La tarde del sábado se hizo larga y ruidosa, las distracciones me arrastraron a pesar de mi mente errante. Vale, Maya y Hana se habían enfrascado en una ruidosa sesión de chismes y planes de verano a las que obviamente me uní.
—¡Es que no entiendo! —exclamó Maya, abanicándose con una revista y lanzando un suspiro digno de una ópera—. Ryan me manda mensajes a las tres de la mañana con emojis de luna, pero luego me ignora en la cafetería. ¿Qué significa eso?
—Significa que tienes que mandarle una foto de tu CV que incluya el prontuario policial que casi, casi nos habíamos ganado todos… y ver si le da miedo —respondió Hana, con su lógica brutal e irónica.
Todos soltamos las carcajadas
Vale entre risas, estirándose en el césped. —No le hagas caso, Maya. Significa que es un cobarde. O tiene a otra. Pero lo de la luna es un clásico. Es un mensaje de eres mi luz en la oscuridad... cuando todo el mundo duerme. Lo que necesitas es ir al gimnasio de natación el jueves. Sé que él estará allí. Un “encuentro accidental” con el pelo mojado y sin maquillaje es letal.
Las tres siguieron con las risas ante la sugerencia de Vale, un sonido fresco y despreocupado que me recordaba una vida que sentía que había perdido. Lucas se inclinó hacia mí, aprovechando la oportunidad.
—Ellas siempre en sus conspiraciones sentimentales —susurró, con un deje de superioridad. ¿Te atreverías a ir a ese escape room café que abrió en el centro? Dicen que tiene una capa de cifrado de cuatro niveles.
—Lucas, si vamos, lo descifras en treinta segundos y nos botan por arruinar el negocio —respondí, dándole un suave golpe en el brazo.
Él sonrió, un brillo momentáneo en sus ojos por mi contacto. Lucas era un ángel, mi mejor amigo y el guardián de mis secretos técnicos, pero también, para mi eterno pesar, el chico que de vez en cuando me miraba con algo más. Yo lo quería como el hermano brillante y ligeramente torpe que nunca tuve, una certeza que, tristemente, él aún no aceptaba del todo.
—Podrías darme la oportunidad de fallar… o de pasar tiempo contigo a solas —insistió, acomodándose las gafas y fingiendo un puchero que era demasiado adorable.
—No te hagas el tonto, Lucas-Piedra-Angular —lo interrumpió Hana sin mirarlo, como si tuviera un radar anti-coqueteo—. Sabes que P necesita concentrarse en la beca de Yale. Además, tienes a Lisa de Biología mirándote desde hace un mes. Deberías aplicarle tu lógica de cifrado a ella.
Lucas bufó y se cruzó de brazos, derrotado. —¡Siempre me ven como un paquete! ¿Cómo me entero de quién le gusta a Vale?
—Jake, el camarero del pelo azul —canturreó Vale, con una mirada soñadora—. Es muy profundo y tiene una banda.
—¿Y tú, Hana? ¿Algún chico te ha mandado un mensaje con el asunto “consulta legal urgente” para coquetear? —bromeó Lucas. Se lo había ganado, ya que era su sueño ser una buena abogada y hacía unos días algún pretendiente o alguien por hacerle una broma le había mandado ese mensaje…
—Sí. Y le contesté con una demanda de acoso escolar. No, Lucas. Me gusta el profesor de Historia del Arte, pero tiene bigote y parece un mapa de carreteras. Así que no.
Las risas volvieron a estallar. Eran mis amigas, mis leales, mis hermanas. Ellas eran la prueba de que uno si puede escoger a la familia.
De repente, la música subió de volumen. No era la de los altavoces del parque, sino de un grupo de chicas más jóvenes a unos metros de distancia. Una de ellas sostenía un altavoz portátil en alto. Sonaba ophelia de Taylor Swift, la versión remezclada y viral que hacía vibrar tiktok con su coreografía sencilla pero pegadiza.
—¡Ahí están! ¡Las de la challenge de Ophelia! —chilló Vale, golpeando el brazo de Maya con entusiasmo.
Una de las bailarinas, una chica con el pelo color cereza brillante, se acercó a nuestro banco con una sonrisa enérgica.
—¡Hey! ¡Únanse! Necesitamos más gente para el fondo. ¡Es por la vibra!
Hana, sorprendentemente, fue la primera en saltar. —¡Claro que sí! ¡No se bailar, pero puedo hacer que mi futuro legal se vea bien en cámara! Tengo buen perfil.
Maya y Vale se unieron con gritos emocionados. La idea de un video viral era irresistible. Me jalaron del brazo para que me uniera, y por un momento, vacile, pero acepte. Me reí. Me reí de verdad, sintiendo la tensión de varios meses disolverse en la tontería del momento.
Lucas no perdió la oportunidad. Mientras me llevaba de la mano hacia el césped, se inclinó.
—Esto es más fácil que una ecuación de cuarto grado. Solo sígueme.
—¿Y si me tropiezo? —pregunté, sintiéndome extrañamente liberada.
—Te sostengo. Siempre te sostengo —dijo él con la sinceridad que lo caracterizaba, justo antes de que la canción explotara en el coro.
Empezamos a bailar. Yo era horrible, pero no importaba. Aprendía rápido. Y unos ensayos después ya estaba lista. Girábamos y dábamos saltos simples. Lucas estaba tan concentrado en imitar a las chicas del video que por un momento olvidó que yo estaba allí.
Hana, como siempre que se proponía algo, clavó cada paso. Vale y Maya hicieron el lip sync dramático de la canción como si fuera su vida. El momento era puro y trivial, un descanso del peso del mundo. Y para la chica del pelo cereza, era oro: ella grabó toda la coreografía, con nuestro grupo riendo, chocando palmas, y yo, viviendo sin pensar en nada. Ni en ¿nadie?