alistair, me llamó tres veces. Si no está en su sitio en quince minutos, voy a estar complicado. Y créame, no quiere verme complicado.

—No te preocupes. Tú nunca me encontraste —respondí, bajando de la moto. Lo miré fijamente —Necesito una ducha de cinco minutos y el uniforme de Highland. ¿Puedes hacer que parezca que estuve en el penthouse toda la noche y simplemente me levanté tarde? Y si mi padre llama de nuevo, dile que estoy practicando ajedrez con un holograma. — hice otra broma, pero Max estaba lejos de suavizar su facción de hombre malo.

Max suspiró, el sonido de un hombre que había aceptado su destino. Su lealtad a mi padre era férrea, pero su aversión al drama de la vigilancia constante era mayor. Por esta vez, mi instinto prevaleció. Por inercia o por agotamiento, Max se rindió.

—Le recuerdo que esto va a sumar un cero al lado del uno en mi informe, señor Thorne. Pero... la tarjeta de acceso a su gimnasio falló por la mañana. Supongo que estaba demasiado ocupado, ajedrez o lo que sea —dijo, asumiendo su rol de cómplice reacio—. Date prisa. Y no vuelvas a subir a esa cosa con la ropa sucia. Es un crimen

Asentí, sabiendo que acababa de conseguir un breve respiro. Me dirigí a la puerta. No tenía tiempo que perder.

Veinte minutos más tarde, Max se aparcó en el estacionamiento del Highland High. Entré como si la escuela me perteneciera, ignorando las miradas. Mi misión era encontrar ese maldito archivo de una vez por todas. Un sexto sentido o intuición, llámalo como quieras, me dice que aquí hay más. En mi anterior instituto este tipo de investigaciones me llevaban a descubrir siempre algo más. Y esta no es la excepción.

Sabía dónde encontrarlo. La redacción estaba vacía a esta hora, un caos de papeles no era de otra manera. Fui directo a la trastienda donde se encontraba el viejo servidor de la escuela, el que Chloe usaba como su biblioteca digital y archivo principal. Ella no lo sabía, pero la terminal principal estaba conectada al servidor del Decanato; un atajo perfecto.

Me senté ante su teclado, que aún olía vagamente a café y a su perfume. Introduje la contraseña que había descifrado días antes. No era el nombre de un amante secreto o un código complejo; era una fecha y un número. El algoritmo de Chloe se basaba en la historia, no en la imaginación.

Encendí mi equipo portátil y me conecté. En minutos, estaba dentro de la red del Decanato, burlando cortafuegos que parecían hechos de papel. No buscaba una firma, buscaba el rastro de un servidor externo, un correo eliminado, una transferencia de archivos.

Lo encontré en un rincón olvidado de la carpeta de “Recursos Humanos”: una cadena de correos cifrados bajo un seudónimo. La firma electrónica era un fantasma, pero el patrón de transferencia no lo era. La información sobre Davies provenía de un solo punto de origen: un servidor privado y robusto, alojado fuera del país, pero con un acceso directo a la red de la universidad.

Abrí la puerta trasera de ese servidor, un hueco que me había costado, pero no imposible, el código era difícil, pero no para mí. El aire de la habitación se cargó de electricidad. Cuando entré, encontré la evidencia: los correos de chantaje, las amenazas al futuro de Davies, todo. El archivo más reciente se llamaba “Titulares.mp4”.



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En el texto hay: humor amor, egocéntrico, química explosiva

Editado: 14.10.2025

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